Confitería y Café Piazza Buenos Aires
Luis Sáenz Peña 24 (entre Rivadavia y Av. de Mayo)
PARTE III
por Gabriel Luna
Hay un proceso curioso: la ciudad de Buenos Aires sufre demoliciones y olvidos pero a veces sintetiza su historia en la arquitectura posterior. Ocurre que algunos edificios y locales comerciales nuevos, revelan rasgos esenciales de las construcciones primitivas y las costumbres de sus habitantes.Estas revelaciones pueden ser deliberadas pero también ocurren espontáneamente, aún cuando se pretenda ocultar ciertas prácticas y convicciones bajo los escombros.
Entre finales del siglo XIX y principios del XX, la elite porteña construyó un paseo versallesco y un novísimo bulevar parisino -son las actuales Plaza Congreso y la Avenida de Mayo-. Para hacer esto, se demolieron doce manzanas coloniales de la Ciudad. Y, aunque no estaba dentro de la traza, también se demolió un establecimiento muy conocido y apreciado por los vecinos: el piringundín de Carmen Varela. Los piringundines, llamados también academias, eran una mezcla de bar, conventillo, salón de juego, salón de baile, y prostíbulo. En estos lugares, administrados usualmente por emigrantes italianos, nació el tango alrededor de 1870. Y se llamaban (con cierta ironía) academias porque allí se aprendían los placeres de Venus, la timba, los dados, el tango, y la nostalgia de los puertos. La academia de Carmen Varela estaba junto a la Plaza Lorea, en la calle Victoria -actual Hipólito Yrigoyen- entre San José y Luis Sáenz Peña. Allí fue probablemente donde Carlos Gardel escuchó por primera vez un tango. Gardel había crecido en un inquilinato de la calle Uruguay 162 -a dos cuadras de la academia- y trabajó de tramoyista en el Teatro de la Victoria, que estaba en la esquina actual de Hipólito Yrigoyen y San José. La casa de Carmen Varela junto al paseo versallesco y el bulevar parisino, era una especie de afrenta para la elite porteña. Fue demolida con pretextos de higiene y sanidad, referidos a los excesos del vino y a las dolencias de Venus.
Ocultando escombros, entre aquel piringundín y el Biógrafo Avenida -ubicado donde está la actual Confitería Piazza-, se levantó el imponente edificio de La Inmobiliaria. Fue inaugurado el 25 de mayo de 1910. Medía y mide una cuadra de largo, y remata en dos cúpulas gemelas -antes de pizarra y ahora de color rojizo-, una sobre la calle San José y la otra sobre Sáenz Peña, a 68 metros de altura. Era entonces el edificio más alto de la Ciudad, después del Congreso. Tiene estilo renacentista italiano, fachada ornamentada con grandes copas de vino y sendas estatuas del dios Apolo y la diosa Venus bajo las cúpulas, que remiten (tal vez involuntariamente) a los placeres de la casa de Carmen Varela. Pero estas no son las únicas revelaciones. Se instaló en la planta baja la casa Heinlein, que vendía los novísimos inodoros con sifón y otros artefactos sanitarios.
En 1916, se inauguró la Confitería del Molino en la esquina de Callao y Rivadavia. Un palacio estilo Art Nouveau de 6 plantas y 3 subsuelos, cubierto de mármoles, mosaicos opalinos, bronces, cristalerías y vitrales italianos. Todo allí parece orientado hacia un futuro refinado y promisorio. Sin embargo, hay en esta arquitectura la revelación deliberada de una construcción primitiva y de otras costumbres. Bajo la imponente cúpula cónica, hay en la fachada cuatro aspas de un molino, que refieren al antiguo molino harinero emplazado por un genovés a mediados del siglo XIX en la Plaza Lorea, donde hubo después un tanque de agua, y después un estanque con nenúfares diseñado por Thays.
