Crónicas VAStardas

Coberturas 

por Gustav0 Zanella

Coronel Díaz y Santa Fe. Nadie diría que el Estado de Bienestar quemaría sus últimos cartuchos en una de las esquinas más recoletas de la Ciudad, pero como en la Argentina las vacas vuelan y los radicales votan a Perón nada sorprende. Son las 19:30 de un miércoles húmedo y caluroso de diciembre. Eso no impide que 12 vejetes que fueron al secundario con José María Paz se junten alrededor de una mesita, con un montoncito de volantes y unos tachitos de metal. No son unos viejos meados del Conurbano, esos que vienen de mil generaciones cagadas de hambre. No, estos son pitucos, bien vestidos, arreglados, con esa piel blanca lechosa que tanto excitaba a los fans de la Mitteleuropa. Las mujeres bien podrían haberse camuflado en los cacerolazos con ollas Essen que se hacían en el gobierno de Cristina reclamando transparencia gubernamental y buenos modales.

 

El asunto es que los 12 viejos están protestando. Quieren sus remedios gratis. No cortan la calle porque, en honor a la verdad, no imponen mucho respeto. Están más cerca del arpa que de la guitarra y un par debería haberse quedado en la cama respirando sus últimos aires, porque con o sin remedios al boleto ya se lo picaron. Pero, como la esperanza es lo último que se pierde, tomaron envión y vinieron. 

Cuando el semáforo se pone en rojo, 3 viejos se van a la mitad de la calle y cacerolean mientras unos reparten los volantes y otros extienden unas pancartas amplias hechas a las apuradas. Una parece escrita por un calígrafo del siglo XIX. Dice «Queremos nuestros remedios» con unos fileteados dignos de Salvatore Venturo. Nadie les da bola. Era de esperar. Uno de los viejos se quedó en la mesita colocada junto a un puesto de diarios y frente a un bar coqueto llamado Dandy. El viejito tiene unas planillas con un petitorio y pide, casi le ruega a la gente que se lo firme. Pero nada, y eso que está en silla de ruedas y la lástima, mal que mal, siempre algo garpa. La señora que lo acompaña -no mucho más saludable que él- está en mitad de Coronel Díaz llorando con una caja de vaya uno a saber qué menjunje. En un momento pasa un grupito de niñatos que no tienen 15 pirulos. Los pibitos empilchan como pandilleros norteamericanos y las pibitas como empleadas con cama adentro de OnlyFans. El culo de una de ellas queda junto a la jeta del viejito del petitorio, que se lo mira sin saber si es real, pero contiene la intención de comprobarlo. Entre el viejo y los pibitos, hay una grieta, un pozo de 70 años o más bien un espejo en el que es imposible mirarse. 

Los viejos le dan matraca a los tachitos y el ruido parece que los agranda en número. Algunos vecinos asoman la cabeza por los balcones a ver de qué va la cosa, pero al darse cuenta de que reclaman derechos que no son los suyos, apuran la vuelta al interior, no sea cosa que se les escape el frescor del aire acondicionado. Los clientes del bar de enfrente les  sacan fotos como si fueran turistas. Por ahí, como la zona no es muy dada a las protestas les parece raro. 

Me acerco al viejo de la silla para relojearle el petitorio mientras el tipo mira a la nena alejarse. Cuando me presta atención, se da cuenta de que lo enganché off side. Para cambiar de tema me pone el petitorio en la cara y me ofrece una birome. Firmo. Aprovecho y le pregunto por qué está ahí. 

Me cuenta que se llama Manuel, que tiene 85, que hace 2 años está silla de ruedas porque se cayó. Estaba en Ostende  con sus nietos y resbaló con tan mala suerte que dio la cadera contra una piedra. Lo operaron y le sumaron 5 remedios a los 10 que ya tomaba. Si los paga a todos no comen ni él ni la señora. Me cuenta que viven en el barrio de toda la vida. Que siempre vivieron cómodos. «Somos de clase media, como todo el mundo», me dice. Hasta que envejecieron y empezaron con pastilla de acá, operación de allá, tratamiento para esto, remedio para lo otro… «Y ya no nos alcanza. Vivimos de unos puchitos ahorrados y de la ayuda mi hija, que es médica en Alemania». Le pregunto por la jubilación. Cobra la mínima. Tuvo negocios, pero nunca aportó. No le gusta que le roben lo que es de él. Pudo jubilarse con una moratoria, no recuerda si de Menem, de Duhalde o de Néstor. Su señora, no sabe por qué, cobra más. Quiere llamarla para que me cuente, pero no va a venir porque se está carajeando con un chofer del 12 que le tiró el bondi encima. La señora le da con el tachito a la puerta mientras otro viejo la tironea, porque el semáforo cortó hace rato y ella sigue con su cruzada reivindicatoria.

Un mozo de Dandy y le sirve al viejo de la silla un cortado, que con elegancia y cierta ceremonia apoya sobre la mesita. Le pregunta cómo va la protesta «Bien, bien» le contesta seco y agrega «Tráeme una medialuna». No pide, por favor. 

«Si hay miseria, que no se note», me dice mientras se come la galletita de cortesía. 

Ojalá no le caiga mal, pienso. 

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