El discurso vacío de Milei ante un Congreso desolado

por Cristina Peña

El presidente Javier Milei inauguró las sesiones ordinarias en un contexto marcado por la incertidumbre, escándalos y una creciente desaprobación popular. El congreso vallado; un millonario despliegue de fuerzas de seguridad; restricciones a la prensa;  un ruidazo que se hizo escuchar en las inmediaciones del Congreso al compás de la caravana oficial, que ni los granaderos lograron tapar; el recinto semivacío; la difusión internacional de la cripto-estafa $LIBRA promovida por Milei, sumada a las denuncias contra su hermana de pedidos de coimas a empresarios del sector. Y,  como corolario, las amenazas vertidas por el cerebro de los asesores presidenciales, Santiago Caputo, al diputado Facundo Manes, opacaron todo intento de utilizar este acto como un logro de su administración. La puesta resultó, en cambio, más que frustrante, bochornosa. Mientras que transmisión de su discurso obtuvo un rating decepcionante.

Milei, conocido por su polémica y su notoria presencia mediática, se enfrentó a un escenario que reflejaba la crisis de su gobierno: un auditorio casi vacío con una escasa representación legislativa. Esta imagen, que podría haber simbolizado la falta de apoyo político, fue casi eclipsada por el escándalo que rodea a su administración, especialmente la reciente criptoestafa $LIBRA que ha dejado a muchos/as ciudadanos/as con la sensación de haber sido engañados.

Durante la transmisión, Milei optó por no abordar este tema ni responder a las críticas que lo acusan de permitir que las sombras de la corrupción se ciernan sobre su gabinete. En lugar de aportar claridad o dar cuentas sobre las irregularidades que se han multiplicado desde su llegada al poder, se limitó a presentar un discurso cargado de eufemismos y promesas abstractas. La falta de sustancia y la evasión a los problemas reales que aquejan a la sociedad fueron notorias y contribuyeron a la percepción de desconexión con la realidad que caracteriza su gestión.

Como si esto no fuera suficiente, la jornada estuvo marcada por el ruido de las cacerolas en las calles. Entre críticas y descontento ciudadano, miles de personas salieron a manifestar su repudio. Estas manifestaciones, que se multiplican en diferentes puntos del país, son un claro indicador del clima de creciente malestar y desconfianza hacia Milei y su administración. Resulta irónico que, en un marco donde se esperaba fomentar la unidad nacional y la colaboración entre los distintos poderes del Estado, el propio ejecutivo se viera rodeado de un ambiente hostil que remarca la distancia entre el gobierno y el pueblo.

La situación se tornó aún más caótica tras el corte abrupto del discurso de Milei, un momento que fue interpretado como una metáfora de su falta de conexión con la realidad política y social. La transmisión, que ya había sido un fracaso de audiencia, finalizó en un episodio más que vergonzoso: la lamentable escena de un Santiago Caputo, asesor presidencial «estrella», agrediendo verbalmente al diputado radical Facundo Manes. Este enredo, que provocó reacciones inmediatas en la prensa y en el público, empañó aún más la deslucida apertura de sesiones ordinarias del Congreso.

El comportamiento del «arquitecto del triunfo electoral del libertario», percibido como un símbolo de la creciente agresividad política en Argentina, desdibuja aún más el panorama de cohesión y respeto que un gobierno debería encarnar. Este tipo de escándalos solo sirve para ahondar aún más el debilitado sistema político.  Javier Milei, quien asumió con la promesa de un cambio radical en la política de nuestro país, se enfrenta a un panorama que muestra la disociación de su discurso: la casta que decía enfrentar es el pueblo, en lugar de las corporaciones económico-financieras que sostienen a la ya desconpuesta clase política y a la famiglia judicial.

En un clima político tenso, en especial con el sector que comanda la vicepresidenta Victoria Villarruel, el anuncio más augurioso de Javier Milei rondó en la necesidad de que el Congreso apruebe un “nuevo acuerdo con el FMI”.  Esta es una clara muestra de una nueva voltereta política del actual primer mandatario, quien, siendo diputado, se manifestaba como un férreo opositor a cualquier trato con el FMI, argumentando que las deudas «son inmorales» porque generan un déficit fiscal que ahoga la economía. Ahora, como presidente, exigirá al Congreso la aprobación del acuerdo que su administración está negociando con el organismo internacional, citando precedentes de colaboraciones similares con gobiernos anteriores.

Un nuevo acuerdo con el FMI representa, en última instancia, un desafío crítico para el gobierno de Milei. No se trata únicamente de controlar el déficit o buscar legitimidad en decisiones económicas, sino de navegar en un mar de contradicciones y reevaluar alianzas en un país que se aproxima a una contienda electoral decisiva. La capacidad de Milei para gestionar esta situación, equilibrando sus postulados ideológicos con la necesidad de apoyo legislativo, será un factor determinante en su camino a octubre.

El discurso de Milei en este contexto es revelador. En un momento de su alocución, expresó su preocupación por la dinámica electoral que se avecina, vislumbrando un aumento en la presión sobre su bancada libertaria: «Me imagino que esta zona se va a poner un poquito más violeta», insinuando que necesitará mayor apoyo que el que su reducido grupo puede ofrecer. Este comentario no fue casual; fue un recordatorio de que muchos avances en la legislatura han sido posibles gracias al respaldo de fuerzas políticas históricamente adversarias, como el PRO, los radicales e incluso Unión por la Patria.

Otros de los éxitos de su gestión, según Milei, fue el blanqueo de capitales y ciertas leyes respaldadas por diversos bloques, incluyendo los de la oposición. Sin embargo, en este ambiente de aparente consenso, la respuesta de su militancia fue fría, un reflejo de la tensión que permea la situación política actual. En el recinto, el clima era distante, incluso entre sus propios seguidores, quienes ofrecieron aplausos tibios a un discurso que, más que un llamado a la unidad, se sintió como una serie de recordatorios de los apremios que enfrenta el gobierno.

Ese enfriamiento se extendió también a las redes sociales, donde la militancia digital de Milei no logró generar tendencias significativas en la plataforma X. Una señal de incertidumbre y de desconexión con su base de apoyo.

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