Gorda Bingo
Zulema Garrido, sin que se le mueva un pelo, comenta a quien quiera escucharla que lleva en su prontuario dos crímenes que nunca pudieron ser probados y en su alma “el puro cristal de la inocencia y la verdad”.
Sus dedos regordetes portan veintiséis anillos de variada calidad y decidido mal gusto. Le sobran collares, muchos de ellos de trocitos de madera y otros de cerámica esmaltada. Zulema Garrido atropella con sus 124 kilos distribuidos en forma pareja: es gorda por todos lados.
La noche que ZG, aburrida en su departamento de la calle Matheu, decidió ir a tomar un café (con tarta de frutillas incluida) a Bingo Congreso, no se imaginaba que al ubicarse en la misma mesa donde Alfredo Benavidez luchaba con líneas y cartoncitos, el flechazo del amor la alcanzaría en el centro de su pecho. Y observando el pecho de la Zulema debemos decir que una simple flecha sería apenas medio escarbadientes, lo cual nos lleva a inclinarnos por la figura poco romántica de un misil tierra aire.
Lo primero que se escuchó fue cuando Zulema Garrido, para ir tanteando al hombre de sus sueños le tocó apenas una mano y le dijo: “Escuchame, la cabeza no me da para vigilar más de un cartón, ¿te puedo agregar uno más a los dos tuyos?”. No habían pasado dos vueltas de juego cuando ZG jugó fichas grandes: “El champán de acá es muy berreta … ¿me acompañás a casa y tomamos un Chandón que tengo preparado?”. Miró al objeto de su deseo y agregó … “vivo cerca, de aquí tres cuadras apenas”.
Después de acomodarse en el depto de la Zulema, a los quince días Alfredo ya tenía un prestigio ganado en el edificio del barrio de San Cristóbal. Una vecina lo había llamado para rescatar al gato que se había fugado a la azotea de un edificio lindero y no podía regresar; ayudó al portero a colocar un tendedero en la terraza; habló con el administrador por los ruidos sospechosos que hacía uno de los ascensores y comenzó a organizar una cena de Fin de Año en la terraza para todos los que la pasaban solos en sus departamentos.
La Gorda del Bingo estaba orgullosa de Benavidez y se llenaba la boca en pasillos y hall de entrada nombrándolo como “mi marido”. Todos creían conocer los antecedentes de la Zulema pero la simpatía de su actual pareja le hizo ganar puntos en el consorcio. El nuevo héroe vivió, por entonces, una dulce realidad que jamás se había imaginado: buena ropa, buena comida, un peso en el bolsillo y, fundamentalmente, era escuchado.
Alfredo siempre había sido un clásico tipo gris, oficinista desgastado por una vida casi miserable -mirándola desde los bienes terrenales- y mínima en realizaciones observando su faceta intelectual. Por eso, este fortuito encuentro con la gorda del Bingo le permitió abrir la puerta de sus sueños. Pero en la intimidad de sus pensamientos se preguntaba “¿alguna vez tuve sueños ? … porque no se me ocurre nada que quiera hacer salvo aprovechar esta puerta que me abrió este hipopótamo para empilchar un poco mejor, morfar como la gente y poder ir de vez en cuando al teatro”.
La otra cara de la medalla eran los antecedentes de Zulema, que había pasado gran parte de sus 54 años haciendo zancadillas a la vida. Dos veces presa y muchas más procesada por delitos tan diversos como robo de una botella de whisky importado en Carrefour hasta sospechada de la muerte de sus ex maridos, pasando por estafas inmobiliarias (venta de un mismo departamento a tres personas diferentes), tráfico de dólares falsos y consumo de drogas peligrosas, la gorda era figurita ampliamente conocida por la yuta. Buenos abogados y arreglos por zurda en mesas de pizzerías casi ignotas de José C. Paz y El Jagüel, hicieron que hoy por hoy la gorda fuese, casi una ciudadana que podía transitar por el territorio nacional con la frente bien alta.-
Cuando Matilde, una buena amiga de Zulema Garrido, apareció en escena, esta sociedad casi maléfica aunque realmente teñida de mediocridad, entró primero en un cono de sombras y muy pronto estuvo a punto de la fractura y el olvido. En verdad Alfredo Benavidez no hizo nada por intentar que el barco no se hunda. La acción reparadora vino por parte de Z.G. quien arrogante, despótica y con el confesado propósito de alejar a Matilde de su perversa decisión de “soplar el alfil”, avanzó con un tour por España, país que Alfredo comentaba a menudo su frustrado deseo de conocerlo y visitar el pueblo de sus abuelos.
