Carolina Iannuzzi: la libertad entre rejas
Por Celeste Choclin
Es actriz, pero no le interesa el divismo. A la docencia siempre la miró de reojo, hasta que descubrió que el teatro puede ser un lugar de libertad en contextos de opresión social.
Carolina Iannuzzi nació en el barrio de Saavedra, estudió teatro en la escuela Casto Munita. Pasó por la Universidad de Belgrano, la Escuela de Augusto Fernández y los talleres de Julio Bocca. La maternidad le significó un replanteo en sus aspiraciones actorales. Decidió no abandonar la actuación, pero sí los divismos propios de la profesión. Transitó entonces por distintas experiencias comunitarias. Desde hace cinco años dicta clases de teatro en la unidad penitenciaria número 46 de San Martín, en José León Suárez. Lo hace por vocación, sin cobrar un peso. Intramuros, logró conformar un grupo de teatro mixto que hace obras de creación colectiva: Luces Libres. Una compañía integrada por presidiarias y presidiarios que, pese a la represión, brilla sobre las sombras del sistema carcelario.
Teatro desde un lugar social
Espontánea, inquieta y precisa, así es Carolina. Mientras hace los preparativos para el mate, dice a Periódico VAS que en su adolescencia soñaba ser una buena actriz nacional: “Si termino siendo docente, me mato”, pensaba.
P. VAS: ¿Cómo fue tu acercamiento a un teatro de carácter social?
Me empecé a saturar del ambiente de teatro, de tanto divismo bohemio… Y le encontré una vuelta desde este lugar social.
Hoy puedo decir que me gusta tanto laburar en la cárcel como actuar -señala y recuerda su paso por el grupo La Mueca, donde hizo sus primeros acercamientos al mundo carcelario-. Hicimos un taller de verano con hombres que estaban en la Unidad N°19 de Ezeiza y salían de transitoria. Fue una experiencia hermosa. La Iglesia de la Santa Cruz, la misma donde fueron secuestradas las monjas francesas, nos prestó el espacio. Y se armó una compañía que se llamaba Los Atorazos de la Santa Cruz, porque cada vez que alguno hacía una improvisación muy buena le decían: ¡Qué atorazo! -se ríe Carolina con todo el cuerpo-. Luego, junto a Mercedes Ferrería, empezamos a dar talleres en el barrio la Cava de San Isidro. Y más tarde, nos acercamos al penal de San Martín, que recién se inauguraba y estaba todo muy verde.
Un ambiente hostil
P. VAS: ¿Qué pasó en el penal?
No había nada de nada. Caímos en un penal donde las pibas y los pibes (porque es mixto, pero están cada uno por su lado) lo único que hacían era estar en la celda y salir cada tanto al patio. Así que los dos primeros años fue remar en dulce de leche. La cárcel está pensada como un lugar para que no salga ni entre nadie. ¡Si al familiar que va de visita se le hace difícil, imaginate a dos actrices poniéndose a dar teatro! El lugar es sumamente hostil. Un ambiente de lo más agobiante. A veces estás dando la clase y te pasan cerca unas ratas que son casi del tamaño de un perro. ¿Pero quién le va a dar prioridad a arreglar las instalaciones de una cárcel? No se les ocurre. “¡Que se pudran!”, piensan. Recorrí distintos penales y sólo tuve una alumna de clase media, todos los demás: pobres, marginales, sin recursos, viviendo en condiciones infrahumanas.
¿Cómo fue empezar a hacer teatro en ese contexto?
