Cuerpos, diversidad y resistencia
por Maia Kiszkiewicz
Toda acción tiene un doble sentido: la acción en sí y lo que significa social y culturalmente esa acción. Que las concentraciones son formas de performatividad corporeizada y plural es algo que ya dijo la filósofa Judith Butler en Cuerpos aliados y lucha política, libro publicado en 2017. Ella, en su texto, habla de cuerpos que se juntan para reclamar por el acceso a la vivienda digna, salud o alimento y que, a la vez, y sólo por el hecho de unirse a reclamar derechos, están exponiendo que la noción de pueblo de quienes gobiernan excluye a un sector de la sociedad. Y, aunque la filósofa focaliza el análisis en esta problemática, su aporte se extiende y sirve para reflexionar sobre muchas otras definiciones. Por ejemplo: la cultura. Porque aunque se diga que lo cultural volvió con la apertura de teatros y recitales, hay trabajadores y trabajadoras que se unen y afirman que no están dadas las condiciones para su subsistencia.
“Desde marzo hasta ahora la Cultura Independiente no volvió. El Aislamiento Social Preventivo y Obligatorio, y el Distanciamiento Social Preventivo y Obligatorio después, imposibilitan cualquier tipo de funcionamiento económicamente efectivo”, dice un comunicado lanzado el 14 de diciembre y firmado por 14 agrupaciones que representan sectores diversos de la cultura entre los cuales hay profesionales de la dirección, salas de teatro independiente, espacios escénicos, artistas ambulantes, docentes y personas del teatro y de la danza.
Porque en noviembre, tras ocho meses de inactividad, se habilitó la apertura de recitales y teatros y, como la pandemia continúa, se establecieron protocolos. Los eventos al aire libre deben garantizar una superficie de cuatro metros cuadrados por persona, está prohibido circular durante los espectáculos y las entradas se deben adquirir de forma online con anticipación. En el caso de los teatros se pueden ocupar las salas en un 30%. En números concretos: El Ópera, que tiene 2500 butacas, podría vender 750. Andamio 90, que tiene 190 asientos, podría ocupar 57. Y la sala de El camarín de las musas, que cuenta con 50 localidades, podría utilizar 15. A la vez, no se pueden hacer funciones continuas porque es necesario higienizar.
El 4 de enero, El Arenal Teatro hizo pública su situación: “Estimados colegas y amigxs: Lamentamos tener que contarles que El Arenal Teatro cierra definitivamente sus puertas. Hemos hecho todo lo posible por seguir adelante, las fuerzas están, pero los recursos escasean. (…) Escuchamos varias veces al Estado jactarse de que Buenos Aires es la capital del teatro, pero hasta ahora pareciera que ese mote sólo sirve a fines publicitarios (…). No se ha declarado la emergencia cultural y las respuestas que se dan parecieran decir ´sálvese quien pueda´”.
Por eso, y sin restar importancia a los cuidados sanitarios ni a la apertura de algunas actividades, el sector cultural independiente continúa reclamando equidad. “Un ecosistema cultural en el cual la única oferta productiva terminará siendo la oficial no es un ecosistema, es una trampa”, afirma el comunicado lanzado en diciembre y agrega: “Exigimos también al Gobierno Nacional la implementación urgente del Monotributo Cultural, la Renta Básica Universal para les Trabajadores de la Cultura, tarifas diferenciadas de servicios públicos para todos los Espacios Culturales Independientes del país y la revisión de incompatibilidades y requisitos de exclusión de subsidios”. Porque hubo subsidios, como el Fortalecer Cultura, implementado por el Ministerio de Cultura de la Nación que, según la definición oficial, tiene por objeto acompañar a nuestras industrias culturales y a sus trabajadores y trabajadoras. Sin embargo, quienes habían cobrado el Ingreso Familiar de Emergencia (IFE) no pudieron acceder a este beneficio de tres cuotas de hasta $15000.
Ante esto, quienes subsisten tuvieron que reinventarse. “El primer mes de cuarentena no trabajamos. Después comenzamos a utilizar el WhatsApp, a tomar pedidos por las redes sociales y a realizar envíos”, cuenta la antropóloga Carolina Silbergleit en comunicación con Periódico VAS. Ella y Juan sostienen Mandrágora, una librería de Villa Crespo que existe hace tres años y que siguió activa gracias a la posibilidad de habitar la virtualidad. Carolina cuenta que el 2020 fue de crecimiento para el espacio pero, también, de mucho más trabajo ya que no es lo mismo atender el local que responder mensajes que muchas veces no tienen horario. “Fue un año intenso, de crecimiento, cansador y con incertidumbre”, describe y destaca la importancia de generar redes. “Por un lado, hubo personas que pidieron libros todo el año. Cuando no podíamos abrir hicimos una venta anticipada, que se llamó ´Lectura futura´, y hubo muy lindas respuestas. Por otro lado, con la venta por internet algunos grandes grupos editoriales saltearon a las librerías. Ante eso, varias editoriales y distribuidoras medianas o pequeñas tuvieron una actitud de pensarse en conjunto y armar una sinergia interesante para el ecosistema del libro. Por ejemplo, la Feria de editores (FED), que se hacía en el Konex, este año fue virtual y la venta fue a través de las librerías”, recuerda Carolina y agrega que antes de la pandemia ya había empezado a agruparse con personas del sector y que este año eso se volvió importante para pensarse en conjunto, aprender y sostenerse en el cotidiano.