Todo fue inútil. El romance que había nacido en el Bingo Congreso estaba destinado a morir con muy pocos números acertados. Llegados del viaje, del cual regresaron en barco para darle tiempo al tiempo, charlaron bastante civilizadamente acerca de la separación que parecía sencilla: Alfredo no reclamaba nada por lo cual, peleas por guita no habría. Y llegaron a la conclusión que lo mejor sería hacerlo en el mismo nido de amor que los había juntado.
Se fueron a Bingo Congreso un viernes de Octubre, casi al final del día. Para entonces, ya Alfredo Benavidez había mandado dos bolsones con ropa a casa del Coco Matozas, uno de los pocos amigos que le quedaban. Un gentío en Congreso, casi completo. Consiguieron dos lugares en sector de los que no fasean, circunstancia que hizo agravar la cara de orto de Zulema.
Como ya habían separado las aguas, la gorda se gratificaba con dos cartones mientras el novio de América se conformaba con uno “hay que guardar para cuando no haya ni siquiera para un paquete de polenta Mágica”, pensaba mientras tachaba poco y nada.
El terremoto sucedió con un brevísimo cartoncito de dos mangos, que Alfredo Benavidez fijó con los autoadhesivos conocidos y comenzó a mirarlo con simpatía cuando la primera bola fue para el 16, que lo tenía limpito en la decena del diez. “Faltan sólo catorce aciertos”, se dijo en un rasgo de casi estúpido optimismo.
Las dos bolas siguientes no trajeron novedades auspiciosas y enfrente, Zulema había pedido al mozo un tostado en pan árabe y un Gancia con Campari. La cuarta bola fue para el 1 que estaba en el proyecto de AB y trascartón el 77, con lo cual, en cinco bolas nuestro héroe había testado tres.
Vino un número japonés y enseguida el 28 y el 90, ambos de la cosecha de Bodegas Benavidez. “Voy por el acumulado” casi gritó Alfredo para que lo escuche la Gorda, pero ella solamente campaneaba al mozo que no llegaba con el tostado “cargado” en pan árabe. Pareció que todo volvía a la normalidad cuando tres bolas seguidas no representaron nada para Alfredo, pero luego aparece el 31 y salteando una bola el 30, con los cuales eran siete los aciertos y comenzaban a rugir los leones que uno lleva dentro y que casi siempre los frena para que el papelón no sea tan grosero. La línea la cantaron temprano, en la bola dieciocho con la aparición del 81 que también sirvió para que AB complete ocho aciertos y comience a sospechar una hecatombe nuclear.
“Voy por la guita grande y la Zulema se desmaya y muere arriba de esta mesa”, pensaba Benavidez cuando anunciaron el 50 y el 22, que ayudaron a completar los diez aciertos con apenas veintidós apariciones. Intentó poner un poco de orden en su delirio y organizar su vendetta con la rinoceronte hembra pero no tuvo tiempo suficiente porque apareció el 6 y la temperatura comenzó a buscar los cielorrasos.
Recién entonces Alfredo Benavides miró el tablero electrónico y comprobó que el delicioso y apetecido Acumulado era de 874.526 pesos cifra que no cabía ni siquiera en las pesadillas de ese hombre mediocre. La fiebre fue ascendiendo cuando la voz monocorde de la locutora cantó el 44 y dos bolas después el 58, número asqueroso si los hay.
Ese cartoncito débil, huérfano de afectos, único, herido de pobreza, cancelado de ilusiones, le estaba diciendo a un pobre tipo que, surgiendo de los milagros el 12 y 49, el cielo estaría más cerca. Iban apenas treinta y tres esperanzas desparramadas y aparece el 49. Todo se confunde en el marote de Alfredo, cree recordar que en sus años jóvenes ese número era “el ropero” pero ahora no importa.
Quedan siete bolas antes de la cuarenta y para ese pobre diablo, algo así como el paraíso tan deseado como temido. Casi, un infierno. Necesitaba el 12, la docena, el vigilante, como quieran pero siempre el uno delante y pegadito el dos.
La Gorda Zulema se aviva que hay un maremoto en puerta y grita “¡¡Qué pasa, mi amor?? Ni se te ocurra dejarme arafue de la gloria!! “ Pero ya es tarde, después del 55 el 4 y el 88 … se escucha en todo Buenos Aires, Montevideo, los Océanos de Júpiter y Saturno, los nuevos continentes, países aún no registrados, regiones inundadas, zonas ignoradas, islas del Peloponeso, desiertos pletóricos de lechuga capuchina, la cuenca del Amazonas y también la de El Nilo, en el panteón donde se afanaron las manos de Perón, en praderas con cardúmenes de melones, Moscú e incluso en México DF … ¡¡DOCE!!.
Sonó como que la justicia recordó a la raza.-