Abuelas Coraje
La última dictadura cívico-militar-eclesiástica que se inició el 24 de marzo de 1976, fue precursora de crímenes atroces, comparables con los que la Iglesia llevó a cabo durante la Caza de Brujas de fines del medioevo, la conquista de América o con el Holocausto perpetrado en Alemania durante el gobierno de Hitler. El proceso de restauración nacional desapareció a 30.000 personas de cualquier edad, sexo o condición social, e instauró en nuestro país la apropiación de niños y niñas nacidas durante el cautiverio de sus madres, que luego de parir eran arrojadas al mar, incineradas o fusiladas.
La existencia comprobada de maternidades clandestinas en centros de detención como la ESMA, Campo de Mayo, Pozo de Banfield y otros, corroboran la sistematización de este delito. Unos 500 niños y niñas fueron apropiados como ‘botín de guerra’ por las fuerzas represivas. Algunos fueron entregados directamente a familias de militares o civiles, otros abandonados en institutos o vendidos. En todos los casos les anularon su identidad, los privaron de vivir con sus legítimas familias, de sus derechos y de su libertad.
El 22 de octubre de 1977, doce mujeres[1] dieron nacimiento a la organización Abuelas de Plaza de Mayo. En principio se dieron a llamar Abuelas Argentinas con Nietitos Desaparecidos, en 1980 adoptaron la denominación con la que lograron reconocimiento internacional: Abuelas de Plaza de Mayo
Hacía seis meses que habían subvertido la orden policial al ‘circular’ junto a las Madres de Plaza de Mayo alrededor de la pirámide. Un jueves de octubre, María Isabel Chorobik de Mariani y Alicia Zubasnabar de De la Cuadra, se las ingeniaron para contactar a quienes también buscaban a sus nietos o nietas, o tenían hijas o nueras embarazadas. Mirta Acuña de Baravalle, Beatriz Aicardi de Neuhaus, María Eugenia Casinelli de García Irureta Goyena, Eva Haydee Márquez de Castillos Barrios, Clara Jurado, Leontina Puebla de Pérez, Raquel Radio de Marizcurrena, Vilma Delinda Sesarego de Gutiérrez y Haydee Vallino de Lemos y Delia Giovanola de Califano habían recorrido, en soledad, hospitales, sanatorios y orfanatos buscando les niñes. Ninguna había obtenido más respuesta que la complicidad del silencio. Chicha y Alicia, les hicieron comprender que debían organizarse para buscarles. Un sábado 22 de octubre, se reunieron a hurtadillas en el entrepiso de una confitería de Retiro. Ese día, iniciaron una cruzada colectiva que en cuarenta y cinco años de lucha logró restituir la identidad de cientos de hijos e hijas de desaparecidos/as.
Eran mujeres simples, en su mayoría amas de casa, que nunca antes habían participado en política, sin un mayor conocimiento de los mecanismos institucionales nacionales e internacionales. Esto no les impidió diseñar una estrategia de búsqueda detectivesca, que alternaban con las visitas diarias a los juzgados de menores, orfanatos y oficinas públicas. Aprendieron a comunicarse en clave, a redactar denuncias o pedidos de Habeas Corpus, a procesar datos y a llevar un registro detallado de las adopciones que se realizaban en el país, a realizar tareas de espionaje: observando a las familias sospechadas de haber apropiado a sus nietes, tomando fotos de les niñes en jardines de infantes o escuelas.
Celebraban sus reuniones en espacios públicos como iglesias o las más tradicionales confiterías de Buenos Aires; diseñaron su logística de trabajo sobre las mesas de la ‘Richmond’, de la ‘London’, de ‘Las Violetas’ y hasta del tradicional ‘Tortoni’, adonde concurrían haciéndose pasar por un grupo de amigas que se juntaban a tomar el té o a celebrar cumpleaños. Vivían al filo de la navaja, en un contexto donde no existía el más mínimo respeto a los derechos humanos. Lo hacían movidas por el coraje, la indignación, el amor y porque sentían que ya no tenían nada más importante que perder. Transformando el dolor en resistencia, se abocaron a realizar un informe detallado de cada caso de niños y niñas nacides en cautiverio o secuestrados por el aparato represivo y de cada mujer desaparecida estando embarazada.
Intentaron presentar estos informes a los entonces principales líderes políticos de Argentina: Ricardo Balbín de la Unión Cívica Radical, Ítalo Luder del Partido Justicialista y Oscar Allende del Partido Intransigente. Los dos primeros evitaron comprometerse, atribuyendo la responsabilidad al accionar de los grupos guerrilleros, y el último se negó a recibirlas. El Episcopado argentino hizo lo propio. El Papa Juan Pablo VI ignoró el reclamo. En tanto que UNICEF y la Cruz Roja le dieron la espalda.
