Crónicas VAStardas
Educación
por Gustavo Zanella
Pibe chorro. Todos, por muy progres que seamos, entendemos que hay, en ese lugar común lleno de prejuicios, una estética con la que los referenciamos y con las que muchos se referencian a sí mismos. Ningún pibe nace para chorro, ninguna mujer para puta. Hasta ahí, ok. No viene al caso, solo lo digo así para ahorrar palabras, tampoco nos hagamos los boludos.
La cosa es que en el Ministerio labura uno. No conmigo, en otra área. Pibe grande, más o menos como yo. Tal vez un poco más arruinado. Grita todo el tiempo. Es casi un estereotipo del «eeeeameoooo», «aaaleeee, uachiiinnn». Pantalón de gimnasia arremangado, gorrita, corte tasa con las puntas del flequillo engominadas. Viajo con él a la mañana. Toma el colectivo desde Constitución hasta Paseo Colón al 900. Viaja con su pareja, una chica de unos veintipocos y su hijo, un nene de unos 4 o 5 años. Ella no tiene aspecto de estereotipo hasta que se la escucha hablar. Todo lo que dice arranca y termina con «eh, loco». Habla con desgano, camina como si cargara un peso enorme y cuando el tipo le da cachetazos en el culo no dice nada. Se hablan a los gritos y no parece que lo hagan de otro modo. No pagan el boleto. El chabón se sube y le caretea el pasaje a los choferes. Casi siempre lo logra. Tiene parla, la juega de desenvuelto. No cabe duda que lo es. Lleva al nene al jardín junto al lugar donde laburo. Es tranquilito. Imagino que debido a la verborragia de sus padres. Cuando se porta mal el padre y la madre lo carajean. «Te voy a cagar a palos, pendejo de mierda». «Qué pibe sorete, che». Y cosas semejantes. Cada uno con su mambo.
Hoy, a eso de las cuatro, los encuentro en la parada del bondi hacia Constitución. Yo voy a tomar el tren a Bernal, ellos hacia vaya uno a saber qué estación de zona sur. Van el tipo, el nene y un viejo, compañero del trabajo. También lo tengo visto de la zona. No tiene el mismo aspecto ni habla igual pero se nota que comparten ciertos códigos. El nene tiene una ramita con forma de chumbo. Le apunta a la gente y le dice «push, push». No ¡pum!, dice «push» porque las onomatopeyas son construcciones sociales y cada uno transcribe, translitera o interpreta el sonido de un tiroteo como mejor le parece.
El tipo cada tanto le dice al nene que se levante del suelo. El pibe no se da por enterado. El tipo y el viejo hablan a los gritos. Hablan de las tetas de una, de la concha de otra, de cómo van a cagar a palos a un puto que los mira mal.
El nene no tiene nombre. No es Carlitos, ni Edvertito, ni Ricky. Es Guachín. No le dicen de otra manera. Ni el padre ni la madre. Es Guachín.
Antes de que aparezca el colectivo Guachín mira al tipo y a su amigo y los apunta con el palito. «Push, push”. “¿Ehhhhhh, vitee? ¿Lo vite al guacho?». Le pregunta el padre con aires de orgullo al viejo. «Tengo mi propio sicario yo, loco, mi propio sicario. Mandale chispa al tío, guachin, pasalo de lado». Y Guachin, lo mira al viejo y le tira, «push, push». El viejo lo felicita.
Se acerca el bondi. Subimos. El tipo y el viejo hablan y Guachín, sentado del lado de la ventanilla los interrumpe y le pregunta al padre señalando a la vereda: «¿Esos son ratis?» «No, son bomberos. Pero guarda que hay bomberos ratis». Guachín, asiente y los apunta con la ramita. Bajamos. El tipo le da la mano a Guachín para cruzar la calle. Antes de quedar fuera de mi vista escucho que el nene dice: «Viste, pa, le mando chispa a todos». Lo dice con una voz muy chistosa. El tipo le da un beso en la cabeza.