Viendo a Biondi

Por Rafael Gómez

Tal vez las historias que más marcan o conforman nuestra subjetividad -o las antes llamadas idiosincrasia e identidad- sean aquellas historias relacionadas con nuestros héroes y artistas populares. En ellas suelen proyectarse los sueños y los miedos de la gente. Y de allí surgen estereotipos, frases modélicas, rasgos que parecen identificarnos, formas de interpretar la realidad, cierta contención.

Los protagonistas enfrentan adversidades y tienen finalmente éxito… Es decir, que estas historias suelen producir alivio. El héroe o artista popular triunfa por nosotros o nos enseña a triunfar. ¡Casi nada!
Ocurre aparentemente así en el caso de Biondi. Una primera frase modélica, acuñada por varias generaciones, que surge de su historia es: Los hombres se hacen a golpes. ¿Era una práctica de Biondi? ¿De dónde viene Biondi?

Los Hombres se hacen a Golpes

Como Chaplin y Cantinflas, Pepe Biondi tuvo una infancia de pobreza y circo. Nació el 4 de septiembre de 1909 en la cortada Baigorri Nº 75, cerca de Av. Entre Ríos y Caseros, barrio de San Cristóbal, ciudad de Buenos Aires. Padre y madre inmigrantes italianos. Muchos hijos, desocupación y hambre.
A los 7 años, Pepe Biondi fue entregado al circo criollo Anselmi para aliviar la economía familiar. Allí aprendió acrobacia, comedia, e hizo todo tipo de tareas: como espulgar a los monos, recuerda Biondi, una vez un chimpancé casi me arranca la nariz de un mordisco, recuerda, ese era un mono de pocas pulgas.
La violencia física se completaba con las soberanas palizas que le propinaba su tutor, el payaso acróbata, Juan “Chocolate” Bonamorte. La consecuencia de estos castigos fueron varias hemorragias urinarias, que más tarde comprometerían su salud.

En 1921, a los 12 años, Biondi volvió con sus padres, la familia se había establecido en Lanús. Trabajó como repartidor de almacén, de lustrabotas y canillita en la ciudad de Buenos Aires. Y consiguió peleando su propia parada de diarios en la esquina de Bernardo de Irigoyen y Garay. Tenía 15 años y no sabía leer. En esa esquina lo encontró un compañero del circo Anselmi, que lo convenció de formar un dúo acrobático con José Donato. El dúo se llamó The Donalds y debutó en el Parque Japonés. Luego se convirtió en trío, sacaban monedas pero alcanzaba para el puchero. El hambre compartida era menos hambre, recuerda Biondi. A los 16 pirulos aprendí a leer y a escribir, porque sentía vergüenza.

En 1929, a los 19 años, cuando entró en la conscripción, ya era un acróbata y un cómico formado. Recuerda Biondi, que el primer día el sargento le dijo: ¿Pero a usted quién lo manda?… ¿El enemigo? Terminó el servicio tras la asonada militar de Uriburu, participó del primer golpe de estado argentino desde el ejército, tal vez sin saber quién era el enemigo.
Después del servicio militar se fue a Montevideo con una troupe de variedades. Resultó un gran fracaso. Biondi recuerda sonriendo el debut: a las 21 hs. se levantó el telón, y a las 21.10 hs. se levantó el público. Volvió a Buenos Aires y trabajó haciendo pequeñas entradas en distintos cabarés: El Florida, Maipú, Pigalle, y El Chantecler, que estaba en la calle Paraná entre Corrientes y Lavalle. No tenía con esto la seguridad de vivienda y una comida diaria.

En 1933, a los 24 años, se unió al circo Londres para mejorar su suerte. Allí conoció a Dick, un inmigrante de origen ruso, llamado en realidad Zalman Ver Dvorkin, que había tenido como Biondi una infancia pobre y circense. Y nació el dúo Dick y Biondi, que duraría más de 20 años.
Empezaron modestamente, pero las cosas mejoraron cuando descubrieron el “efecto cachetada”. Dick recuerda perfectamente ese momento: “Una tarde, Biondi apareció pelado porque le habían aconsejado raparse para detener la caída del cabello. Yo tenía el mismo problema y lo imité. Esa noche salimos a escena con dos peladas relucientes. Cuando íbamos terminando, yo estaba presentando el siguiente número y, Biondi -sin ningún motivo, tal vez tentado por el brillo- me da una sonora palmada en la cabeza. El público estalló en una carcajada. A mí no me gustó, y antes de terminar la escena le devolví el golpe. La carcajada volvió más fuerte. Habíamos encontrado algo estupendo. Esa misma noche armamos varias rutinas con palmadas en la cabeza. Cuando nos creció el pelo las palmadas perdieron sonoridad y buena parte del efecto, de modo que decidimos darnos cachetadas. Al principio dolían mucho, era una tortura, pero poco a poco nos acostumbramos. El dúo pasó a llamarse Los Locos de las Cachetadas. Muchas veces se nos iba la mano. Una noche, noqueé a Biondi”.

Un hallazgo y un aprendizaje. El payaso debía recibir los golpes. La gente pagaba para verlo. El payaso sufría por la gente, era como un Cristo, y la gente salía aliviada del espectáculo. Así es el arte, habrá pensado Biondi al comienzo de su madurez. Recibir golpes. Bonamorte le había enseñado eso desde temprano.

 
 
Textos e investigación: Rafael Gómez
 
 

 

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