En lugar de replegarse, fueron por más. Se las ingeniaron para entregar estos informes al secretario de Estado norteamericano, Cyrus Vance, cuando visitó nuestro país en 21 noviembre de 1977. A partir de su asunción, el flamante presidente estadounidense James Carter se mostró interesado en esclarecer las denuncias a las violaciones a los derechos humanos practicadas. Durante su visita, Vance concurrió a Plaza San Martín para colocar un ramo de flores en la estatua del Libertador San Martín. Cuando terminó de depositar la ofrenda floral, empezó el revuelo: Madres y Abuelas, unas, con sus pañuelos, y otras, con un clavito negro atravesado en la ropa y un pañal de tela en la cabeza, comenzaron a reclamar a coro por la aparición de sus hijos y nietos, lograron así llamar la atención del funcionario norteamericano y entregarle los documentos. Ese mismo mes, las Abuelas presentaron su petición ante la Organización de Estados Americanos (OEA) que por primera vez dio curso al reclamo, dando intervención a la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH). Días después, el diario Buenos Aires Herald, dirigido por Robert Cox, publicó una carta de lectores de las Abuelas de Plaza de Mayo, dando a conocer que había niños desaparecidos en el país. El reclamo por los niños secuestrados y apropiados por la dictadura militar se instalaba así en la escena internacional.[2]
En nuestro país, el secuestro, desaparición y supresión de identidad a cientos de niños y niñas e hijos de personas desaparecidas, contó con la expresa complicidad de jueces, magistrados y magistradas que, aún notificados de los recursos Habeas Corpus, facilitaban la adopción o el abandono de les niñes en lugar de investigar su verdadera identidad. Uno de los casos más emblemáticos es del pequeño Emiliano Damián Ginés Scotto. La jueza Delia Pons, se rehusó a restituirlo a la familia biológica y ordenó su internación en la Casa Cuna, donde murió el 1º de septiembre de 1978. Tenía apenas 11 meses. En abril de ese año, las Abuelas habían solicitado a la Corte Suprema de Justicia que prohibiera la adopción de niñes registrados como NN y exigiera investigaciones exhaustivas sobre los orígenes de quienes tuvieran tres años o menos y hubiesen sido entregados en adopción después de marzo de 1976. Tres meses después, el alto tribunal rechazó la presentación y se declaró incompetente para tratar el problema.
Madres y Abuelas obtuvieron una importante repercusión internacional gracias a los periodistas extranjeros que vinieron a cubrir el Mundial de Fútbol de 1978. Un mes después de este evento, el 5 de agosto, en vísperas del día del niñe, el diario La Prensa publicó la primera solicitada donde se reclamaba por les niñes desaparecidos. El texto, llamado en Italia el Himno de las Abuelas, fue decisivo para comenzar a movilizar a la opinión pública internacional: “Apelamos a las conciencias y a los corazones, de las personas que tengan a su cargo, hayan adoptado o tengan conocimiento de dónde se encuentran nuestros nietitos/as desaparecidos/as, para que en un gesto de profunda humanidad y caridad cristiana restituyan esos bebés al seno de las familias que viven la desesperación de ignorar su paradero. Ellos son los hijos/as de nuestros hijos/as desaparecidos/as o muertos/as en estos últimos dos años. Nosotras, Madres-Abuelas, hacemos hoy público nuestro diario clamor, recordando que la Ley de Dios ampara lo más inocente y puro de la Creación. También la ley de los hombres otorga a esas criaturas desvalidas el más elemental derecho: el de la vida, junto al amor de sus abuelas que las buscan día por día, sin descanso, y seguirán buscándolas mientras tengan un hálito de vida. Que el Señor ilumine a las personas que reciben las sonrisas y caricias de nuestros nietitos/as para que respondan a este angustioso llamado a sus conciencias”.
El 31 de julio de 1979, con el apoyo del Comité de Defensa de los Derechos Humanos para los Países del Cono Sur (CLAMOR), Abuelas logra localizar a los hermanos Anatole y Victoria Julien Grisonas, de nacionalidad uruguaya y argentina, secuestrados en Buenos Aires por militares argentinos y uruguayos, trasladados a Montevideo y a Chile. En este último país, asolado por la dictadura de Pinochet, los niños fueron abandonados en una plaza de Valparaíso. Cuando Abuelas dio con ellos, corroboró que habían sido adoptados de buena fe por una familia chilena, con la que permanecieron, manteniendo un estrecho contacto con su familia biológica. Ese mismo año, Amnistía Internacional impulsó de un petitorio internacional por les niñes desaparecidos en Argentina que reunió 14.000 firmas, entre ellas la de Simone de Beauvoir, Constantin Costa Gavras y Eugène Ionesco.
