Bajo la sombra del águila

Argentina y las políticas de Trump

por Juan Pablo Costa
@juanpcostaok

La victoria de Donald Trump para la presidencia de los Estados Unidos posiblemente sea uno de los acontecimientos políticos más importantes del año con implicancias en todo el mundo. En esta modesta columna intentaremos analizar el impacto y las consecuencias que tendrá para nuestro país.

Make America Great Again
La cercanía político-ideológica entre Trump y Milei es, a estas alturas, bastante conocida. Por eso, muchos analistas comentaban la contradicción entre el presidente electo norteamericano, con su ímpetu proteccionista, y el libertario argentino que, además de demoler el Estado, se propone eliminar regímenes especiales y barreras arancelarias. Sin embargo, dicha contradicción no es más que una apariencia. Analicémoslo con más detalle.
En materia económica, Trump se caracteriza por haber sido un presidente que impulsó la re-industrialización norteamericana. Es lógico, es uno de los ejes que le ganó el apoyo de la clase obrera industrial, herida de muerte luego de la relocalización de empresas industriales norteamericanas en Asia durante la década del 80 y 90, con el objetivo de aprovechar la economía de escala asiática y los bajos salarios.
Hoy la situación es muy diferente. Asia, centralmente China, dejó de ser un país de bajos salarios para convertirse en un mercado interno demandante y dinámico. Además, producto de la pandemia y el recrudecimiento de conflictos armados aquí y allá, disminuyó el atractivo de las Cadenas Globales de Valor para el capital multinacional. No es casualidad que una de las principales fuentes de apoyo electoral para Trump, ya desde 2016, haya sido el Cinturón de Óxido, metáfora de la decadencia del conjunto de ciudades del noreste y norte, que conformaban el principal complejo industrial norteamericano. En esa clase obrera pauperizada, el slogan republicano pega fuerte: “Hagamos grande a Estados Unidos de nuevo».
El otro elemento que suele atribuirse a Trump es un supuesto pacifismo. Para ello se señala que las últimas administraciones demócratas tuvieron innumerables intervenciones militares, mientras que Trump acercó posiciones con Rusia y Corea del Norte, además de comenzar la retirada de Afganistán. Sin embargo, no se trata de pacifismo humanista. La política trumpista es la expresión de una fracción del poder económico norteamericano que reclama toda la atención y recursos en enfrentar a China. Se trata de una mirada consciente de que las épocas de hegemonía incuestionable de los Estados Unidos se agotaron. Ya no se puede estar jugando a ser el gendarme del mundo, sino que hay que reorientar los recursos contra el verdadero enemigo: la República Popular China.
En este sentido, el proteccionismo e industrialismo trumpista no es una política progresiva, sino que expresa la desesperación de un imperio en decadencia. Resulta cuanto menos irónico que los paladines de la libertad deban recurrir a medidas arbitrarias, o sea no competitivas, para frenar el crecimiento y la enorme productividad de la China de Xi Jinping y el Partido Comunista.
El declive norteamericano no es sólo en términos de hegemonía política, sino que se manifiesta cultural y socialmente. La deslocalización del capital norteamericano tuvo un alto costo social. Según estadísticas oficiales, de 2021 en Estados Unidos, en 28 estados la principal causa de muerte entre las personas de 18 a 44 años es la adicción al fentanilo u otros opioides sintéticos; en otros 14 estados la principal causa de muerte es el suicidio; en 3, homicidios; y en 4 estados, enfermedades cardiovasculares.
Por eso, Trump encarna una reacción por derecha de una parte significativa de trabajadores y sectores marginados, quienes culpan de su situación tanto a la élite liberal (la casta, diría Milei) como a los inmigrantes. En ese sentido, lejos de ser contradictoria, la política liberalizadora de Milei es el reverso de la misma moneda, porque expresa el alineamiento del poder económico local con Estados Unidos en la guerra comercial que se avecina.

