Demoliendo Identidad
“El viernes 22 de diciembre fuimos a excavar y me encontré con un predio enorme y en el medio una de las cisternas más grandes e imponentes que vi en la ciudad de Buenos Aires. El martes 28, después del feriado, volvimos al lugar con un plan de trabajo para salvaguardar ese hallazgo. Teníamos poco tiempo, las burocracias son demasiado largas en el Estado porteño. No nos alcanzó la buena voluntad ni las estrategias diseñadas, el miércoles 29 la cisterna fue sepultada”, este es el relato de Eva, una de las arqueólogas que forma parte del Centro de Interpretación Arqueológica y Paleontológica de la Ciudad. Organismo que depende de la Dirección General de Patrimonio y Casco Histórico, encargado de salvaguardar la memoria, patrimonio e historia de los porteños.
La especulación inmobiliaria en que se ve inmersa la Ciudad, las constantes políticas de gentrificación y el afán de lucro, son prioritarios. Estamos hablando del predio de Moreno y Bolívar, donde se erigió la casona de los Ezcurra que, durante los años 1830 a 1832 y entre 1835 y 1838 fue sede del gobierno de Juan Manuel de Rosas, y tras su caída, cobijó a varios gobernadores de la provincia, entre ellos a Vicente López y Planes. También, allí funcionó el edificio de Correos y Telecomunicaciones hasta 1907.
Hoy por hoy, la zona donde se emplazaba esta inmensa casona está caratulada Área de Protección Histórica 1, en ese lugar se gestó la Ciudad, pues forma parte del cuadrilátero trazado por Juan de Garay cuando fundó Buenos Aires. Este dato, parece ser tan desconocido para los inversionistas inmobiliarios como la Ley de Protección y Preservación del Patrimonio Arqueológico y Paleontológico Nº 25743, sancionada en 2003 por el Congreso Nacional, cuyo Art 13 exige que un hallazgo arqueológico debe denununciarse ante el órgano de aplicación en la jurisdicción que corresponda, incluso en su Decreto Reglamentario 1022/2004 establece que “las personas físicas o jurídicas, responsables del emprendimiento deberán prever la necesidad de realizar una prospección previa a la iniciación de las obras con el fin de detectar eventuales restos, yacimientos u objetos arqueológicos”
La empresa Empresa Kohon, a cargo de la obra, no denunció el hallazgo arqueológico, al contrario, fue la encargada de destruirlo. Un vecino hizo la denuncia. Para cuando el equipo de arqueología urbana llegó al lugar, la intención de deshacerse de ese patrimonio ya estaba tomada. Bastó un fin de semana, para corroborarlo.
En este sentido, los integrantes del equipo de arqueología urbana denuncian que: “al Estado (porteño) le falta convicción política para multar y aplicar un régimen de penalidades. Ante estos hechos, los que tenemos que poner el cuerpo y la cara para frenar cada obra, aún contando con el respaldo legal, quedamos desprotegidos. Como profesionales denunciamos que siguen primando los negocios inmobiliarios por sobre el Patrimonio Histórico, que constituye nuestra memoria y conforma nuestra identidad, y sin embargo sigue siendo demolido a pasos agigantados en nuestra Ciudad”.
El Centro de Interpretación Arqueológica y Paleontológica de la ciudad, ve recortado año a año el presupuesto, al igual que el personal: “Así y todo, seguimos trabajando para preservar nuestra memoria colectiva, el legado que nos dejaron quienes nos precedieron, porque entendemos que un pueblo sin memoria, es un pueblo condenado a fracasar”, señala Eva.
Por el momento, la obra está suspendida por una medida cautelar. Los restos arqueológicos yacen aplastados bajo capas de tierra fértil para un proyecto inmobiliario: un edificio de oficinas de 14 pisos con cocheras subterráneas.
Lo que se había descubierto en el inmenso terreno, que hacia 1904, Lucio V. Mansilla, describía como una “la vieja casa con gran patio, flanqueado de habitaciones por los cuatro costados, algunas de ellas con ventanas interiores de rejas», era nada menos que una de las cisternas de agua más grandes de la Ciudad, que fortuitamente sobrevivió a la demolición de la casona en 1907. Este aljibe medía 7 metros de diámetro, estaba construido en ladrillo y recubierto con un revoque italiano que lo hacía impermeable. Todo un documento, para entender la vida cotidiana de una urbe donde, por estos tiempos, urge la especulación inmobiliaria por sobre cualquier rastro de la historia. Como si no se entendiese que es la memoria, y no el mercado, lo que forja la identidad de un pueblo.