En principio, nosotras planteamos un taller mixto y se nos rieron en la cara. Empezamos con mujeres, pero rotaban todo el tiempo o venían empastilladas, muy dadas vuelta y era difícil mantener una continuidad. Así y todo ese año terminamos sacando una muestra: La Casona Feliz, que era una parodia de la cárcel. En un momento asumió un director que nos hacía mucho la guerra, llegamos a dar el taller en una celda. Éramos diez mujeres en un cuadrado que no entrábamos ni paradas. Era un poco como para espantarnos, pero nosotras hacíamos el taller igual. En la cárcel vos te tenés que ganar el territorio, ir aunque no te bajen a la gente. Al principio les decíamos: “Chicas, nosotras siempre venimos, si les dicen que no estamos es mentira, pidan que las bajen y nosotras vamos a hacer fuerza desde afuera”. Por lo general, el servicio no quiere hacer mucho movimiento. Después organizamos los Festi-penales, les llevábamos espectáculos. Antes, las chicas lo único que miraban era la tele. Les trajimos bandas, murga, teatro, de todo… Aunque a veces, por alguna arbitrariedad, nos dejaban a la mitad de los artistas afuera. A pesar de estar autorizados, el guardia te decía que no y era no.
¿Se acomodaron las cosas?
En 2011 empezó a funcionar la escuela primaria y secundaria y esto daba otro marco. Nos dejaron hacer el taller mixto y se armó un grupo grande. Me acuerdo que en la ronda inicial una chica dijo algo que creo que se respetó siempre: “Nunca nos quieren mezclar porque dicen que juntar hombres y mujeres es para bardo, tenemos la oportunidad de demostrar que no es así”. Todos estuvieron de acuerdo y la verdad es que nunca hubo un solo problema. El taller mixto empezó a ser mucho más fluido, más llevadero, nosotras pudimos empezar a exigir más.
El teatro en la cárcel
P. VAS: ¿Cómo es una clase típica?
Van llegando de a poco, nunca llegan todos juntos -Carolina se pone de pie y acompaña con su cuerpo las palabras, imita los gestos rígidos de los alumnos que van llegando-. Comenzamos con los clásicos juegos infantiles, como la mancha, el pato ñato, y luego pasamos a ejercicios más teatrales. No es sencillo plantear un espacio de creatividad en este ámbito -Carolina deja los gestos y los juegos, toma asiento y explica-. La dificultad con la que nos encontramos desde un principio es que no podían pensarse fuera y cualquier improvisación se centraba dentro de la cárcel: estamos en la hora de visita, en el patio, estamos en la celda. ¡Era escalofriante porque no podían volar con la cabeza! Hasta que finalmente lo lograron -Carolina enciende una sonrisa y abre las manos-. Ahora te dicen: “Me fui a Mar del Plata, estuve en la playa, me levanté tres minas” -ríe Carolina-. Se trata de jugar mucho, de armar situaciones que los saquen con la cabeza de la cárcel.
¿Qué cambios podés ver que se dan en la clase de teatro con respecto a su cotidianeidad en la cárcel?
Te diría que cualquier ejercicio de teatro les cambia la estructura. En la cárcel el cuerpo está muy medido: no podés mostrarte mucho, tenés que pasar un poco desapercibido, pero a la vez se te tiene que notar un poco, porque sino podés parecer sospechoso. Es un punto medio muy estresante. Entonces vienen con tal rigidez que cualquier ejercicio corporal los cambia. Se ve en la mirada, es como si te hicieran un masaje, te aflojás y tu cuerpo dice: “esto también podría ser así y me había olvidado”.
De todas maneras es complicado, en un lugar donde todos los derechos humanos están siendo violados, es muy difícil decir: “Bueno, no pasa nada… Ahora vamos a hacer teatro”.
Las chicas nos contaban que en una época venía un psicólogo y ellas odiaban verlo porque las dejaba “todas revueltas” y se tenían que volver así a la celda. Cuando las chicas están mal no lloran. Las chicas se cortan. Dicen que en el momento no lo sienten, que les duele después. Es la única manera que encuentran para sacarse la angustia, la desesperación de lo que están pasando -las manos de Carolina se cierran-. En realidad, debería haber todo un sistema de contención y no un psicólogo aislado.
¿Por eso preferís trabajar desde el humor?
