Crónicas VAStardas
Club de Leones
por Gustavo Zanella
Colectivo 12. Cerca de avenida Córdoba. Algo pasó en el subte y por eso el bondi va hasta la manija. Bueno, manija para los estándares porteños; del otro lado de la General Paz la percepción del espacio debe ser distinta, porque le suben 25 muñecos más y todavía te gritan que hay lugar, que corriéndose para el fondo. Debe ser el ambiente electoral muy piripipí que hay en el aire. La muchachada está irascible. Abajo de la tierra se acepta el apiñamiento, pero no arriba. Cosas que pasan. Alguien toca el timbre.
Desde donde estoy lo oigo. No es el caso del chofer, que no para ahí, ni en la otra ni en la que le sigue. No queda muy en claro por qué, aunque sabiendo cómo son, imagino que es por las muchedumbres de abajo, o para no tener el más mínimo gesto de bondad, como es costumbre de la estirpe. Una pareja de viejos que fueron a la salita de 4 con Matusalén comienza a decir que el colectivero nos secuestró. El tipo detiene el colectivo a mitad de cuadra porque se dio cuenta del griterío, y el quilombo estaba es- calando. Cuando se siente demasiado puteado, se excusa con aquello de que tocan el timbre muy sobre la parada. Acto seguido dos pibas con pinta de estudiantes de medicina se carajean entre ellas, acusándose mutuamente de estar al pedo junto al timbre y no tocarlo. Una habla por teléfono, discute con la otra y toma café en una taza térmica de Starbucks, todo junto y al mismo tiempo en un colectivo repleto que se zarandea con cada frenazo.
-Seguro que lo votaste a Milei -le grita una a otra, y agrega-, ¡teñida barata!.
La otra, que no acusó recibo con lo de Milei, pero sí se ofendió con lo de teñida, hace un movimiento mezcla de Nadia Comaneci y Gogó Yubari, y le encaja un carterazo que sale disparado directo a la jeta de la otra. El asunto se desmadra. Las puertas de atrás y el medio están abiertas, pero el tole tole las obtura y nadie puede bajar. La de la cartera deja caer la taza térmica y el aroma a late maquiato venti con canela, chispas de chocolate y crema de arándanos, se esparce por el piso.
– ¡Se me ensucia el bastón, Raquel! -Le dice el viejo añoso a la vieja añosa que lo mira con cara de qué querés que haga-, levántalo del suelo.
-Me tiraste la taza y me tocaste una teta -le grita la piba de la cartera a un trajeado ojeroso con pinta de no saber cómo pagar el alquiler el mes que viene. Lo hace sin soltar el celular y sin dejar de darse manotazos con la otra, que se quedó con la sangre en el ojo y le devolvió el carterazo con una bolsa llena de fotocopias. La bolsa se rompe. Caen varios anillados. Alguien rompe la valla humana y consigue bajar. Una docena de personas es vomitada por la presión. Dos o tres caen sobre la vereda, entre ellas, la de la taza. Tiene una falda divina, que se ensucia con el agua que corre por el cordón de la vereda. Los transeúntes los esquivan sin ayudarlos, embelesados con la imagen dantesca de los que estamos arriba, empujándonos y a grito limpio. El viejo añoso quiere tener un gesto de buena voluntad con la piba de las fotocopias. En verdad, quiere tener un primer plano del escote criminal del ambo que lleva y que deja poco lugar a la imaginación, porque la flaca no lleva corpiño. El viejo se agacha para caretearla ayudándola con los apuntes y llenándose los ojos, pero no está en condiciones, y se va para adelante.
– ¡Agarrame que me voy, Raquel! -grita- Dame una mano -le dice enojado.
La piba de las fotocopias y yo tratamos de agarrarlo, mientras Raquel lo tira del saco, que tiene pitucones en los codos, como se estilaba en los ’60. La vieja le dice que eso le pasa por ser un viejo verde y querer hacerse el galán con la chica. La piba de las fotocopias hace un gesto de sorpresa. El viejo me mira. Sonríe. La mira a la piba y le guiña el ojo. La piba se pone colorada. La vieja, Raquel, le da un cocazo en la cabeza al viejo y lo putea en Idish. El viejo no le contesta, pero de reojo hace lo mismo que yo: busca el escote. Bajo cerca de Palermo. Me cruzo con tres pibes con guardapolvos de escuela pública que van pegando en los postes stickers amarillos con la cara de Milei posando cual león africano.
Uno, muy boludo o muy confiado, comete el error de pegarlo en mitad de la vidriera de una zapatería de mujer coqueta, pero con aires de haber tenido tiempos mejores, allá lejos y hace tiempo. Del local sale una señora muy pituca a los gritos y los putea fuerte, mientras los tres cruzan la avenida Santa Fe corriendo y haciéndole fuck you, justo cuando el semáforo se pone en verde. Dos pasan justito pero al del sticker se lo lleva puesto un delivery de Rappi. Queda en un costado de la vereda un menjunje de pizza, papas fritas y helado. El pibito, dolorido, se incorpora y dando saltitos llega hasta dónde están sus compinches. El flaco de la bici tiene un raspón padre en la frente, y les grita -con un acento de hermandad latinoamericana- que ojalá los hubieran abortado. La señora pituca que se quedó conmigo observando la escena, con aire sereno me dice, váyase a saber por qué.
-Les queda poco a todos estos negros.
-Nos queda poco a todos, le contesto.
Está en rojo. Cruzo en mitad de la avenida. Sin que nadie se dé cuenta, me levanto una papa frita. No son tiempos para despreciar la comida gratis.