Porque en un tiempo en el que agrupar cuerpos masivamente de forma presencial resultó imposible, quienes habitan la cultura recurrieron a una opción que les es conocida: buscar alternativas, generar colectivos y seguir haciendo. Parafraseando a Butler, los cuerpos que se reúnen ponen en juego significantes políticos. Es decir, le hacen frente al silencio con la potencia de la unión. Dejan constancia de la presencia y, después, se nombran. Aparecen. Son. Y se asumen trabajadores y trabajadoras de la cultura independiente.
Existir y resistir: acciones colectivas
“En 2020 muchos nos dimos cuenta de que somos trabajadores. También de que somos un sector super precarizado”, dice, en comunicación con Periódico VAS, Marisa Vázquez, cantante, compositora, abogada y miembro de Tango Hembra, un espacio que funciona hace cuatro años en red y que pocos días antes del confinamiento había realizado el segundo Festival Internacional Feminista de Tango. “Lo primero que hicimos fue agarrar unos mangos que nos había dejado el festival y repartirlos entre las compañeras con hijos a cargo que vivían sólo del escenario y se habían quedado sin ingresos. El resto del año fue de acompañarnos y agruparnos para seguir pidiendo la exención del monotributo, la extensión de los beneficios de la Asignación Universal, que los subsidios de poca monta sean compatibles y que el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires (y, ¿por qué no de todo el país?) exceptúe a los y las artistas de pagos como el ABL. Porque hay lugares, como el espacio cultural Oliverio Girondo, que tuvieron que cerrar”, lamenta Marisa.
El 8 de diciembre, Analía Goldberg, pianista, compositora, directora de orquesta y quien estaba a cargo del espacio cultural Oliverio Girondo, hasta ese momento ubicado en Villa Crespo, se despedía en redes: “Queridos amigos del tango. Tengo que comunicarles una noticia triste: tengo que cerrar el E.C. Oliverio. La razón más inmediata es que los propietarios del lugar no me renuevan el contrato. No los juzgo: seguramente necesitan disponer del mismo para venderlo. O simplemente para alquilarlo a quienes puedan ofrecerle un rédito que en este momento yo, o cualquiera que se dedique a organizar un espacio cultural, está imposibilitado de brindarles (…)”. Analía termina su carta pidiendo que la ayuden con un aporte solidario para no bajar los brazos y salir del Oliverio sin deudas.
Hablar de quienes trabajan en cultura resulta extenso. Las tareas son muchas: iluminación, prensa, vestuario, escenografía, maquillaje, coaching o venta de entradas son ejemplos. Y, entre las personas afectadas laboralmente, las formas de agruparse son diversas.
Uno de los espacios que se consolidó fue el Frente de emergencia de la danza, que reúne 54 proyectos que, a raíz de la situación de emergencia sanitaria y económica del 2020, decidieron juntarse para pensar estrategias y políticas públicas para la danza. Las necesidades no son actuales, pero se profundizaron. Está la lucha por crear un Instituto Nacional de la Danza y, a la vez, la búsqueda por que se apruebe una ley que regule la actividad y reconozca como trabajadores y trabajadoras a quienes llevaban a cabo acciones para su sostenimiento. Eso permitiría que puedan contar con derechos como la jubilación.
Cada sector tiene sus necesidades, pero todos coinciden con algo: el deseo de seguir haciendo. Y, como escribió Butler, los cuerpos que se congregan en la calle, en una plaza o en otros espacios públicos (virtuales incluidos) están ejercitando un derecho plural y performativo a la aparición, un derecho que afirma e instala el cuerpo en medio del campo político y que, amparándose en su función expresiva y significante, reclaman para el cuerpo condiciones económicas, sociales y políticas que hagan la vida más digna, más vivible, de manera que ésta ya no se vea afectada por las formas de precariedad impuestas. Porque los cuerpos, juntos, y las voces, coordinadas, se hacen presentes. Existen. Dicen. Exigen. Y manifiestan su deseo de trabajar dignamente.
Foto: La actriz Ana Padilla presentando el unipersonal “Shöñe”, desde la vidriera de Tandrón Teatro en Palermo.