Desaparecer en Democracia
“Este libro trata de que cada quién se haga cargo de sus muertos”
por Maia Kiszkiewicz
Miguel Bru, Marita Verón, Natalia Melmann, Jorge Julio López, Luciano Arruga, Santiago Maldonado y Facundo Astudillo Castro. Siete nombres. Solo siete historias de las 218 que coinciden con desapariciones forzadas en democracia. O, por lo menos, las 218 que sucedieron entre 1983 y julio de 2021 y están incluidas en la primera versión del libro “Desaparecer en democracia, cuatro décadas de desapariciones forzadas en la Argentina”, de la Licenciada en Ciencias de la Comunicación, periodista y docente Adriana Meyer. Material que, confirma la autora, tendrá reedición: “Terminé el libro y siguió pasando. Sigue pasando. La tortura es cotidiana en las comisarías de todas las provincias. Hay matrices que cuesta romper porque la clase política necesita de una policía corrupta. Así que voy a hacer una versión actualizada e incluir casos como el de Lautaro Rossé”.
Para esta investigación, Adriana se basó en los casos relevados por la Coordinadora contra la Represión Policial e Institucional (CORREPI), pero no se quedó solo con eso. “Agregué 12 historias de desaparecidos de pueblos originarios. En esto estuvo trabajando, también, Gioia Claro, una periodista de la Patagonia”, cuenta Adriana. Es que el libro contiene testimonios, material de archivo y fotos de cada una de las personas desaparecidas. Por eso, para hacerlo, la investigadora se juntó con un equipo de colegas. “Trabajé junto a Giogia Claro, Daniel Satur, Juan Pablo Csipka, Soledad Segade y Martín Cossarini. Si no, no llegaba con los plazos que nos habíamos puesto junto a la editorial Marea”, dice Adriana.
Su trabajo, que se consigue en librerías y se puede adquirir en formato e-book por internet, comienza con un prólogo de la abogada María del Carmen Verdú, a quien Meyer conoció en 1991 mientras realizaba la cobertura en el Congreso de una de las primeras marchas tras la detención ilegal, seguida de tortura y muerte, de Walter Bulacio. “Párrafo aparte para las mujeres. En casi todos los casos de desaparecidas con intervención de las fuerzas de seguridad, igual que ocurre con los femicidios de uniforme, queda expuesto cómo se potencian (…) la violencia machista y patriarcal con la represión estatal. La mayoría de las mujeres desaparecidas fueron también víctimas de ataques sexuales. Las hermanas González, Paula y María Emilia, y su amiga Verónica Villar en Cipolletti, Marita Verón, Natalia Melmann, Leyla Nazar y Patricia Villalba (el “crimen de la Dársena”), Otoño Uriarte, hasta llegar a las casi 40 víctimas que así lo prueban”, remarca Verdú. Más nombres, más voces.
Las primeras palabras del prefacio le pertenecen a Nora de Cortiñas: “Tenemos una larga lista de desaparecidos en gobiernos constitucionales y seguimos pidiendo la aparición con vida de todos ellos. Que cada uno se haga cargo de los suyos, las autoridades que participaron fueron todas cómplices”.
¿”Desaparecer en democracia” es un libro que está del lado Norita de la vida?
Las palabras de Norita fueron una de las razones por las que escribí el libro. Ella tiene una capacidad maravillosa para atravesar con su mirada el pasado trágico y traerlo al presente de una manera clara y sencilla, pero contundente.
Estar del lado Norita de la vida es un guiño entre la militancia en el sentido de no transar, y decir lo que uno piensa aunque a algunos no les guste. Y este libro no tiene grieta. Se trata de que cada quién se haga cargo de sus muertos.
¿Cómo decidiste qué voces incluir y cuánto lugar darle a cada una?
El protagonismo está en los familiares. De la propia campana hablé con la mayor cantidad de gente posible. Y, como sería muy aburrido contar cualquier historia de un modo monocromático, busqué frases con las que no estoy de acuerdo y las usé para reforzar ideas o contrastar.
Después, quedaron muy jugosas las entrevistas con la criminóloga y la socióloga. Por eso está el anexo. Y que haya funcionarios en función hablando, gente que en este momento está lidiando con el problema y que diga las cosas desde adentro del aparato del Estado, que es al que estoy cuestionando, es un plus.
En el libro decís que si hubiera un norte para quienes seguimos sintiendo un dolor en las tripas ante cada desaparición, ese sería que el periodismo haga un salto de calidad al abordar estos casos. ¿Cómo imaginás este salto de calidad, qué implicaría?