Sí, el humor es sanador y transformador. Por eso trabajamos desde ese lugar. La idea es que ellos puedan expresar lo que desean, no desde un lugar pasatista o como mero entretenimiento. Tratamos de que digan lo que sienten y lo trabajen desde la comicidad, desde el ridículo. El teatro te expone mucho, los chicos se abren un montón y uno tiene que ser responsable por eso.
Las temáticas de las improvisaciones deben ser diferentes a las que pueden surgir dentro de un grupo de clase media en un centro cultural ¿Te acordás de alguna situación sorprendente?
Hubo una historia en 2009, cuando estábamos con mujeres solas. No venían las chicas, y de pronto bajan sólo dos. Decidimos no suspender la clase y actuar también nosotras. Le propusimos a una de las chicas que fuera a pasear a una feria y comprara aritos, pero dijo que no sabía: “Es que yo nunca compré”. Era una chica que venía desde los 15 años dando vueltas por institutos de menores. Entonces su compañera le propuso: “Metele caño”. Era invierno, estábamos con las bufandas, y la ataron con bufandas a Mercedes que hacía de la vendedora, hicieron el robo y después festejaron, se morían de risa.
Yo les propuse pasar a la escena siguiente, donde una de las chicas sería la vendedora y la otra, una amiga a la que le contaba lo que le había pasado. Fue muy impresionante. Le empezó a contar a la amiga y de pronto cortó la improvisación. “¿Cómo quedará la gente cuando hacemos esto?”, dijo. Y empezó a reflexionar: “Yo cuando salía a robar nunca miraba a la gente a los ojos, sabía que estaba mal y nunca me gustó eso de lastimar”. Nos quedamos heladas.
De todas maneras, tenemos claro que no vamos a la cárcel a bajar un mensaje moralista -Carolina golpea la mesa con el mate y dice con bronca-. Para juzgar primero deberíamos pasar por su situación: dormir en la calle o en la villa, comer de la basura, mirar la tele y desear todo lo que propone este mundo consumista, embarazarte porque encontrás que es la única manera que tenés de irte de tu casa, donde tu padrastro abusa de vos… Por eso creemos que no se puede ir a la cárcel a concientizar y decir lo que está mal y lo que está bien, porque primero tendríamos que atravesar la vida de ellos. Es una vida muy difícil, necesitás descargarte y también anestesiarte. El teatro sirve para contarlo, para encontrar nuevas formas de expresión y también para marcar el precedente de una idea de comunidad, que aún en la cárcel es posible constituir. Los pibes tienen muy en claro que en el teatro no te podés manejar con los códigos del pabellón: no se habla tumbero, porque todos tenemos que poder entender, hay que respetarse y siempre mirar a los ojos. Es la calle dentro de la cárcel y haberlo logrado es mérito del grupo.
¿Y de ese grupo surge hoy un elenco: Luces Libres?
Sí, ya hay una suerte de elenco estable. Bueno, tiene la dinámica de una murga porque la gente va rotando por los traslados, o sale en libertad y va cayendo gente nueva. Desde 2011 hacemos obras, no hacemos más muestras, y las presentamos una temporada. Son obras de creación colectiva, vamos viendo qué temas van saliendo a lo largo del año y luego armamos. Una fue Bar los amigos. Lo que plantea esta obra es que cuando salís de la cárcel sos pobre, vivís en la villa y además tenés antecedentes; por lo tanto, si lográs trabajar, te morís de hambre. Al tema le encontramos la vuelta teatral y resultaba muy cómico.
