El País Consorcio
Por Laura Molina
Los dos amigos coincidieron después de veinte años en la panadería La Bouchée de Talcahuano 347. No se veían desde la Facultad. Pablo se había convertido en músico y Juan en sociólogo. Caminaron por Talcahuano comiendo medialunas y convocando recuerdos, pasaron por el Palacio de Tribunales hasta llegar a Viamonte. Ahí estaba la escuela donde se habían conocido de niños. No he aprendido mucho de este país, dijo Pablo bruscamente. He vivido bastante tiempo afuera, aprendí muchas cosas, pero a este país no lo entiendo. Juan sonrió. Te lo digo en serio, insistió Pablo. He nacido aquí pero no lo entiendo, no entiendo la política ni la economía de este país. La corrupción, la mentira, los negociados, los contubernios de los políticos y los empresarios, ¡no sé como los aguanta la gente! No entiendo cómo un tipo como Menem que remató el país, todavía esté libre. Y no sólo está libre sino que es senador, y además tiene seguidores. Juan miró a su amigo. Caminaban por la plaza Lavalle. Enfrente, el teatro Colón, la joya lírica de la Ciudad , estaba cubierto de andamios y lleno de escombros por una reparación harto prolongada y sospechada de corrupción. ¿Vos querés saber cómo se mueven los hilos, cómo funciona y se sostiene el poder político y económico?, preguntó Juan.
Se sentaron cerca del ombú que está en la esquina de Libertad y Viamonte. Alrededor de la planta había una reja, y alrededor de la reja, una especie de campamento con gente en situación de calle. Mirá, empezó Juan. Voy a hacértela sencilla. No sé exactamente cómo será afuera, pero acá el poder funciona igual que en un consorcio de propiedad horizontal.* Vos sabés que la Administración te está robando porque las expensas son cada vez más altas, no ves mejoras en el edificio, los pasillos están sucios, y las cosas se rompen a cada rato, ¿es así? Pablo asiente. Entonces se te ocurre que es necesario cambiar de Administración. Poner gente honesta, que haga bien las cosas, y no te arranque la cabeza, ¿es así? Pablo asiente. ¿Pero qué ocurre? Cuando intentás hacer algo para cambiar la Administración , te das cuenta de que es muy pero muy difícil. Los tipos están como atornillados, son como los dueños del edificio. Y aunque la mayoría esté descontenta, los tipos siguen estando, robando, desatendiendo las cosas. Tienen impunidad. Son como nuestra clase política. La pregunta es cómo hacen para mantenerse en el poder.
Sí, dijo Pablo, que miraba hacia el Colón con cierta tristeza, por qué los aguanta la gente, por qué los aguantamos. Juan hizo un silencio antes de responder. Primero hay que conocer los intereses que están en juego. La Administración corrupta no vive de los honorarios que percibe sino de las coimas en las contrataciones. Es más, hay que tienen sus propias empresas de mantenimiento: pintores, albañiles, plomeros, electricistas, fumigadores… La fuente de trabajo es el edificio administrado y las empresas favorecidas entran sin competir. Los precios suben y el trabajo es deficiente, se te vuelven a romper los caños, hay que reparar otra vez el ascensor, tenés hormigas en la cocina… Sucede como la relación entre el Gobierno y las empresas contratadas para hacer obras públicas o brindar servicios. Las obras son eternas, caras, deficientes, dijo mirando el Colón. Pero volviendo a nuestro consorcio, los tipos de la administración están como atornillados porque hay mucho dinero de por medio. Entonces manipulan las asambleas de copropietarios, crean alianzas, corrompen porteros, distribuyen favores, atacan a los opositores. Hacen lobby , clientelismo y represión, como los políticos. Una Administración de propiedad horizontal suele tener, asociados o a sueldo, un contador y un abogado -copropietarios del edificio- para cubrirse los pasos, fraguar balances y hacer chicanas para mantenerse en el poder. Es el rol que juegan muchos de nuestros economistas y legisladores.
El problema es, como vos decías antes, por qué los aguanta la gente, por qué los aguantamos. Hay varias explicaciones. Primera. Para echar a tu administrador, con lo atornillado que está por los intereses, las alianzas, la cadena de favores, y la información que maneja a través del portero, necesitás poco menos que una revolución. Y esta no es época de revoluciones. La gente está para consumir, laburar y mirar televisión o Internet. La gente se ha vuelto pasiva. Segunda. No hay solidaridad, ni principios, ni ideales. Esta es una sociedad arrasada. ¿Cómo voy a ir en contra de la Administración , si yo en su lugar haría lo mismo? Menem es senador porque sigue siendo un modelo para mucha gente. Tercera. Si voy en contra de la administración puedo sufrir las consecuencias. Esta es una sociedad llena de miedos. ¿Me voy a meter en líos o perder el tiempo por unos pocos pesos? Juan se calló de golpe. Miraba las personas sin techo alrededor del ombú. Nadie parecía verlos pero tampoco se les acercaba. Había un brasero, un paquete de yerba, y ropa colgada en la reja. Ese es el mayor de los miedos, dijo Juan: la exclusión. Aquí al perdedor se lo excluye, como en El Gran Hermano.
Pero no se trata de arreglar primero el sistema o arreglar primero el mundo. Sucede como en el cuento de García Márquez de la página 3. Para arreglar el mundo, primero hay que arreglar al hombre.
¿Y cómo se hace eso?, preguntó Pablo. Lo primero es dándose libertad, respondió Juan. Esta es una sociedad muy sometida que reverencia el poder. El consumismo y la búsqueda obsesiva de seguridad también llevan al sometimiento. La libertad produce miedo porque implica riesgos y responsabilidades, pero es el único camino hacia al hombre. De lo contrario seremos una manada o una colonia de hormigas. Yo empezaría por los consorcios, dijo sonriendo Juan, que cada cual ejerza su libertad y solidaridad tratando de mejorar su consorcio; después se verá.
* Una administración, un consorcio, y su edificio funcionan como un país en escala. El tema ha sido desarrollado en la nota: ¿Nos Merecemos Este Gobierno?