Las confiterías, los pasteleros y los panaderos tuvieron una fuerte presencia desde el mismo origen de la Plaza Lorea. Participaron en aquel Mercado de Abasto primitivo donde llegaban los indígenas para vender mantas y los chacareros para vender trigo. Instalaron junto al molino harinero la Panadería Central, la primera panadería mecánica que abasteció a la ciudad de Buenos Aires. Elaboraron, a principios del siglo XX, postres y masas que tenían -como la arquitectura de entonces- el refinamiento y la gracia de la Belle Epoque. Y los panaderos anarquistas crearon las populares facturas llamadas vigilantes, cañoncitos, bombas de crema, sacramentos y bolas de fraile, que criticaban sarcásticamente al régimen dominante encarnado por la Policía (vigilantes), el Ejército (cañoncitos y bombas), y la Iglesia (sacramentos y bolas de fraile). La burla era una síntesis entre la hostia eucarística y la hojaldrada medialuna, creada por los pasteleros vieneses durante la invasión turca para que el pueblo comiera frente al enemigo el símbolo sagrado del invasor.
En 1917 cerró el Biógrafo Avenida -ubicado donde está la actual Confitería Piazza- y abrió un comercio variopinto de cierto parentesco popular con la demolida Casa de Carmen Varela. El lugar tenía una sola planta, tejas españolas, patio central, y se extendía entre Rivadavia, Sáenz Peña y avenida de Mayo ocupando media manzana. Había una confitería, un bar, un salón animado por payadores, una orquesta típica, y en el patio había acróbatas y juegos diversos. Por los payadores y la orquesta típica, el lugar se llamaba Gran Recreo Criollo. Y por los juegos, se llamaba Parque Goal, porque uno de los juegos consistía en tirarle cinco penales a un muñeco mecánico.
La Belle Epoque continuaba, en 1930 la farmacia La Estrella inauguró un edificio de 9 plantas y 5 cuerpos, ornamentado con modillones, rosetones, tímpanos, pilastras jónicas, y rematado en cúpula ovoide, en la esquina de Rivadavia y Paraná, frente a la Plaza Lorea y al Teatro Liceo. También continuaban y crecían los reclamos sociales de los anarquistas -algunos tomados por el socialismo, el radicalismo, y más tarde por el peronismo-. En 1951 la Confederación General del Trabajo (CGT) se instaló en el edificio de La Estrella.
En las décadas del 50 y 60 creció la clase media. Y dentro de la clase media surgieron los movimientos sociales emancipadores, orientados causalmente hacia La Estrella: el símbolo de la Revolución Cubana. La década del 70 fue revolucionaria. La clase media articuló con la clase popular. Y el régimen dominante, tan explicitado y combatido por los panaderos anarquistas, hizo una represión feroz. Fue como en las demoliciones higiénicas del pasado: arrasar con todo sin dejar rastros ni memoria. La Policía, el Ejército y la Iglesia asesinaron e hicieron desaparecer a treinta mil buscadores de La Estrella.
Pero no pudieron arrasar la memoria ni evitar la justicia. Tampoco ganaron. La Ciudad guardó en su arquitectura señales del pasado. Y las madres pidieron la aparición con vida de sus hijos. En 1977 nació la organización Madres de Plaza de Mayo y empezó una larga lucha por la verdad y la justicia. ¿Dónde estaban los desaparecidos? La Ciudad se conmovió por las marchas de las Madres. Y muchas de esas marchas partieron y parten desde Plaza Lorea. ¿Por qué ocurre esto?
Hay un dato catastral muy curioso. En 1980, la asociación de las Madres tuvo su sede en Hipólito Yrigoyen 1442. Esto explica las concentraciones y partidas desde Plaza Lorea. La foto de arriba muestra una de las marchas, a la derecha puede verse el edificio de la Confitería Piazza en construcción -año 1982-. Pero el dato catastral curioso es que esa primera sede de las Madres (aunque parezca mentira) estuvo exactamente donde, cien años atrás, había estado la Casa de Carmen Varela.