Efecto mariposa
Más allá de los planteos conservadores en el plano ideológico, es interesante esbozar algunos impactos concretos para nuestro país de la política que Trump prometió en campaña.
En primer lugar, el ahora presidente electo prometió fuertes subas de aranceles de importación para favorecer un proceso de reindustrialización interna. Su promesa fue de 20% de incremento general, 60% para los productos chinos y del 100% para los vehículos chinos. Esto implica una aceleración inflacionaria para el gigante norteamericano que algunos analistas ubican cercana a 3 puntos. Para contrarrestar esta dinámica, es muy probable que asistamos a una suba de tasas de la Reserva Federal. De hecho, apenas conocida la victoria del republicano, la Reserva Federal anunció una pausa en el proceso de bajar las tasas que venía realizando.
¿Y esto que tiene que ver con Argentina? Es que una suba de tasas en Estados Unidos suele venir acompañada de dos fenómenos. El primero es un encarecimiento del crédito para todo el resto de los países, especialmente los emergentes, como es el caso de la Argentina. El segundo es que suele provocar el llamado fly to quality, el vuelo a la calidad, que consiste en una reversión de los flujos de capitales que migran de las economías periféricas hacia el centro, atraídos por el mayor retorno financiero derivado de la suba de tasas.
Los dos fenómenos impactan en Argentina. Un encarecimiento del crédito puede poner en jaque el plan de Milei y Caputo de emitir bonos de deuda soberana para hacer frente a los vencimientos de deuda que enfrenta el país a partir de 2025. Y una reversión del flujo de capitales puede hacer tambalear la estabilidad cambiaria, complicando aún más la salida del cepo. Como en la teoría física del efecto mariposa, pequeños cambios en la política monetaria del país del norte pueden provocar grandes acontecimientos en nuestro país.
Es cierto que la afinidad política entre Trump y Milei puede favorecer las negociaciones con el FMI en torno a un nuevo acuerdo. Pero más allá de ello, los fundamentos económicos del programa trumpista no son favorables a nuestro país, y mucho menos al modelo económico que construyó el gobierno libertario durante su primer año de gestión.

De promesas americanas a realidades chinas
En el mediano plazo, el recrudecimiento de la guerra comercial entre Estados Unidos y China puede dejar a la Argentina en un lugar incómodo, ya que tanto su gobierno como el círculo rojo tienen preferencia por los norteamericanos, pero el vínculo con China es imposible de subestimar por varias razones. La primera es que es nuestro segundo socio comercial, por detrás de Brasil. Más allá de las bravuconadas presidenciales, la Argentina no puede simplemente prescindir del comercio con el gigante asiático. La segunda es que existe cierta complementariedad entre las dos economías, justamente lo que posibilitó el crecimiento del intercambio comercial durante los últimos 25 años. No es la misma situación con Estados Unidos, con el cual competimos en muchas de nuestras exportaciones como energía, soja, trigo y maíz.
La tercera razón es que China es una potencia dispuesta a abrir la billetera, es decir, a invertir incluso en grandes proyectos de infraestructura, como el caso de las represas del Sur argentino. El impacto en nuestro país es aún mayor porque la brecha de escala entre ambas economías explica que inversiones relativamente pequeñas para los chinos, sean muy significativas para Argentina.
Complementariamente a todo esto, China desarrolló instituciones financieras propias, como el Banco de Desarrollo de China (CDB) o el Banco de Exportaciones e Importaciones de China (BEIC), que agilizan las inversiones que realiza China en el Exterior. Esto es muy distinto a la situación norteamericana, que no tiene para ofrecer ni el financiamiento ni instituciones ágiles. Resalta la velocidad con la cual el Banco Central chino refinanció el swap por 5 mil millones de dólares con la Argentina, mientras organismos multilaterales como el BID o la CAF otorgan financiamiento a cuentagotas.
Esto es lo que explica cierto viraje pragmático de Milei en las últimas semanas, cuando pasó del “no negocio con comunistas” a “los chinos me sorprendieron gratamente porque no piden nada, sólo que no los molesten”. La guerra comercial que Trump planea desatar contra China pondrá a prueba la tradicional paciencia estratégica de Beijing. No hay sólidas razones estructurales que expliquen la subordinación automática y sin beneficio de inventario que Milei hace con los Estados Unidos. No hay racionalidad en aliarse con una potencia en declive. La política argentina debiera ser por el desarrollo autónomo en el marco de un proceso de integración regional, aunque dicha política no parece estar en el menú libertario.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *