Confitería y Café Piazza Buenos Aires
por Gabriel Luna
Luis Sáenz Peña 24 (entre Rivadavia y Av. de Mayo)
PARTE I
Desde que Lorea construyó una plaza donde funcionó un mercado indio y después hubo mazorqueros, un molino harinero, soldados, guerras, un globo aerostático, trincheras, y una confitería italiana.
En el año 1782, Isidro Lorea, un alarife y ebanista vasco, que hacía tallas religiosas, dorados a la hoja y trabajaba desde hacía un decenio en los retablos principales de la Catedral y la iglesia de San Ignacio, decidió bajar de los altares y fundar sus negocios en cosas más terrestres. Compró entonces dos hectáreas en las afueras de Buenos Aires, donde confluían las rutas del norte y del oeste -actuales avenidas Callao y Rivadavia, respectivamente-. Donó parte del terreno al municipio para hacer una feria, posta de carros y carretas, y construyó alrededor dos barracas y múltiples cuartos -recovas similares a las edificadas pocos años después en la Plaza Victoria- donde vender al menudeo los productos que llegaban del Interior.
El lugar se denominó, Mercado de Lorea, Hueco de Lorea y, mucho más tarde, Plaza Lorea. En el año 1800, el alarife Lorea vendió una de las barracas al español Pablo Villarino. Hoy, funciona allí la Confitería y Café Piazza. El vasco Lorea creó un pujante centro comercial y negocio inmobiliario, hizo fortuna pero tuvo un final trágico relacionado con su riqueza. El 4 de julio de 1807 durante la Segunda Invasión Inglesa, la tropa de Whitelocke saqueó la casa de Lorea, mató a los esclavos que la defendieron, e hirió de muerte a Isidro Lorea y a su esposa Isabel Gutiérrez Humanés.
Tras las Invasiones Inglesas llegaron la Revolución de Mayo y las guerras por la emancipación política de España -que duraron hasta 1820-. La ciudad de Buenos Aires crecía hacia el Oeste. En 1820 llegaban al Mercado de Lorea carretas con cueros, cerdas y lanas, pero en mayor medida las cargas eran de cebada, maíz, y trigo. También había un importante comercio con los pueblos originarios. Los indígenas traían sal, tejidos y mantas pampas -de mejor calidad que las inglesas-. Y traían ramos de plumas de avestruz, lazos, riendas, maneas, boleadoras, y quillangos de zorro, zorrino, liebre, gamo. Todo esto, lo vendían o trocaban por harinas, tabaco, caña, azúcar y yerba mate en tiendas de los alrededores.
El Mercado limitaba al Norte y al Sur con las actuales calles Rivadavia e Hipólito Yrigoyen, respectivamente, que eran entonces de tierra y se llamaban De la Plata y Victoria. En el límite Oeste, en la cuadra de la hoy calle Cevallos entre Rivadavia e Hipólito Yrigoyen, había una serie de tiendas; y en el centro de la cuadra había una gran barraca llamada Cajias -ubicada en la actual la Plaza Congreso- donde los indígenas guardaban sus caballos y sus carros. El límite Este de la plaza era similar. Había una serie de tiendas, boliches, fondas para troperos, sobre la actual calle Sáenz Peña entre Rivadavia e Hipólito Yrigoyen -téngase en cuenta que la actual avenida de Mayo no existía-, y en el centro estaba la barraca de Villarino: un enorme depósito de cueros, tejidos, lana, trigo y harinas, que alcanzaba hasta la calle San José. Hoy hay en su lugar un edificio claro de baldosas graníticas, que tiene 10 pisos, dos torres, un patio abierto con árboles, bancos, fuente, y el local de la confitería Piazza, ubicado donde estaba el gran portón colonial de la barraca Villarino.
Tras la guerra de la independencia llegó una guerra civil que duró cuarenta años. El conflicto entre federales y unitarios se dirimía geográficamente entre las provincias del Interior y la provincia de Buenos Aires. Sin embargo, la ciudad de Buenos Aires crecía gracias al comercio del puerto y de sus mercados con el Interior. En 1830 se extendía hasta la actual avenida Entre Ríos, llamada entonces calle de las Tunas -por la cantidad de tunales, que constituía de por sí una barrera o límite urbano-, abarcando el Mercado Lorea y convirtiéndolo en uno de los «huecos» de la Ciudad.
En 1840 ya había desaparecido el mercado indio, el gobernador federal Rosas mandó instalar en la barraca Cajias, donde los indígenas guardaban sus caballos, las caballerizas del «Escuadrón de Vigilantes de Policía a Caballo», más conocido como los mazorqueros. La Ciudad seguía creciendo, aparecieron las primeras casas de dos plantas, el alumbrado de aceite en las calles y, a la vuelta de las caballerizas, la Confitería y Panadería Central. A propósito de esto, en 1849, un genovés obtuvo un permiso para emplazar un molino harinero en el Hueco de Lorea. El movimiento (siempre que hubiera viento) era así. Los costales de trigo salían de la barraca Villarino atravesando la feria, recorrían escasos cien metros hasta el molino -emplazado entre la estatua de Rodin y el monolito del Km. 0 de la Plaza Lorea actual- y, después de la molienda, las bolsas de harina recorrían otros cien metros hasta la Confitería -ubicada en la esquina de Federación y Garantías, actuales Rivadavia y Rodríguez Peña.
En 1856 ocurrió en Plaza Lorea el primer vuelo tripulado del país. Una compañía teatral trajo la novedad de París, le pareció un buen recurso para aumentar la taquilla. Y anunció a los periódicos la increíble ascensión en globo del aeronauta Lartet, el domingo 19 de octubre en la Plaza del Molino, del lado de la calle Federación. Hubo banda de música, plateas preferenciales, mucha expectación mientras se calentaba el aire del artefacto. Hasta que por fin subió Lartet a la cesta acompañado de aplausos, y también subió unos metros el globo pero el viento le impidió el ascenso y el aeronauta acabó en un balcón. Hubo otro intento pero el globo se estrelló con un aspa del molino; y en el último intento Lartet acabó magullado en una terraza y después fue preso, por la estafa y los daños que causó el globo.
En 1857 la Ciudad estaba en manos de los unitarios y la calle Federación pasó a llamarse Rivadavia y se la pavimentó con empedrado (hoy es una avenida de casi 10 km, que divide Buenos Aires en dos zonas). Tras perder la batalla de Cepeda, en 1859, el unitario Mitre atrincheró la ciudad de Buenos Aires por la calle de Las Tunas -actual avenida Entre Ríos-. Pero el federal Urquiza no atacó. La guerra civil terminó en 1861 luego de la batalla de Pavón. Triunfaron los unitarios y al año siguiente, Mitre fue presidente de la República.
La Ciudad recibió un caudal inmigratorio. En 1868, dos pasteleros lombardos, Constantino Rossi y Gaetano Brenna, compraron la Confitería y Panadería Central y le cambiaron el nombre por Confitería del Molino. Consolidaron así una tradición en Plaza Lorea, que llegaría hasta la actual Confitería y Café Piazza Buenos Aires.
Bellísima historia, deberíamos devolverle a esas calles sus nombres originales!