Relatos Indómitos
Polvo de estrellas… Ellas
por Marta García
Quién dijo que en un café no es posible conocer a una nebulosa con cara y todo.
A ella le pasó algo cataclisísmico cuando se encontró con ella. Y lo mismo le pasó a ella. En el casco céntrico del planeta, ella y ella supieron que venían del mismo fósil y huían del mismo maltrato de agujeros negros.
¿Cómo pudieron encontrarse en esa vereda adoquinada a la que cayeron por un colapso termonuclear? ¿De qué forma inverosímil sus átomos lograron reconocerse en medio del gentío de ese bar y sin saber que formaban parte de la misma estampida estelar? Se sonrieron bacterialmente al descubrirse deshechos jóvenes de una estrella vieja.
Entre millones y millones de soles naciendo y desintegrándose cada día, ella y ella coincidieron en el mismo café dentro una ciudad plagada de cafeterías y petroquímicos. Para intentar definir el fenomenal encuentro, algunos estudios de suelo lo tradujeron como reacción química, otros como sincronicidad y ninguno como lo que era, una fusión atómica callejera.
Ella y ella saben que llegará el día en que tendrán nombres de tabla periódica. Por eso, se abrazan todo lo que pueden cada vez que se ven. Las posibilidades de volver a fusionarse de este modo son casi nulas tanto en un universo en permanente expansión como en un bar sin sucursales.
-Perdoná la demora… perdí el colectivo… Ey, chist… ¿viste a la chica de la mesa de al lado?… ¡se abraza sola!
Como advertirle que su aliento ya huele a metano. Que el universo se está acelerando ante nuestras narices. Que ya tiene una fuga de tiempo. Y que va a explotar. No es más que un hidrocarburo chismoso que perdió el colectivo y anda a los codazos entre la chatarra after office.
Ella está tratando de no ser devorada por la materia oscura mientras el resto se come un alfajor de maicena. Tiene una estrategia para salir de aquí. No como vos o como yo que hemos dejado el planeta en manos de niños heridos y armados hasta los dientes de leche.
Cuando termina su café, ella entiende que ya no queda nada por hacer. Entonces llaman a la ambulancia. Su cuerpo continúa un ratito más bajo protesto. Pero ella ya está con ella. Son el vivo retrato de la estrella que las parió. Y allí mismo, sobre el piso de la cafetería, mientras le hacen RCP, una se hace polvo con la otra. Polvo de ellas. De estrellas. Y casi sin darnos cuenta asistimos al nacimiento de una supernova en plena Avenida General Paz.
Cosa que solo es posible en una cafetería repleta de remanentes que huelen a gas metano, hablan como un noticiero y espían la mesa de al lado sin entender que esa chica está abrazando al universo entero. A la que se fue.
Hoy pasé nuevamente por ese café. Y todavía están hablando, mientras toman alquitrán en tacitas, sobre “esa pobre chica que no soportó la lamentable pérdida de su amiga”.
No las ven flotar. Son partículas minúsculas y victoriosas. En su nueva existencia estelar, las abraza un universo interminable al que hemos vuelto a confundir con la muerte.
Supe que se llamaba Zoe. No era “esa pobre chica”. Era una estrella que explotó.
Foto: Alain Laboile