Cromañon 20 años después
Relatos de un Estado ausente
por Federico Coguzza
“Por aquel entonces, la incertidumbre en torno al futuro se me presentaba como una barrera humeante de magnitud desproporcionada, capaz de interponerse sin mayor dificultad entre mis ojos y lo que estaba al alcance de ellos. “El futuro es…”, solía recitar en mis pensamientos, sin poder completar la oración con palabras adecuadas. Contaba con la mitad de mis años y el doble de mis idealizaciones. El vínculo con lo placentero y la rebeldía adolescente flaqueaban sin atisbo de resistencia ante el deber ser como condicionamiento coactivo de mis decisiones. Así puedo caracterizarlo hoy, después de tanto tiempo, luego de que el correr de los años bajara mis sensibilidades del cielo de mis autointerpelaciones esencialistas a la llanura de lo concreto y lo inmediato”, así comienza el cuento “Once” de Leandro Iezzi.
Leandro, el 30 de diciembre de 2004, llegó a República Cromañon, un recinto ubicado en la calle Bartolomé Mitre 3070 en el barrio de Once y donde tenían lugar recitales de rock, con la ilusión de despedir el año junto a unas amigas viendo a Callejeros, una de sus bandas favoritas. Una bengala encendida, apenas iniciado el recital, prendió fuego el techo de material inflamable y el incendio desatado en el local, al que había entrado el triple de concurrencia admitida, ocasionó la muerte de 194 personas, casi todas por la inhalación de gases tóxicos, principalmente monóxido de carbono y ácido cianhídrico, y lesiones de diferente consideración a 1.500 personas.
“El presente es el olvido”
En el cuento la pregunta sobre qué es el futuro muta y deviene en pregunta sobre el presente. Para Leandro, que escribió el cuento quince años después de Cromañon, la respuesta es el olvido. “Esa la sensación generalizada de los sobrevivientes”, me dice sentado en la mesa del bar en la que nos encontramos después de preguntarle si sigue teniendo la misma sensación. Luego agrega: “Hay ahí una sensación de desamparo. He escuchado casos increíbles: gente que no pudo salir de la casa, que no pudo entrar a un aula, que no ha podido formar pareja”.
Para Leandro, Cromañon no es el resultado de una sola acción, es más bien un hecho que se explica por muchas causas y no puede ser entendido sin situarse en el contexto en el que ocurrió: “Recién salidos del 2001, de una crisis muy importante, después de una década muy dura para el país donde el sector privado se expandió sin límites, donde el Estado retrocedió y cedió mucho terreno”, señala, y agrega: “Ese tipo de políticas tuvo tres consecuencias muy puntuales: primero el privado, esta idea que está muy en boga hoy: el privado puede hacer lo que quiere, hay correrse y dejarlo hacer. Y esa idea llevada al extremo es: cierro la salida de emergencia, pongo una mediasombra porque sale más barata que otro medio de acustización y vendo más entradas de la que puedo. Segunda cuestión, el Estado en retirada, el Estado que no controló, que es permeable a la coima, al soborno, al dejar hacer, y fundamentalmente, en tercer el lugar, el desamparo de la juventud. La juventud de los 90’ es una juventud creció sin tener futuro, sin poder proyectar, sin un laburo estable. Ese tipo de cuestiones es fundamental entender el lugar que ocupaba el rock”.
Cuando ocurrió Cromañon el presidente era Néstor Kirchner, quien en 2003 había llegado al poder luego de obtener poco más del 20% de los votos, y que su oponente, Carlos Menem decidiera no presentarse al ballotage. Dos años antes, en las elecciones de medio término, el voto en blanco había prevalecido en una población que plasmaba su descontento hacia la clase política en general. Al respecto, Leandro recuerda: “Era un momento muy apolítico como pasa hoy, pero a diferencia de canalizarse con un outsider, era canalizarlo con nada. Había un desamparo generalizado y sobre todo en la juventud. Para mí eso es fundamental a la hora explicarlo. Cromañon fue el resultado concreto de una política. Yo no creo que todos somos responsables, creo más bien que todos fuimos víctimas, los que estuvimos, los que no estuvimos, nosotros en esta cuestión de la vida precarizada, nos acostumbramos a que los laburos fueran una mierda, que viajar sea una mierda, y que los consumos culturales también tengan esa impronta”.
“Para comprender Cromañon hay que analizar el entramado”
La noche del 30 de diciembre, Leandro llegó a Cromañon junto a dos amigas: Maia y Melina. Ambas sobrevivieron. Melina, como Leandro, salió por sus propios medios. Maia, en cambio se desmayó adentro del lugar y es el día de hoy que no sabe cómo y quién la sacó del lugar. “Para cuando empezó el incendio yo estaba adelante. No tomé noción de lo que estaba pasando. Tengo el recuerdo patente que cuando el fuego se empieza a expandir un poco, antes de que se apague la luz, veo al patovica del escenario bajando al “Pato” Fontanet y al saxofonista, y que desaparecen, y nosotros quedamos del otro lado, después de ahí todo se oscureció. Yo no tengo más registro que la gente empujándome, los gritos, que se me sale una zapatilla y pierdo la mochila”, recuerda Maia Shnaidman, comunicadora social y docente.
