Aquí estoy: un registro sensible
por Maia Kiszkiewicz
El 2020 es un año lleno de limitaciones y, para la cultura, eso se convierte en desafío. Por la supervivencia económica y, también, por el seguir construyendo de manera grupal a pesar de la imposibilidad del contacto entre los cuerpos. Ante esto, surgen alternativas como Aquí estoy, una obra que logra comunicar a personas de diversos territorios conformando un entramado poético que documenta relatos en primera persona de vida en pandemia.
Esta obra actualiza la idea de los amigos por correspondencia que antes, cuando no había internet, se conectaban dejando su dirección en la sección de “Cartas de lectores” de alguna revista especializada. Ahora, y potenciados por la virtualidad,
los relatos íntimos surgen de diálogos por WhatsApp escritos a partir de una consigna que Manuela Méndez, Licenciada en Actuación de la Universidad Nacional de las Artes (IUNA) y creadora del proyecto, envió a cada participante. Así, cada persona cuenta qué va a querer recordar de este 2020 en diez años o qué siente que está perdiendo de su vida pasada.
El entrar en www.aqui-estoy.com.ar no sólo es una posibilidad de lectura, sino también es viajar de forma virtual por un mapa que permite conocer el barrio y la casa donde se ubica el celular de cada uno de los participantes que produjo y recibió escritos durante este proyecto. Pregunta, respuesta y diálogo superan fronteras para demostrar que cada persona está aislada, pero no sola y que lo que pasa en un lugar del mundo, por más lejano que parezca, afecta a cualquiera. “Estamos todos en la misma. Pero, a la vez, es importante dar cuenta de las diferencias y entender las cuestiones culturales. No es lo mismo pasar un confinamiento en Europa que en Latinoamérica”, dijo Manuela Méndez en comunicación con Periódico VAS.
¿Cómo elegiste a las personas para el intercambio?
Mi idea era abrir el espacio a 30 participantes. Lo publiqué en mi instagram y en las redes del centro cultural belga con el que trabajé. Pensaba dejar los formularios abiertos una semana y juntar a la gente con tranquilidad, pero en los primeros dos días se desbordó todo y cerré las inscripciones. La decisión fue no filtrar, por lo que quedaron casi 70 personas.
Después, la selección de cómo juntar a la gente tuvo que ver con presunciones. Cuando alguien se anotaba tenía que escribir una serie de cosas en un formulario de google drive. Por ejemplo, definir con 3 adjetivos cómo se encontraba en relación a la pandemia, cuál era su canción preferida o a qué se dedicaba. Eso me permitió tener una caracterización superficial de cada persona. En función de eso, generé las duplas de trabajo. A veces mezclé por profesión. Otras por diferencia etaria. Hay gente muy joven que dialogó con adultos mayores, por ejemplo. Lo que se repitió es que quienes interactuaban no compartían idioma.
¿Qué sentís que se logró con estos intercambios?
Un retrato de época. Hay algo de la cuestión del registro y del archivo que me parece re importante. También el pensar cuáles son las voces que queremos que prevalezcan de este momento. Porque estamos muy atravesados por los discursos que tienen que ver con cifras o con las pujas que se dan en la disputa del sentido común, pero las palabras que circulan pocas veces quedan atravesadas de lo subjetivo y del lugar de las emociones como condición de lo político por fuera de la idea que la gente se deprime y se queda adentro. Hay relieves de lo subjetivo y lo singular que pueden armar trama y constituir un relato posible de este momento.
Aquí estoy da lugar a gente que tenía ganas de expresarse y que muchas veces no es representada desde los medios. ¿Qué tenemos para decir nosotres? ¿Qué aprendimos? ¿Qué nos atraviesa más allá de pensar si la culpa la tiene la provincia o la ciudad?
A la vez, no conocemos la identidad total de quienes enuncian. ¿Por qué?
Partir del anonimato habilitaba mayor intimidad o una construcción más genuina entre los participantes. Sólo están los nombres de quienes decidieron ponerlos. Nombres, no apellidos. Sin embargo, vemos donde viven. Algo de la intimidad. Esa decisión tuvo que ver con que la gente pudiera comunicarse sin la carga de la identidad.
Y, cómo no compartían idioma, se ayudaban con la traducción del google translator que, por defecto, traduce siempre al masculino. Entonces, al menos que la persona utilice una palabra muy específica del uso femenino, su dupla pensaba que estaba hablando con un varón (autopercibido varón) y por ahí no.
Después, cada quien decidía si se presentaba con más detalles o no, pero no era parte de las consignas.
¿Cómo se producía el intercambio de consignas? ¿Se las enviabas vos?
La idea era unificar y armar un dispositivo que permita el juego. Lo que hice fue separar a la gente en dos equipos. Algunos recibían la consigna un domingo y tenían que enviar su respuesta, junto con la siguiente consigna, a un participante del otro equipo. De ese modo se generaba una especie de cadáver exquisito y una necesidad implícita de la otra persona para que el juego continúe.
A través de las respuestas a estas consignas se genera, en cada texto, una trama que incluye inicio, nudo y desenlace. Hay personas/personajes que se transforman mediante la experiencia. Se arma una trama narrativa…
Si. Un poco la progresión de las preguntas apuntaba a eso. A la polifonía y a una trama colectiva. Las preguntas empiezan de lo general a lo particular. De una reflexión sobre el exterior a la situación íntima de contar un secreto. Y eso dio para que cada quien se meta como quiera con la consigna. Lo cual estuvo bueno porque la singularidad de cada grupo fue clara y se produjo una intimidad muy grande.
Lo interesante aparece en la construcción colectiva que queda a la vista cuando aparece como procedimiento de relato narrativo el mapa que se ve en la web. Ahí queda claro que las experiencias, que suceden al mismo tiempo, pueden ser diversas. Y lo que me encanta y me conmueve es que el proyecto llame a la acción. A que haya transformación. Porque abre preguntas para quienes formaron parte activa y para quienes leen en calidad de visitante.
Las experiencias son diversas y espacios como Aquí estoy son relato y acción cultural. Hay un pedido por que se declare la emergencia cultural, ¿cómo ves la situación y por qué te parece importante seguir llenando el mundo de cultura?
Hay una emergencia cultural. Está difícil y ahora se puso de relieve la precarización laboral que vivimos desde siempre. Por ejemplo, no hay un censo. No sabemos cuántos somos. Es realmente complejo y no puede ser que necesitemos una pandemia para darnos cuenta del nivel de indefensión en el que estamos sumidos y sumadas. La situación no se termina más porque no aparecen las medidas. Se necesita una intervención del Estado.
Mientras, quienes hacemos cultura seguimos diciendo que acá estamos. Hay una parte de la posición del hacer que es política. A mi no me van a parar. A mi y a toda la gente que trabaja en esto. Porque desde todos los sectores proponemos y construimos instancias de transformación. Pedimos lo que necesitamos, pero no hay una escucha. La insistencia en tratar de seguir produciendo y seguir haciendo es parte de decir aquí estoy. Acá estamos.