El 6 de septiembre, la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) llegó a nuestro país para examinar la situación de los derechos humanos. Se instaló durante 14 días en Av. de Mayo al 760, donde hoy funciona la Procuración General de la Nación. La visita no contó con el beneplácito del poder de turno. La prensa local intentó desprestigiarla instalando el lema ‘Los argentinos somos derechos y humanos’. Abuelas aportó 5.566 casos documentados de desapariciones a la CIDH. El 14 de diciembre, en un duro informe, este organismo, condenaba las numerosas denuncias de desaparición de personas y en especial la desaparición de recién nacidos, infantes y niños/as. El secuestro de la beba Clara Anahí Mariani, tras el asesinato de su madre, es tomado como caso testigo por la CIDH que emplaza a la dictadura argentina a restituir la niña a su familia. Al día de hoy, Clara Anahí sigue desaparecida.
A comienzos de la década del 80, Abuelas contaba con el apoyo del Consejo Mundial de Iglesias, la Organización Católica Canadiense para el Desarrollo y la Paz, el Entraide Protestante Suisse (HEKS), la Organización Terre des Hommes, Danchurchaid (Folkekirkens Nødhjælp) de Dinamarca, el Comité Catholique contre la Faim et pour le Développement de Francia, el Rädda Barnen de Estocolmo, iglesias protestantes noruegas, y municipios, comunidades religiosas y ciudades de Alemania. Ese año, Abuelas localizó a las hermanas Tatiana Ruarte Britos y a Laura Jotar Britos, abandonadas en una plaza del Gran Buenos Aires tras el secuestro-desaparición de su madre. Entre 1980 y 1983, localizó a cuatro nietos desaparecidos.
Por entonces no existían métodos científicos para determinar positivamente la filiación, y los existentes —basados en los tipos de sangre— solo servían como prueba negativa, es decir para descartar una relación biológica entre dos personas, pero no para demostrarla. Abuelas indujo a los científicos Mary-Claire King y Cristian Orrego a descubrir el llamado “índice de abuelidad” que alcanza un 99,9 % de certeza sobre la filiación de una persona. En 1984, ya en democracia, Abuelas identificó, buscó y, por primera vez, logró restituir la identidad a la nieta desaparecida Paula Eva Logares. En este caso, la Justicia aceptó por primera vez la validez de la prueba de filiación establecida por medio del índice de abuelidad.
Entre 1986 y 1987, el gobierno de Raúl Alfonsín sancionó las leyes de impunidad y obediencia debida, evitando, así, que continúen los juicios a los responsables de los crímenes de lesa humanidad cometidos durante la dictadura militar. Estas leyes no lograron impedir a Abuelas seguir impulsando los juicios por apropiación de niñes.
Los casos de niñes secuestrados-desaparecidos se transformaron en un problema insoluble para las leyes de impunidad debido a que jurídicamente no podían ‘darse por cerrado’ en razón de la continuidad y persistencia del delito, así como por la existencia real de esos niños con identidades falsas y las localizaciones de los mismos que Abuelas continuaba realizando. Muestra de ello fueron la restitución de la identidad a la niña nacida en cautiverio Elena Gallinari Abinet, apropiada por un subcomisario de la policía bonaerense y la anulación judicial de la adopción irregular de la niña Ximena Vicario. En 1997, Abuelas inicia uno de los juicios más importantes sobre violaciones de derechos humanos en la Argentina. La causa penal, donde se investiga la apropiación de 194 niñes, plantea que el secuestro de bebés formó parte del plan sistemático de desaparición de personas orquestado desde el Estado durante la dictadura cívico-militar-eclesiástica.
En 1997, Abuelas lanza la campaña ‘¿Vos sabés quién sos?’ y crea junto a la CONADI, la Red por la Identidad, con el fin de permitir que los jóvenes con dudas sobre sus orígenes pudieran corroborar su identidad. A partir de entonces, distintos sectores de la cultura se involucraron expresamente con la búsqueda de Abuelas. Lo manifiestan a través del teatro, la música, el arte, el cine, la literatura y la televisión. Esta acción facilitó la resolución de cientos de casos de nietes desaparecidos.
A nivel internacional, Abuelas promovió la incorporación del derecho a la identidad en la Convención Internacional sobre los Derechos del Niño. Hoy en día, las Abuelas de Plaza de Mayo, siguen bregando para que sus nietos/as y sus bisnietos/as recuperen el derecho a la identidad que les ha sido arrebatado, exigiendo juicio y castigo a los responsables de este delito y proponiendo condiciones jurídicas para que nunca más se repita esta terrible violación a los derechos de les niñes.