Se despertó en una ambulancia cuando la estaban bajando en el Hospital Fernández, de donde se escapó, presa del shock. “Me senté en una mesa de un restaurante de sushi con una pareja, les dije mi nombre, mi DNI, la dirección y el teléfono de mi casa, y les pedí que me llevaran”. Sin embargo, ni la pareja ni el taxi al que se subió le hicieron caso. Un policía la llevó de nuevo al hospital donde la fue a buscar la madre luego de pedir un teléfono y avisarle. Estuvo una semana internada en la Trinidad con terapia de oxígeno ya que ingresó con el 30% de capacidad respiratoria y principio de neumonía.
Al momento de una mirada que trace un puente entre aquella noche y hoy, Maia señala: “Yo creo que hay que analizar el entramado de Cromañon para comprenderlo. Como cualquier hecho histórico que uno quiera empezar a ver: ¿qué pasó? Ese qué pasó te va a empezar a vincular con otros disparadores. Entonces es necesario indagar cada vez más profundo sobre la cadena de responsabilidad, el rol del Estado, qué es lo que nos pasó después”, y agrega: “Por eso sostengo que Cromañon no alcanza con la memoria testimonial de los que estuvimos ahí, los que perdieron a alguien, sino que hay que reconstruir el detrás porque efectivamente era tal la situación de precarización que esto podía pasar en cualquier lugar. Yo lo decía en el secundario en el que doy clases, pasó Cromañon y se cerró todo. No teníamos donde ir a bailar, tus amigos que tenían una bandita no tenían donde tocar, los bares a los que ibas no se podía entrar. De golpe no teníamos acceso a nada. Entonces estaba todo mal y nos estaban haciendo creer que las condiciones estaban dadas y no era así. En ese sentido, empezar a ver y comprender que a nadie le importaba la juventud. Era un contexto súper hostil para con la juventud, sin futuro, sin perspectiva. Ahí es donde entendí que debía pensar Cromañon desde otros lugares, que para poder llegar a comprender la destitución de Ibarra tenía que entender todo el entramado: los no controles, corrupción, no cuidado, no supervisión. A mí, y a los 194 que murieron nos hicieron sentir que no éramos valiosos”.
Ni tragedia ni accidente, una masacre
Cromañon tenía habilitación, ilegal y vencida, con una capacidad para 1031 personas. La noche del 30 de diciembre se calcula que había más del triple de gente. Cuatro de las seis puertas de salida estaban cerradas y el portón de entrada abría para adentro. De los 15 matafuegos que había en el lugar, 10 estaban despresurizados, y de los 5 restantes, la carga de 2 estaba vencida desde octubre de 2004. Además de que varios habían sido utilizados en incendio anteriores. El certificado de prevención contra incendios estaba vencido, el plano electromecánico no tenía ninguna aprobación, no había grupo electrógeno, y no tenía sistema de ventilación ni extractores porque en el techo del lugar funcionaban tres canchas de futbol.
Aníbal Ibarra, que había recibido unas 36 alertas de varios locales bailables, desarticuló el área de verificación, a razón de denuncias de corrupción. De 300 inspectores que tenía la Ciudad, pasó a tener 30. Redujo las inspecciones al 50% y se hacían sólo a partir de denuncias. En 2004, había 76 inspectores con poder de clausura para controlar 78.700 actividades comerciales.
Responsabilidades y condenas
En agosto de 2008 comenzaron los juicios orales. Un total de 15 acusados entre la banda, Omar Chabán, responsable del lugar, funcionarios públicos y oficiales de la Policía Federal. En el primer juicio se analizó el cobro de coimas de bomberos a empresas para extender certificados falsos de tratamiento contra incendios, en ese juicio en febrero de 2008, fueron condenados 2 bomberos a 4 años de cárcel por cohecho.
El segundo juicio fue el más conocido y duró un año. Ibarra, que en 2006 había sido destituido no fue llamado a declarar en el fuero penal. Finalmente, en agosto de 2009 se conocieron las sentencias: Omar Chabán recibió la pena de 20 años, Diego Argañaraz, manager de la banda 18, lo mismo que el Subcomisario Carlos Díaz. Raúl Villarreal, coordinador general del local, un año de prisión en suspenso. Fabiana Fiszbin y Ana María Fernández dos años por incumplimiento de los deberes de funcionario público.
Los integrantes de Callejeros, el comisario Miguel Belay y el funcionario Gustavo Torres fueron absueltos ya que el tribunal entendió los músicos, su escenógrafo, y también a Villarreal no eran responsables. Pero, en abril de 2011, la Cámara de Casación revocó el fallo y los condenó de 3 a 7 años. Fueron detenidos en diciembre de 2012, también el escenógrafo y el asistente de Chaban, quienes recibieron la pena de un año y 4 meses. Abril de 2016, dejaron firme la sentencia.
El tercero de los juicios fue en julio 2012 y condenó a 4 años de prisión a Rafael Levy, propietario del local. Chaban murió a los 62 años de cáncer. Hoy están todos libres.