El edificio de la Confitería Piazza -emplazado donde estaban el Gran Recreo Criollo y el Parque Goal- lo terminó la empresa IANUA en 1983. Esta obra, con fachada de balcones y baldosas graníticas, muestra claramente como la Ciudad sintetiza su historia en la arquitectura posterior. El diseño del Estudio Korn-Lopatin tuvo en cuenta la cercanía del edificio La Inmobiliaria. La obra tiene simetría axial, frente de una cuadra, y también dos torres en las esquinas -como las cúpulas de La Inmobiliaria-. Pero además tiene un patio central, con árboles, bancos y fuente, que se integra a la vereda y al uso público. Y esta característica, la de ceder espacio privado al espacio público (tan inusual en nuestros días), es propia de la historia del lugar: ocurrió en el Parque Goal; en el patio del Mercado Modelo, cien años atrás; y también en el origen de la Plaza Lorea, que fuera donada para funcionar como feria y posta de carretas hace más de doscientos años.
La Confitería y Café Piazza, ocupa parte de la planta baja y el subsuelo del edificio nuevo con dos salones y una fábrica de elaboración integral. Y ocupa la ancha vereda frente a Plaza Lorea con mesas y sombrillas, para solaz de los vecinos.
En 1997 la CGT vendió La Estrella y se instaló la Carpa Blanca de los docentes en la Plaza Lorea. En el año 2000, las Madres de Plaza de Mayo decidieron crear una universidad popular para preservar la memoria, difundir los saberes de las luchas emancipadoras y construir una sociedad mejor. Tuvieron otra sede en Hipólito Yrigoyen 1584 -frente al estanque de Thays-, más amplia que la anterior. Y en esta sede abrió un bar de estudiantes.
Año 2006. Hugo Fogel, un programador informático e hijo de panaderos con tradición anarquista, se hizo cargo del bar. Lo convirtió en restorán y puso un plato del día a precio popular. Tuvo éxito. Hubo una gran concurrencia y un efecto deseado, más allá de lo comercial. Cientos de vecinos, no habituados al claustro académico, fueron a este bar de la Universidad de las Madres, donde se debatía, se proponían cursos y actividades artísticas. Y así conocieron la otra historia, de luchas sociales y emancipadoras, que había sido ocultada por las elites. El bar tomó el nombre de un anarquista: el historiador y profesor Osvaldo Bayer.
En 2009, Hugo Fogel se hace cargo de la Confitería Piazza y pone en valor los salones y la planta de elaboración. Aumenta la clientela, hace eventos, servicios de catering, e instala otra planta de elaboración en la calle Thames 2326. Entre los eventos se destacan los realizados para la Asociación de las Madres de Plaza de Mayo, la Universidad de las Madres, el Congreso de Antropología, el Festival de Cine Latinoamericano, el Congreso de Economía y Derechos Humanos, la Universidad de San Martín… Piazza, con su fragancia de pan y con sus mesas en la vereda arbolada frente a Plaza Lorea, sintetiza las historias del viejo molino harinero y los primeros emprendimientos pasteleros con las tertulias de Avenida de Mayo, las fiestas populares y los movimientos emancipadores. Piazza se identifica por todo esto, por las sabrosas medialunas de elaboración propia, por la gracia y atención de su personal, Néstor, Ricardo, Luciano, y por los sabrosos vigilantes, sacramentos, cañoncitos, bombas y bolas de fraile, de aquellos panaderos anarquistas. Han frecuentado y frecuentan sus mesas: Dalmiro Sáenz, Geraldine Chaplin, Máximo Paz, Elena Roger, Carmen Barbieri, David Viñas, Mercedes Morán, Delfor, Pinti, Vilches, Teresa Parodi, y Tristán, entre tantos otros.
Cuando las cosas se hacen con pasion y desde lo mas profundo de nuestros sentimientos, siempre triunfan…
Ese fue el sueño de Walter Hugo Fogel….su sueño hecho realidad..
Felicidades!
Ahora se llama la Nuova Piazza, sus empleados hicieron una cooperativa. Espléndida y co mucho éxito . El antiguo dueño la había hecho venir abajo. Total abandono. Ni le pagaba a los propios empleados.
Teléfono? El sábado está abierto