Crónicas VAStardas

Joya nunca taxi

 por Gustavo Zanella

Si la economía, como la política, se ha convertido en un neuropsiquíatrico a cielo abierto, no es de extrañar que también lo sea esa especie de Feria de la Salada virtual que es el Marketplace de Facebook. Galperín, el dueño de Mercado Libre lo sabe, en la Argentina su negocio da pérdidas porque ya no tiene a quien robarle. Le roba al Estado, le roba a los que venden, le roba a los que compran, le roba a los que traen y le roba a los que llevan. Es decir, roba a más no poder mientras algunos lo posicionan como el ejemplo a seguir de emprendedurismo y meritocracia, porque podría haberse quedado como un triste millonario que esquilmó la fortuna de sus padres, pero no, como es un prohombre de la patria, esquilmó el dinero de otros. Como todo empresario nacional, el libre mercado es de la frontera para afuera; de este lado la manija la quieren para ellos. Y como la muchachada apenas si puede comer, sale huyendo de su plataforma y se va a esa tierra de nadie que usufructúa ese muchacho, Zuckerberg, el que le vende nuestros datos a quien pueda pagar en dólares por ellos.

La monada, con tal de no pagar comisiones, se arriesga, es cierto. No hay control ni seguridad. Ahí, en Marketplace, se venden armas, falopa, drogas sin receta, animales en peligro de extinción, sexo gerenciado, estafas piramidales, juguetes para adultos de segunda mano, autopartes con manchas de sangre y tortas de bautismo como las que vendía la hermana de Milei antes de pegar el currito ese en presidencia. No hay facturas, no hay registros. Si pagaste y el vendedor se borró, entonces a llorar a la iglesia, que la mano invisible de Adam Smith no reparte pañuelos gratis. Y a dar gracias a la virgencita si fuiste a buscar tu producto a donde el diablo perdió el poncho y no te amasijaron. Justo de eso están hablando los dos tipos que van sentados en el 24 delante de mí. Cuando estamos a la altura de Once, uno ve un cartel de joyería y le comenta al otro que quiso comprar en el market una alhaja para su chica a un precio increíble, dice. Le cuenta que encontró no sé qué joya y se fue hasta La Plata para descubrir que lo habían dejado plantado y que perdió todo el día yendo y viniendo en tren. El otro le dice que agradezca que no le pasó nada. El de la alhaja le dice que había comprado otras veces y que, salvo por el hecho de que una vez le vendieron por nuevo un perfume usado, nunca había tenido problemas. El otro le cuenta esa especie de mito urbano con trazas de realidad en la que el amigo de un amigo fue con cuatro pibes del club a comprar un auto 0 km. al precio de una lata de arvejas y los terminaron dejando en bolas a los cinco en mitad de una ruta en Cuartel V, entre Moreno y José C. Paz. Los dos despliegan una suerte de teoría moral en donde llegan a la conclusión de que querer comprar cosas a un precio inferior al de un negocio normal puede no ser tan buena idea por sus implicancias morales y, en última instancia, corporales. No tienen pinta de ser gente que vaya a dejar de hacerlo porque, parafraseando a Groucho Marx, puede que esos sean sus principios, pero, si no convienen al bolsillo, puede que tengan otros. Como esos vendedores de muñequitos en 3D a los que les da lo mismo vender figuras de Cristina, Perón, Néstor y el sátiro de la motosierra. O como los que venden choripanes en manifestaciones, sea cual fuere el motivo de la convocatoria. Conozco a uno, Tito, sesentón largo, muy cascoteado, tucumano, trabajó de ENTEL hasta que las privatizaciones de Menem lo dejaron en la calle. La piloteó como mozo durante 25 años hasta que la cosa se puso cruda de nuevo. Cruzamos saludos en la parada del bondi. Una vez me contó que tiene un dios aparte porque la policía pocas veces lo jode.

-Cómo me van a joder -me contaba- si les doy de morfar a todos cuando se toman un rato para ir a mear. A veces se ponen cargosos, pero eso pasa cuando cae un milico joven sin experiencia o alguno que quiere figuretear. Los que tienen experiencia te dejan laburar y cuando la cosa afloja se acercan por el chori y la coima. Todos felices. Lo mismo pasa en la cancha con los barras.

Me lo cruzo rato después de la última marcha, la de la Ley Bases, en la que hubo goma tupida, aunque los canales mostraran solo un auto prendido fuego. Dice que no le importa a quién cagan a palos, que lo importante es que es la primera vez en años que vende tan poco. Dice que se puso, como siempre, al lado de la columna de la CGT porque ahí está la guita fuerte, pero que no sabe si los muchachos ya venían comidos de casa o qué, pero que no le soltaron un billete. Me muestra una bolsita que lleva: chorrea una especie de menjunje aceitoso. Le quedaron treinta choris sin vender, lo que nunca, dice, no es todo pérdida porque se los comen él y la patrona, pero que a la larga no es negocio.

-Al menos no es arroz, pibe, tengo los huevos llenos de comer arroz. No se puede comprar otra cosa.

Como no frecuento muchedumbres, le pregunto a cuánto los vende.

-Depende la cara, cuando están en pedo, pagan cualquier cosa.

Supongo que es un claro ejemplo de la burguesía nacional con la que sueña el peronismo.

 

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