De eso no se habla
El ocultamiento de la negritud en la sociedad argentina
por Paulo Padrós Garzón
La forclusión de la negritud en Argentina
La forclusión es un concepto elaborado por Jacques Lacan, (psiquiatra francés, 1901-1981), para designar el mecanismo que opera en la psiquis de un individuo, en el cual se produce un ocultamiento de algo que nos desagrada, expulsándolo del universo simbólico del sujeto. Cuando se produce este ocultamiento, el significante está forcluído, no está integrado en el inconsciente, no existe más para el sujeto, por lo que no se puede confundir con una represión. Una represión sería rechazar, contener, sufrir por un tema que intenta manifestarse, pero en el caso de la forclusión simplemente no se puede rechazar lo que ya no existe, y esto según Lacan, está peligrosamente asociado al comportamiento sicótico de la persona. En los casos sicóticos, el sujeto ignora o altera uno de los componentes de su realidad, cambia parte de sus significantes, por lo que una parte de la realidad del sujeto sicótico, cuando no toda, no coincide con la realidad de los sujetos considerados “normales”, entendiendo esta normalidad como la de aquellos sujetos que cumplen con las expectativas de la sociedad, es decir, que tienen un comportamiento que se adecúa a su buen funcionamiento. Como por ejemplo podemos citar uno bastante común, que es el de una persona que vivió algún episodio violento y traumático durante su infancia o adolescencia, pero ya de adulto logra expulsarlo de su universo de significados y por lo tanto no existe dentro de su memoria, ni siquiera dentro de su mundo consciente.
Haciendo una traslación hacia la sociedad, ya que ¿qué es una sociedad, sino la integración de sujetos individuales que renuncian, o deberían al menos, a sus actos más egoístas por el buen funcionamiento de un todo social? Podemos decir que la forclusión de un tema específico es en respuesta a una decisión de política que le antecede, una decisión de no tocar más ese tema, no se habla del mismo porque no se lo conoce, se lo ignoró de manera adrede pese a haber existido o existir con fuerza. Como ejemplos hay muchos, se habla verbigracia del genocidio de los judíos por el régimen nazi y está bien, es necesario que hablemos de ello para que no vuelva a repetirse.
Pero, ¿por qué Europa no habla también del genocidio soviético durante la misma gran guerra, siendo que fueron asesinados en un número que dobla al de los judíos? Los hebraicos fueron confinados en guetos o campos de concentración donde eran masacrados por el hambre, el frío, las balas y las cámaras de gas de los nazis, pero los soviéticos fueron confinados en sus propias aldeas, donde eran masacrados por el hambre, el frío y las balas de los nazis, y si no había cámaras de gas fue simplemente porque no les dio el tiempo ni la tecnología para construirlas. Sin embargo, la Europa no-rusa no habla del tema, lo ignoró lo “forcluyó” de sus significados, mientras que la sociedad norteamericana, una sociedad más pendiente de la didáctica de Hollywood que de sus propias universidades, insiste en que fueron ellos los que salvaron a Europa en la II Gran Guerra, “forcluyendo” el inmenso sacrificio de los rusos. De hecho, los americanos tiraron innecesariamente las bombas atómicas en Hiroshima y Nagasaki ante un imperio vencido porque los rusos estaban triunfando en Alemania y en la Manchuria china. Pero después hablamos de eso.
En Argentina, se puede citar el intento de forclusión del peronismo luego de la sangrienta Revolución Libertadora, (1955 hasta principios de 1958). Luego de depuesto Juan Domingo Perón, se puso en marcha una serie de procedimientos que buscaban la proscripción de todos los principios organizacionales y simbólicos de la sociedad argentina, luego de una década de administración peronista. Este intento de des-peronización llegó a esferas tan diversas como el ámbito cultural, los sindicatos, la escuela y los medios de comunicación, y se diseminó por orden política, ya volveremos a este concepto, por todo el territorio argentino. Se prohibió hablar de Perón y Eva, se cambiaron nombres de plazas y escuelas, los medios de comunicación ya no podían mencionarlos, se clausuraron programas diseñados por el peronismo que hubieran significado importantes avances para el desarrollo nacional, y si no se llegó a la forclusión total, fue por dos temas fundamentales: En primer lugar, los dictadores no se atrevieron, (o no pudieron) asesinar al general Perón, quien luego de un largo derrotero terminó asilado por el régimen de Franco en la Puerta de Hierro de Madrid, y en segundo lugar, surge incentivada por Perón, o al menos inspirada en el general una resistencia muy activa y peligrosa para los intereses de los golpistas, hasta tal punto que el grito “¡Viva Perón, carajo!” dejó de ser el lamento melancólico de borrachos perdidos en bares de dudosa estirpe para convertirse en un grito de guerra portado por la resistencia hasta la década de 1970. Sin embargo, dentro de las proscripciones las hubo de muchos artistas, intelectuales y deportistas asociados de manera quizás capciosa a los gobiernos de Perón, y si no se habla de ellos ahora es porque están borrados, olvidados, forcluidos.