Aspiro a que los nuevos colegas tengan una mirada desde los derechos humanos en el sentido de las violaciones actuales. Algo específico, una maestría, una especialización. E invitaría a que lo hagan, también, las personas que hacen policiales. Porque muchas veces, ahí, las fuentes policiales son intocables. Y hay que usarlas, sí, pero también hay que aprender a abrir la mirada, cotejar. Ir más allá. Sobre todo cuando se trabaja con casos de gatillo fácil o desaparición forzada de personas.
Todo periodismo de investigación parte de algo que indigna o duele. Y busca generar un cambio. ¿Cuál fue esa indignación que te resultó motor?
Que en una sociedad capaz de juzgar el genocidio, no haya herramientas para lograr otra postura respecto a las violaciones a los derechos humanos que ocurren en democracia. Es algo cotidiano. Hace poco una mujer entró a una comisaría viva, salió muerta, y la policía dice que se suicidó. Es el caso de Florencia Magalí Morales.
Vamos camino a la naturalización. De ahí a tolerar que desaparezcan los cuerpos, hay un paso. Eso me alerta y me indigna.
Para que algo cambie, hay que meter esto en la agenda política. En un año electoral, por ejemplo. Y que, después, la sociedad presione. Porque, como dijo María del Carmen Verdú, no hay un solo gobierno que haya cumplido el Fallo Bulacio, que obliga a eliminar todo tipo de detenciones arbitrarias en la vía pública. Hablamos de algo que data de hace 25 años. Y no se cumple. Si no, no hubieran agarrado tan fácil a Facundo o a Luis invocando el ASPO.
En el libro hay una trama que mezcla lo individual con lo colectivo. ¿Encontrás el sentido político en eso?
Sí. Es indispensable. En cada capítulo hay una contextualización política porque sino no podés entender qué pasó. Por ejemplo, en el gobierno de Mauricio Macri fue exponencial el aumento de la violación de los derechos humanos. Un ministro salió a mentir para encubrir una desaparición forzada. Las historias no se dan en abstracto.
Aún así, aparece una repetición. Un modo que se sostiene.
En eso queda estructurada la lógica de lo que hacen. Y tener esta radiografía es decirle al sistema: “mirá, te tenemos analizado”. Sí hoy me pasa una situación así, no iría ni en pedo a la comisaría porque sé que CORREPI sugiere ir a la Fiscalía.
Tu libro sigue un orden cronológico, avanzan los años mientras avanza la lectura, y aparece la pregunta: ¿Cuánto más se puede leer de esto, cuánto más va a seguir, cuánto vamos a aguantar? Torturas, datos falsos, encubrimientos, juicios que tardan años. Y, ¿cómo hacemos? Porque si cerramos el libro y dejamos de leer, las historias siguen ahí. Los hechos siguen pasando.
Intenté que las historias, tremendamente trágicas y abrumadoras, tengan su lado luminoso. Hay un par de casos que no, pero casi todos tenían proyectos de vida, eran solidarios y valientes. Tanto como para plantarse frente a la cana y negarse a robar. Dónde encontré eso, lo conté para saber quiénes son esas personas que ya no están.
Hay familias de pie, militando, participando. Se juntan, arman una casita de Sebastián, un centro cultural con la cara de Diego. Algunos pudieron darle la vuelta y transformarlo en una lucha eficaz, descubrir algo o mantener viva la memoria. Esta resiliencia, esta transformación que hacen, la pongo para contar cómo fue resolviendo cada uno, con la idea de que sepan las posibilidades y potencialidades al compartir experiencias. Lo que están haciendo estas familias es, en definitiva, luchar contra el Estado.
Y algunos reniegan de la categoría desaparición en democracia. Pero, en todo caso, no hay otro término. Y es importante que exista una definición para que la gente que se siente sola por diferentes motivos y vivió algo similar, sea parte de algo colectivo. Mi objetivo es que haya un tejido que conecte a todas estas familias.
También hablás de desaparecidos sociales. ¿Por qué sociales?
Tiene que ver con que no se trata solo de la Dictadura, sino también de lo actual. Hay una iniciativa de la Secretaría de Derechos Humanos que es señalizar los lugares en los que hubo desaparecidos en democracia. Que tengas en la comisaría de San Rafael un monolito que diga: Acá fue desaparecido Sebastián Bordón en los años 90. Eso es fundamental.
En La Plata, por ejemplo, hay afiches de Julio López todo el año. La sociedad platense no se resigna a olvidar. Algo que decía Nilda Eloy, en los aniversarios de Julio López, es que el hombre desapareció primero de su casa, después del expediente, más adelante de los medios y finalmente de la sociedad. Es terrible pensar que una persona desaparece cuatro veces.