Crónicas VAStardas
Joie
por Gustavo Zanella
No se sabe si es deseo mal llevado, una piedra libre a la pulsión golpista o simplemente algo que la monada dice porque necesita descargarse, pero la cosa es que se escucha que se cae, que no llega, que se va, que lo matan como a Moreno, que se mata como Nisman, que le tiran un cacho de bofe con vidrio a los perros o que la hermana le cuelga la galleta por un primo santiagueño que la tiene grande y no duerme siesta. Eso dicen en la parada mientras putean por el precio del boleto para bondis que se quedan en mitad de la autopista y vienen cuando les pinta venir, es decir, casi nunca.
También se escuchan historias, viejas, porque la memoria se vuelve larga y pródiga cuando ya no queda comida en el fondo de la olla.
El tipo debe tener mi edad, un viejo choto. Llegó a la parada más o menos junto conmigo. Viene con otro. Al principio sólo los escucho. Escucho que el tipo está indignado, que no sabe cómo va a viajar luego de mitad de mes, que no pudo pagarse ni un Gancia en las fiestas, que el poco alcohol que tomó lo trajo el cuñado y que lo sacó de una caja de navidad que el patrón le dio antes de suspenderlo por falta de actividad. El tipo le cuenta al otro que hace más de un mes que dejó de hablarle al hijo adolescente porque lo votó a Milei. Dice que es un irresponsable, un mal agradecido, que no entiende nada, que le habla de economía sin haber terminado el secundario, por vago y burro y no porque él no lo mandara. El tipo habla en el tono de los que mascan bronca acumulada.
– ¿Te acordás, Luisito, te acordás las que hacíamos en el 2001?
– ¿Cómo me voy a olvidar? – Le contesta el otro- 6 meses adentro por robar comida.
– ¿Viste? Choreamos, puchereamos entre mil. Fuimo´ a todo´ los cortes, cuidamo´ perros, vendimo´ faso, lavamo´ platos, hombreamo´ bolsas, paleamo´ tierra, hicimo´ zanjas para darle´ de comer… y estos boluditos te quieren enseñar cómo levantar un país.
-Son pibes, todo servido la tuvieron.
-Con mi señora ya le dijimo´, que cuando arranquen los saqueos, si lo vemos en algo, se va. Si mi vieja no puede garpar los remedios, se va.
Llega otro, un conocido de ellos que aprovecha y se cuela. Nadie le dice nada. Hace calor y la gente no quiere discutir. Trae una de esas latas nuevas de cerveza de un litro.
En la fila, un poco más adelante está Paula, la chica trans-habitué. Lleva dos maples de huevo completos. Uno de atrás le grita:
– ¡Eh travieso!, me regalás unos huevitos – y despierta sonrisas homofóbicas. Lo dice varias veces hasta que la flaca, que es de mecha corta y no se anda con vueltas gira de golpe y le grita que tuvo que chupar mucho pito para comprar eso, que, si quiere conocer a alguien que le puede dar laburo en el rubro, y que si quiere huevitos tiene dos que le pueden hacer muy bien pero primero tiene que bañarse y pagar. El tipo se le quiere ir al humo, pero una vieja le dice que si se sale de la fila no vuelve más y deberá esperar otra hora y media. El chistoso se queda en el molde.
La monada no habla de otra cosa que de los precios. Hasta hace unos meses, a pesar de la malaria, se escuchaban charlas de futbol, de series, de los pijamas de Messi, de la piba de Gran Hermano que se acostó con todo un equipo de futbol, de criptomonedas y only fans… pero se terminó. Ahora el tema omnipresente son los precios, de lo dura que está la calle, del alquiler y de lo que sale tomarse una birra y fumarse unos puchos. Antes, en la fila, aparecían hombres y mujeres a mangar guita para tomar un vino, comprarse un porro, pagase un Patty. Ahora piden para los remedios, para pagarse una piecita donde dormir esta noche, para la leche de los nenes, para cargar la SUBE, para poder volverse a algún lugar en el interior del país y ver si algún pariente les tira una soga. No sería de extrañar que en unos meses aparezca quien manguee para comprar un lápiz negro y papel glasé para darle el gusto a la señorita de segundo grado.
Arriba del bondi el tema no cambia. Una señora le dice a otra que espera la hora de viajar porque es el único aire acondicionado con el que tiene contacto. En la cocina del sanatorio privado en el que labura les cortaron el aire, porque dicen que no pueden pagarlo, y ella y el marido -que es jubilado- sólo tienen un ventilador de pie que anda cada vez peor y no soporta más arreglos. La otra mujer le cuenta que a veces, cuando hace mucho calor, se levanta de madrugada, camina dos cuadras y se va a dormir a lo de la hija que tiene aire. Ella también tiene -dice- pero no lo prende porque a fin de mes no podrá pagar la boleta, aunque venga con subsidio.
No están preocupados por el INCA, ni por el Instituto del Teatro. No les preocupan la desregulación del mercado del libro, ni que los médicos puedan o no recetar genéricos. No están pensando en la boleta única ni si las fuerzas del cielo son incestuosas o no. Les vale madres todo eso, así como el sexo de los ángeles, la libertad de Mandela, la extinción del pájaro Dodo, o la suerte de las ballenas. Solo quieren -como yo, como cualquiera- comer caliente y dormir bajo un techo, pero se hace difícil; al punto tal que se ven pocas sonrisas, poca jarana. La poca que hay siempre es el aporte de algún borracho, de algún drogado, de alguien que después de mucho la pone y está elocuente y se sale de la vaina por contarlo. También pasa que la risa la propone alguien que te va a cagar, como la policía, el chofer, los empresarios, comerciantes de barrio que se creen emprendedores o cualquiera que tenga violencia y precios para revolearte.
Yo no quiero decir nada, pero –pucha- parece que Charly la pifió: la alegría es sólo brasilera.
Ilustración de portada: grabado de Rubem Grill (Brasil)