Yo tenía dos sueños -rememora Carolina-, el primero era hacer un taller mixto (ya lo logramos) y después, que el grupo tuviera autonomía. Porque parece que siempre tiene que venir alguien de clase media a “evangelizar” con la educación y creo que eso tiene que cambiar. Nosotras no vamos durante el verano y en este último pasó algo maravilloso. Hay un chico que se llama Javi, pero le decimos el comandante porque es igual a Chávez, que está desde que el grupo es mixto y es muy comprometido con el trabajo. A él lo dejamos como director y a Alejandra, una señora que tiene un espíritu muy maternal, como asistente. En el verano pasado dieron el taller de teatro ellos dos, se sumó gente nueva y después me invitaron a ver la muestra. Para mí fue una gran alegría ver que el grupo puede funcionar solo. Además, ahora para cada efeméride el servicio les pide que hagan alguna representación y ellos ya la arman solos.
Volar entre rejas
P. VAS: A partir de esta experiencia ¿Qué función te parece que cumple el teatro en la cárcel?
Para mi el teatro en la cárcel es poner la calle en un espacio oscuro y cerrado, es poder volar con la imaginación aún estando entre rejas, es sentirse libre a pesar de estar en las condiciones más extremas. Ahora, si hablamos de grandes transformaciones en la cárcel, tenés que prepararte para saber que no las vas a ver, que tal vez se produzcan a largo plazo porque hay un entramado muy complejo y perverso. Pero que, aún así, una pequeña semilla queda y tarde o temprano va a dar sus frutos. Me acuerdo de una mujer que me dijo que a partir del teatro iba a poder ser mejor madre. Al principio no le entendí, entonces me contó que nunca había podido compartir demasiado con sus hijos y como en el taller había jugado tanto, sentía que iba a poder relacionarse de otra manera con ellos. Se trata de esas pequeñas grandes cosas.
La entrevista debe terminar aquí. Antes de despedirnos, Carolina dice: no puedo dejar de mencionar a Celeste, una mujer increíble, que supo desplegar la actriz que llevaba dentro. Se llama Celeste Badie y hoy, ya fuera de la cárcel, se ha convertido en mi actriz fetiche.
Una puerta que se abrió
Celeste estaba presa en el Pabellón de Población del Penal N°46 de San Martín donde los derechos humanos son palabras que carecen de sentido. Un día la llamaron para que bajara a hacer un taller de teatro: “Fui por curiosidad, ¡no me imaginaba cómo dos chicas se iban a venir hasta acá para hacer teatro! Después me enganché un montón”, confiesa. En su vida había visto teatro, y menos actuado. Ponerse en la piel de personajes, jugar, inventar historias, le ayudó a sobrevivir en ese espacio tan oscuro y a calmar la ansiedad de su pronta salida en libertad. “Me gustaría destacar el trabajo de estas chicas, creo que ellas no dimensionan lo importante que es para nosotras. Para mí, fue una puerta que se abrió en un lugar donde todas las puertas están cerradas.”
En 2010 Celeste salió en libertad y las profesoras de teatro le perdieron el rastro. Pero la semillita del teatro había quedado revoloteando. El año pasado se encontró de casualidad con Carolina Iannuzzi en Constitución y le propuso volver a hacer teatro. Se pusieron a ensayar y armaron juntas el unipersonal Nos fuimos hasta abajo, dirigido por Iannuzzi, donde Celeste Badie despliega su talento. Lo presentaron en diciembre en Espacio Machado, un centro cultural que abrió Mercedes Ferrería. “La función fue hermosa, muy distinto a actuar en el penal, allí era una presa, no me podía exponer tanto porque sentía a la policía como una sombra permanente. Me encantó la experiencia y nos pidieron que repitamos, así que ahora volvemos a ensayar”, dice orgullosa.
El sábado 2 en en Los Chisperos
Como actriz, Carolina Inannuzzi interpreta un Stand Up de «corte peronista» intitulado Amante Pueblo, donde personifica a una militante que lidera una agrupación peronista ‘no orgánica’ llamada: ‘Amantes pueblo, unidas y organizadas venceremos a las esposas’, que brega por la incorporación de la figura de la amante en el Código Civil. El próximo que sábado 2 de agosto a las 21, se presentará en Los Chisperos de calle Carlos Calvo 240 en el barrio de San Telmo. (Ver nota)