¡Una gran tragedia!

por Marcelo Valko

La muerte de gente buena siempre es terrible, pero en este caso, Marcelo Constant era, además de querido amigo, una de esas personas que es un placer encontrar en la vida. Íntegro, generoso, lúcido, sensible. Lo conocí hace más de veinte años a raíz del Malón de la Paz, donde me acompañó a presentar el libro en Jujuy. Incluso todavía sin conocerme, ese incansable buceador de archivos de difícil acceso, me acercó algunas fotos y documentos trascendentes que había descubierto en registros del NOA. Estudio en La Plata y, dada su militancia política, tras el golpe de 1976, debió abandonar su querida ciudad y comenzar un largo exilio interno. Fue al sur muy lejos y luego al extremo norte del país donde se afincó. Se convirtió en un destacado profesor de historia e investigador de la Facultad de Humanidades de Jujuy, donde entre tantas actividades creó en la Casa Hacienda del marqués de Tojo el museo de Yaví. Entre sus numerosos trabajos de historia, tuve el placer de prologar “Machos, Chinas y Osacos” (Sudestada), donde da cuenta de las condiciones de la mano de obra esclava que los “sacadores de indios” arrojaban a los ingenios azucareros. Luego comenzó a incursionar en la literatura, y así aparecieron Antología para destruir (1987), Música de Corderos (1990), Hombre con niebla (2004) o Un invencible amor (2006) y mi favorita: Hombres de Mar (2012). Un texto delicioso donde describe la construcción de un enorme puerto en la Puna en espera de un mar.
Desde hace unos años estaba en lista del INCUCAI para un trasplante de riñón. Finalmente, tras tan larga espera, hace dos meses lo operaron en el Hospital Italiano. Lo fui a visitar una mañana muy temprano; estaba contento; la operación salió bien, pero había un sinfín de recaudos. Le habían contado que el riñón del donante, aunque parezca increíble, había venido de Jujuy. Quizás viajamos en el mismo avión, me dijo fascinado, interpretándolo como una cuestión del destino. Si bien le iban a dar de alta próximamente, debía hacer controles diarios. Hablamos del demencial gobierno de Milei y también, obvio, de libros. En esa habitación con monitores y cables, recordamos cuando me alojé en su hermosa casa jujeña durante alguno de los viajes. Y mientras una enfermera le trajo el desayuno, conversamos sobre paisajes de la Puna y como siempre del imaginero Hermógenes Cayo, integrante del Malón de la Paz. Estaba conciente de que el postoperatorio sería largo; estaba esperanzado con este “barajar y dar de nuevo”. Desgraciadamente no sucedió así. El último mensajito que me envió finaliza de este modo: “como usted dice, lento pero viene, abrazo”. ¡Hasta siempre querido amigo!

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