Las abuelas se están yendo. Les nietes siguen brotando. Ni el negacionismo ni la ignominia jamás podrán borrar la Memoria.
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[1] Mirta Acuña de Baravalle. El 28 de agosto de 1976, fue secuestrada-desaparecida su hija Ana María Baravalle, quien se encontraba embarazada, junto a su yerno Julio César Galizzi.
Beatriz H. C. Aicardi de Neuhaus. El 16 de marzo de 1976, ocho días antes de que se instalara la dictadura militar, fue secuestrada-desaparecida su hija Beatriz Haydee Neuhaus de Martinis, quien se encontraba embarazada de cuatro meses, junto su yerno Juan Francisco Martinis.
María Eugenia Casinelli de García Irureta Goyena. El 24 de agosto de 1976, fue secuestrada-desaparecida su hija María Claudia García Irureta Goyena, embarazada de siete meses y su yerno a Marcelo Ariel Gelman, hijo del poeta Juan Gelman.
Eva Haydee Márquez de Castillos Barrios. El 5 de mayo de 1977, fue secuestrada-desaparecida su hija Liliana Graciela Castillos Barrios, quien se encontraba embarazada, junto su yerno Héctor Rafael Ovejero.
María Isabel Chorobik de Mariani. Casada con el destacado director de orquesta Enrique José Mariani (1921-2003), el 24 de noviembre de 1976, las fuerzas de seguridad atacaron la casa en La Plata de su hijo Daniel Mariani y su nuera Diana Teruggi, militantes de Montoneros, quienes tenían una hija de tres meses, Clara Anahí. En el ataque, murió su nuera, otras tres personas y fue secuestrada la beba. Al año siguiente fue asesinado también su hijo. Falleció ese año sin encontrar a su nieta.
Celia Giovanola de Califano. El 16 de octubre de 1976, fue secuestrada-desaparecida su hijo Jorge Oscar Ogando y su nuera a Stella Maris Montesano, quien se encontraba embarazada de ocho meses.
Clara Jurado. El 12 de abril de 1977, fue secuestrada-desaparecida su hijo Carlos María Roggerone y su nuera a Mónica Susana Masri de Roggerone, quien se encontraba embarazada de dos meses, y fue trasladada al centro clandestino de detención de Campo de Mayo, donde existía una maternidad clandestina.
Leontina Puebla de Pérez. El 28 de marzo de 1977, fue secuestrada-desaparecida su hija María Hilda Pérez, quien se encontraba embarazada de cinco meses. Poco después también fue secuestrado-desaparecido su yerno José María Laureano Donda.
Raquel Radio de Marizcurrena. El 11 de octubre de 1976, fue secuestrada-desaparecida su hijo Andrés Marizcurrena y su nuera a Liliana Beatriz Caimi, quien se encontraba embarazada de cinco meses.
Vilma Delinda Sesarego de Gutiérrez. El 26 de agosto de 1976, fue secuestrada-desaparecida su hijo Oscar Rómulo Gutiérrez junto a su nuera Liliana Isaben Acuña de Gutiérrez, quien se encontraba embarazada de cinco meses.
Haydee Vallino de Lemos. En 1976, fue secuestrada-desaparecida su hija Monica María Lemos de Lavalle, quien se encontraba embarazada de ocho meses y su esposo Gustavo Lavalle. Con ellos también secuestraron a su hija de catorce meses, María, que fue reintegrada a sus familiares poco después.
Alicia Zubasnabar de De la Cuadra. Durante la dictadura militar autodenominada Proceso de Reorganización Nacional (1976-1983), fueron secuestrados-desaparecidos su esposo, un obrero de Propulsora Siderúrgica, de Ensenada, hijo Roberto José y su hija Elena, quien se hallaba embarazada, a su yerno Héctor Baratti y a su otro yerno Gustavo Ernesto Fraire, con su nieto que sí recuperó. Luego se enteraría que, el 16 de junio de 1977 nació en cautiverio su nieta, a quien la madre llamó Ana Libertad. Ninguno de ellos volvió a aparecer.
[2] El régimen militar se cobró esta audacia, el 8 de diciembre de 1977 fueron secuestradas y desaparecidas en la puerta de la Iglesia de la Santa Cruz, la Madres de Plaza de Mayo María Ponce de Bianco, Esther Ballestrino de Careaga y doce familiares de detenidos desaparecidos, entre ellos las monjas francesas Alice Domon y Léonie Duquet. El entregador fue el marino Alfredo Astiz, infiltrado entre las filas de familiares. Se habían reunido en ese lugar para acordar el texto de la solicitada que el diario La Prensa publicó el 10 de diciembre. El mismo día que fue secuestrada y desaparecida en la puerta de su casa, la fundadora de Madres, Azucena Villaflor.