Vemos entonces que detrás de todo trabajo de forclusión social hay antes una decisión política por parte de la clase dirigente, un elegir de qué lado de la historia se está parado y cómo va a contarse, pero también qué no se va a decir, y esto es tan importante como lo que se dice, porque lo que se oculta obedece también a una decisión política. De eso no se habla, eso no existe; “Mejor no hablar de ciertas cosas” cantaría Luca Prodan con su desparpajo europeo y aquí vamos.
A partir de la generación del ’80, (entre 1880 y 1916, año del primer gobierno de Yrigoyen), se confirma de manera formal en la Argentina un proyecto liberal que había decidido adoptar un punto de vista particular de la historia, una mirada que se esforzaba, y se esfuerza, en mostrar a nuestro país como un espejo de Europa, pero no de cualquier Europa, sino la de un continente del norte civilizado, de cutis blanco y mirada clara. Al llegar a la Legislatura, el diputado Domingo Faustino Sarmiento, a quien nos encajaron como “el padre de las aulas”, descargó en su presentación como diputado todo su racismo y odio de clase diciendo: “Llego feliz a esta Cámara de Diputados de Buenos Aires, donde no hay gauchos, ni negros, ni pobres. Somos la gente decente, es decir, patriotas”. En posteriores intervenciones diría sobre la inmigración italiana que “sólo son unos bachichas, palurdos, ignorantes”, (me encantan esos epítetos), en tanto los españoles y judíos sólo son una “chusma infecta incapaz de valerse por sí misma”. Por lo tanto, para Sarmiento y el resto de la generación liberal los argentinos descendientes de esas palurdas inmigraciones somos “Una dañosa amalgama de razas, incapaces e inadecuadas para la civilización”.
Pues bien, las amargas palabras del “padre de nuestra educación” son resultantes de un espejo de la Europa anglo-sajona que se intentó erigir. Sin embargo hay en ese espejo un reflejo que molesta, y es el de los criollos, los nativos originarios y el de la negritud, que sufren en su piel la aporofobia, el rechazo al pobre, el horror de clase con el cual fueron educados los argentinos, incluso los más empobrecidos. Ya que estamos con Sarmiento, digamos que opinó que “Felizmente, las continuas guerras (de independencia y del Paraguay) están exterminando la parte masculina de la población” (de africanos, los paréntesis son agregados). Un amor, nuestro prócer.
El hombre blanco es el lobo del hombre negro
Thomas Hobbes, (Inglaterra, 1588-1679), considerado uno de los fundadores de la filosofía política moderna, nos dice que el hombre primigenio se encontraba en un estado natural, el cual no se refiere a la relación del hombre en conexión con la naturaleza sino al estado en el que hombre, mujer y su grupo familiar se sitúan antes de la organización de la vida social en comunidades de intereses en común, organización ésta que va llevando a la delimitación de las aldeas. Los seres humanos son iguales por naturaleza en sus facultades mentales y corporales, (pero debo insistir: esta “igualdad” es juzgada desde el punto de vista eurocentrista inglés de Hobbes), por lo que cada ser humano debe buscar su propia conservación, tanto de su vida como de sus intereses. Esta búsqueda de intereses da origen a una competencia atroz y a una desconfianza irreconciliable entre los diferentes grupos, ya que cada uno puede interferir, desear, arrebatar los intereses del otro. Se origina así un estado de guerra de todos contra todos, en el que cada cual guía sus acciones exclusivamente por la obtención de su propio beneficio, y no hay más límite para la satisfacción de sus intereses que la resistencia que pueda encontrar en el resto de los grupos, que a su vez luchan para conservar sus intereses y satisfacer otros.
