Crónicas VAStardas
Ordo malorum
por Gustavo Zanella
Se dice que la obra más compleja de pensamiento que la humanidad alumbró en toda su historia es el gran colisionador de hadrones, también llamado «la máquina de dios». Sus objetivos, su ingeniería, sus efectos prácticos requieren para su comprensión cabal años de estudios superiores y aun así, incluso sus constructores tomados individualmente, tienen dificultades para definirlo en términos aristotélicos, para brindar las notas distintivas de su esencia.
Lo mismo, exactamente lo mismo ocurre con las filas del 96 en Constitución. Dilucidar el orden oculto que contienen es una tarea ciclópea, ajena a los carriles normales del raciocinio.
Se encuentran en la calle Salta, entre Brasil y O’brien, frente a lo que alguna vez fuera La Saladita, un antro de venta de ropa de orígenes non santos que, oportunamente, sufrió un incendio. Sus dueños, al cobrar el seguro, reciclaron el lugar y lo transformaron en un paseo de compras donde se vende lo mismo que antes, pero con música funcional y heladerías.
Las filas se entremezclan, se extienden, copulan en un serpentario humano inclasificable. Un advenedizo pasaría horas, no sólo intentando viajar sino tratando de dar con la fila correcta. No hay lugar para el error, quien se equivoca se condena a sí mismo a horas de espera. Hay quienes dicen que miles han dejado allí su juventud y su cordura. También la vida. Colarse es un símil del suicidio. No hay aviso, ni piedad ni comprensión. La violencia es instantánea.
En hora pico se le suman filas de otras líneas. Los taxis paran junto a las combis, los cartoneros -cuya base está a una cuadra-, la policía y los proveedores de las casas de comida rápida de los alrededores.
La entropía encausa las relaciones sociales de las filas de modo tal que cada elemento sabe su posición al realizar un complejo análisis contextual que relaciona 1- hitos del paisaje (vidrieras, persianas, postes, arboles), 2- caras de fastidio a su alrededor (dato que revela el posible tiempo de tardanza y cuán áspero puede ponerse el ambiente), 3- la presencia furtiva de embarazadas y mujeres con niños pequeños (siempre con sobreactuado aspecto de cansancio intentando conmover para ganar un lugar en la fila y un asiento al subir), 4 – el brillo de la constelación de Serpens.
Las filas parecerían poseer una estructura bilineal por recorrido. Las vísperas de fechas socialmente relevantes (fiestas, feriados, partidos de la selección) llegan incluso a presentar desarrollos tri y cuatri lineales. La estructura habitual se compone por una fila inicial o matriz y junto a ella una ampliación de menor jerarquía temporal. Esto significa que primero suben los de la fila inicial. Los de la ampliación aguardan convertirse en iniciales al retirarse el colectivo que ha cargado a la fila previa. Por lo general existe un debate no saldado entre quienes componen la fila inicial y no pueden subir al colectivo por razones de espacio. Estos rezagados involuntarios ¿Dónde deberían ubicarse? ¿Deben ellos reclamar como suya la naturaleza de ampliación devenida inicial y abordar la próxima unidad para viajar sentados o deben ocupar un lugar a la saga de la fila ampliada y correr el riesgo de repetir su suerte ad infinitum? Como toda cuestión relevante, el asunto adquiere la solución que la sangre le impone. El más poronga sube primero.
La marea humana, esa especie de caldo primigenio que contiene los genes de Perón, es asediada de forma constante. Además de las embarazadas, que de algún modo puede decirse que aun conservan rasgos de una humanidad más o menos reconocible, también acechan los borrachos y los adictos al paco. Los primeros, como los Dorios o los Francos, provienen de las proximidades del Paseo de compras donde las casas de comida chatarra los alimentan con alcoholes de diversa jerarquía. El grado de violencia y salvajismo es directamente proporcional al aspecto del lugar de donde salen, posiblemente debido al tipo de bebida que han estado echando al garguero. Cargosos a más no poder reclaman desde un lugar en la fila que no les pertenece, a una atención basada en anécdotas inverosímiles que culminan siempre con una solicitud de dinero para viajar o seguir solventando la bebida.
Los fumadores de paco escapan a pruritos de la descripción social. No obstante puede decirse que hay de dos tipos: Los muertos, que son quienes se tiran a dormir en la calle, en la vereda o en mitad de la fila. Y los berserker, que son aquellos que se encuentran en el pico del efecto de la droga consumida y no controlan sus instintos (violentos) ni sus esfínteres (relajados). No hay lástima ni compasión posible para ellos por parte de los que habitualmente componen algunas de las filas. Una vez hay compasión, otra lástima, la siguiente odio, por último indiferencia y desprecio.
Al llegar el colectivo los espasmos de la fila se asemejan a una serpiente que muda de piel. Se rompe el sopor, se suben a los hombros los bolsos y las carteras y los cuerpos individuales se tensan. El momento es crítico. La oportunidad es sólo una. La atención y la adrenalina llenan el lugar. Es, con todas las letras, la hora de la verdad. Quien suba podrá decir que ha sobrevivido y tal vez aporte algunos de sus genes al próximo paso en la evolución de la especie; quien no, de seguro llegará tarde a su tribu para descubrir el desprecio de los suyos.
Me cierran el bar. Chauchas.