Crónicas VAStardas

Sola en su cuarto

por Gustavo Zanella

Ana araña los cincuenta y empezó a estudiar el año pasado. Luego de casi veinticinco de casada, se separó, agarró sus cosas y se mandó a mudar. Sin laburo ni techo fijo, sin acompañamiento de su familia que le decía que lo pensara mejor, que a su edad la cosa ya estaba jugada; sin nada a favor, dio un portazo a esa vida y se dispuso a vivir otra. Cuando se dio cuenta, se quiso matar, pero ya estaba en el baile. Y como sentía que la cabeza le laburaba demasiado y la hacía replantearse el cambio, decidió ocuparla en otra cosa. Arrancó una carrera en la Universidad de Quilmes, porque le quedaba a 2 estaciones de tren de su casa. En el laburo la dejan salir antes, pero tiene que ir los sábados a la mañana a devolver las horas. Una cagada, pero no le jode, ya no rinde cuentas y si la comida no está hecha o la ropa está sucia, nadie le dice nada.

En un año metió 8 materias con buenas notas, cosa que no le pasa ni a la mitad de los pibes que aún dependen de sus viejos. Simplemente logró enfocarse y encontró su lugar. Otras quizás lo encuentran en cursos de porcelana fría o lectura del tarot egipcio. Ana lo encontró entre materias de la carrera de administración, pero también coquetea con alguna que otra de sociales, porque dice que el bichito de estudiar la pinchó sin prejuicios. Estudia de noche, los fines de semana, cuando va al baño, cuando viaja a la mañana rodeada de trillones de personas en el ferrocarril Roca. Fantasea con recibirse, hacer el profesorado y enseñar, aunque sea unos pocos años, lo que ahora estudia. Como forma de progreso, dice, como un modo de ser algo menos pobre de dinero y de ideas. No quiere ser rica, sólo pagar sin angustias el alquiler en Villa Domínico de la piecita donde vive con una amiga que también tuvo que rearmar su vida de un día para otro cuando el ex la cagó a palos.

Y Ana está cagada en las patas desde el año pasado cuando vio que a los llamados a exámenes del segundo cuatrimestre se anotó el triple de gente que lo habitual.

-Muchos se la vieron venir y aprovecharon la fecha para ver si metían materias o se recibían. Como viví tantos años en una burbuja, no les creí, pero ahora sí. Puede pasar cualquier cosa con la universidad.

Ana ya lo sabe, o mejor aún, lo sabe su bolsillo. Cada aumento de las fotocopias, del tren, del precio de una goma de borrar hace tambalear su economía. Tiene miedo a que le arancelen la carrera. No ahora, sino más adelante, cuando a fuerza de hambre convenzan a los pobres que masticarse a otros pobres está bien y es lo justo. La idea de dejar la carrera por falta de guita empezó a rondarla, incluso siendo gratuita la universidad. Por eso, porque no quiere dejar, porque le tiene miedo al mundo del porvenir. Va a todas las asambleas de la universidad, para entender, para aprender, para ver qué onda. No es kirchnerista, no es peronista, no es de izquierda. Dice con pudor que en el 2011 la votó a Carrió, pero se justifica diciendo que era otra versión de ella misma. No es jubilada ni trabajadora estatal. Labura de 8 a 17 en negro haciendo contabilidad creativa en un lavadero industrial de Florencio Varela, donde reciben las sábanas manchadas de todos los telos de la zona. No es la “casta”. Aun así, se comió un guascazo de gas pimienta que tiraron unos libertarios pasados de rosca en mitad de una asamblea. No le dio de lleno, pero se tuvo que quedar en corpiño en mitad del patio porque el pulóver que llevaba expedía un olor que le quemaba los pulmones. Menos mal que una compañera le prestó una camperita.

-Era rosa, con brillitos y tenía escrito “It’s Britney, bitch”. Me sentía uno de esos gatos de la tele que se hacen las pendejas -cuenta riéndose. Alguien de la universidad le ofreció llevarla a la enfermería o al hospital para que la vieran, pero salvo por el pulóver no pasó a mayores.

-Me hicieron una nota en un canal de cable. La iba a poner en Tinder para hacerme la interesante. Lástima, no lo pasaron -dice haciendo trompita-. 15 minutos de fama son 15 minutos de fama, sea por el motivo que fuere. Además -agrega- un pendejo de veintipocos que me vio en corpiño en mitad del quilombo, después me tiró los perros. Le dije que no, pero me acarició el amor propio -dice riéndose.

Ana sabe que la universidad no está pensada para reencausar la vida de nadie, para ayudar a ponerla, para entretener a la gente que no sabe qué hacer. No es tan boluda como para confundir lo accesorio con lo importante. Sí entiende, que como institución la universidad hace más que impartir y generar conocimientos. Y le duele que ese plus, que a ella le permite pensar en un futuro, hoy corra riesgo. No sabe muy bien qué hacer para que sea distinto, cómo hacer para que no se venga abajo ese espacio. Nunca militó, pero lo está pensando. Le da miedo porque la muchachada está agresiva. Cuenta que la mitad de la gente que conoce votó por la psicopatía gubernamental y que incluso gente que la está pasando muy muy mal sigue confiando, y muchos alumnos de la universidad, como ella, también. No los entiende. No entiende cómo o por qué, pero lo hacen y eso la hace sentir sola.

Pobre Ana -pienso-, una vez que se adopta el pensamiento racional, todos los que no lo usan parecen pelotudos.

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