En este estado natural no existen distinciones morales, no es una situación inmoral sino a-moral, entendiendo este prefijo como la ausencia de algo, por lo que sería incorrecto analizar el estado natural pre-civilizatorio del hombre con las rigurosas etiquetas de la moral o la ética. Hobbes considera que en el estado natural, las acciones humanas se desarrollan como resultado de las pasiones y los intereses, únicos elementos por los que se pueden guiar los seres humanos, y dado que no hay lugar para las distinciones morales no se puede juzgar a estas pasiones como buenas o malas.
Se convierten entonces en “utilitarias”, son útiles o no, a los intereses de las familias. Homo homini lupus, dijo Hobbes. El hombre es el lobo del hombre.
Ahora bien, ¿qué sucede con la negritud? Si bien Hobbes no hace una referencia explícita hacia el continente negro, publicaciones contemporáneas y posteriores ubican a África dentro del escenario de la “mera naturaleza, lo bárbaro, lo salvaje en estado natural”, (Diana Picotti, dra. en Filosofía, reportaje de Verónica Engler para Página12). Era lógico entonces pensar al hombre/mujer negra como “lo salvaje, lo estancado en un estado natural primitivo”. A lo que Hobbes sí hace referencia es a leyes naturales como normativas del comportamiento humano en sociedad; es decir, ya habiendo firmado ese pacto de convivencia social para superar el estado de naturaleza salvaje y conseguir un resguardo de sus propios intereses y de su integridad física, en una comunidad social y bajo un poder soberano.
La Segunda ley de naturaleza, (que es la que nos importa analizar), establece la capacidad del hombre de renunciar a sus propios derechos, lo que abre la posibilidad de establecer un contrato de convivencia con otros seres humanos. Sin embargo, este contrato es pactado primus inter pares, es decir, entre iguales por naturaleza. Pero la persona negra, al conservarse aún en una situación de estado natural bárbaro y salvaje, no está, (desde la óptica del pacto social hobbesiano), capacitado para firmar este contrato, porque de acuerdo a los estudios científicos de la época, la raza negra se encuentra en un contexto salvaje del cual es preciso rescatar, deben ser redimidos, salvados por los europeos de su propia condición. Pero por su capacidad mental limitada, su cráneo reducido y aún su ausencia de alma, el hombre negro no puede, no podría nunca ponerse a la par del hombre blanco salvador y civilizatorio. Estas temerarias afirmaciones se fundamentaban no sólo en los parámetros de la ciencia, sino que además eran confirmados por su Santa Madre Iglesia, la ecclesia redentora de todo lo bueno para la raza blanca europea. No se puede por tanto, firmar un pacto de sociedad con el hombre negro sin obligarlo a asumir una postura de vasallaje, y este pensamiento hegemónico etno-centrista se mantiene más o menos intacto con el transcurso del tiempo hasta nuestros días.
Volvamos a la Argentina. Como herencia directa del trazado eurocentrista, herencia de la cual muchos dirigentes y gran parte de la sociedad actual siguen presumiendo, la persona afro-argentina no tiene lugar en la conformación étnica del esquema liberal de 1880, ni siquiera dentro de su proyecto económico o político, en un país que desea jactarse de una blancura indiscutible, ya que, según la construcción de este esquema, sus habitantes “descendieron de los barcos”, ignorando no sólo el componente criollo o nativo original de estas tierras, sino que también en las bodegas de los barcos eran traídos en calidad de esclavizados los pobladores de lo que fue gran parte de nuestra demografía futura, debido a que el puerto de Buenos Aires era la cabecera de entrada del esclavismo negro, no sólo para todo el Virreinato de Río de la Plata, sino además para la capitanía de Chile y para el virreinato del Perú. No olvidemos que en la actual Bolivia están las minas del Potosí, uno de los drenajes de riqueza más dramáticos de la historia, y que no es posible formar una occidentalidad blanca y opulenta sin los recursos preciosos que le sustrajeron a América con la mano de obra esclava del África, y en menor medida de la nativa, organizada en mitas que terminan ocasionando su propia muerte por agotamiento físico.
De este modo, la construcción de un estado nacional es un proceso material que adquiere la forma de un relato histórico. En la Argentina liberal, el orden de este relato se centró en la pureza racial más que en el mestizaje, y produce entonces un exceso de purismo que lleva a aislar y eliminar los elementos considerado impuros. Un censo realizado en 1778 por Juan José de Vértiz y Salcedo dice que la población de origen negro representaba LA MITAD o más de la población total en provincias tales como Santiago del Estero, Catamarca, Salta y Córdoba, y esta proporción disminuye pero se mantiene igualmente significativa en el resto de las provincias, por lo que es preciso, de acuerdo con el esquema liberal, iniciar con un proceso de “blanqueo” europeizante no sólo de la población, sino incluso de su cultura y educación, dando lugar a campañas de exterminios que toman como excusa las guerras de independencia, la ominosa guerra contra el Paraguay y las numerosas pestes que sobreabundaban para la época. Los que restan, las personas de piel oscura que logran escapar de las campañas de exterminios, deben ser ignorados, invisibilizados, forcluidos como un moscardón oscuro y molesto en las tardes de verano.
Ahora bien, la forclusión de las personas negras en Argentina equivale también a un genocidio discursivo, que responde a una construcción del poder con un discurso negador de la alteridad no-blanca que pervive hasta nuestros días. Para la Argentina liberal el negro no existe, no existió nunca, pero sí fue a otros países de América, pobrecitos ellos, incivilizados lejos de Europa.
Aunque sin embargo para la cultura argentina lo que sí hay son “negros de mierda” que no necesariamente son negros de piel; se dice “ese es un negro” para insultar a alguien, o “cabecitas negras” a los provenientes del interior. Hay incluso un intento exculpatorio de decir que esa persona “es un negro, pero no un negro de mierda, ¿eh?”, estigmatizando de este modo a la raza negra, que dejó de remitir a una noción de africanidad para pasar a representar todo lo malo, lo odiado que se puede hallar en una persona.
Un discurso de actualidad
En un ejemplo de gran importancia simbólica por el cargo de quien habló nada menos que ante los dominadores del mundo, (Foro Económico de Davos, enero de 2018), el entonces presidente argentino Mauricio Macri, que nunca logró ostentar de un parlamento demasiado lúcido, aseguró en su discurso “… que la asociación entre el Mercosur y la Unión Europea es natural porque en Sudamérica todos somos descendientes de europeos”. O sea, si reconocemos nuestra negritud y el componente nativo dentro de nuestra sangre, ¿se nos cae el por otro lado nefasto acuerdo Mercosur-Unión Europea? Irónicamente, son los países del Occidente más poderoso como Francia o Alemania, los que más objetaron el acuerdo.
Esto refleja que el esquema de ideado por la generación del ’80 de un país blanqueado sigue vigente. Pero obviamente, los medios de prensa NO reflejaron el gran descontento que estas infantiles palabras causaron dentro de los colectivos afro-descendiente y nativos argentinos, y esto es porque la negación de un componente racial extraño a nuestra piel es otra forma de racismo moderno y uno de los modos más recurrentes en América Latina, ya que el problema se repite también en naciones como Brasil, Paraguay o Ecuador, que buscan la invisibilización del actor negro en la historia oficial latinoamericana, produciendo una forclusión lacaniana que termina en un silogismo curioso: El blanco odia al negro, pero también el negro odia al negro.
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Paulo Padrós Garzón nació en la ciudad de Cosquín, Argentina. Es uno de los exponentes de la nueva literatura de Latinoamérica, una corriente con claro compromiso social en donde, al igual que en el realismo mágico latinoamericano, lo inexplicable convive con lo cotidiano, y lo mágico o lo fantasioso se presenta como algo corriente que no requiere explicaciones lógicas. Su retórica es impulsiva, desprolija, quebrando a veces con toda regla gramatical, pero al cabo de una simple lectura uno puede darse cuenta de que esto es precisamente lo que el autor busca, que la voz de sus personajes surja como un grito de protesta en donde el no – apego a las reglas formales sea su única regla establecida.
Foto de portada: Mariane Pécora
Bibliografía
1. Rita Segato: La crítica de la colonialidad en ocho ensayos –
“El Edipo negro: Colonialidad y forclusión de género y raza”
2. Sarmiento, Obras Completas, Editorial Belin hnos. París 1909.
3. La Filosofía de Thomas Hobbes, Web Dianoia en su link
https://www.webdianoia.com/moderna/hobbes/hobbes_fil.htm
4. Revista “SCielo.org” – revista Andamios vol.11 no.25 – México mayo/agosto 2014. Artículo ¿Libertad negativa vs libertad positiva? En su link
http://www.scielo.org.mx/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1870-00632014000200010