Detrás, está la gente
por Mariane Pécora
Como en un naufragio, el 4 de noviembre de 2011, treinta familias lo perdieron todo. En menos de un abrir y cerrar de ojos se les desplomó la historia, su hogar, años de trabajo, ahorros, sueños, recuerdos, afectos. Esa herencia imperceptible que solemos materializar en las pequeñas cosas cotidianas se les hizo añicos. Y ni siquiera los dejan escarbar entre los escombros para rescatar algún recuerdo. Ninguno de esos pequeños tesoros volverá a formar parte de ellos. Sólo les queda la reconstrucción de sus vidas desde la nada, desde el afecto de sus familiares y amigos.
Volvieron a nacer -es cierto- apenas con lo puesto. Pero no en la esperanza, sino en la desesperación. Mabel y Miguel lo perdieron todo. Un departamento comprado hace apenas tres meses, un proyecto de vida, la ilusión de un nuevo hogar. Se abrazan, se consuelan y hasta parece que se resignan. Estremece verlos así, dolorosamente contentos de estar vivos, inmersos en la incertidumbre de lo que sucederá mañana.
Joven, muy joven, con el rostro marcado por el dolor, Karen, deambuló tres días por las inmediaciones del derrumbe con una canasta para transportar animales. Sabía que había perdido todo, o casi todo, porque su departamento estaba en la zona delantera del edificio, que todavía permanecía en pie, pero iban a demoler. Lo único que reclamaba a las autoridades era que le permitiesen rescatar a su gata Margarita. Entraría sola, nadie más estaría en peligro. Imploró, imploró, y surgió la solidaridad de los vecinos, que proyectaron su indignación y sus propios miedos en el destino de ese animal atrapado. Gracias a ellos el reclamo resonó en la TV, un bombero entró al desastre, y Karen recuperó a Margarita.
Jorge Vaca, trabajó sin descanso, vendió la humilde herencia de sus abuelos, y ahorró atravesando privaciones y sacrificios, hasta que pudo comprar un departamento para su familia. Ahora hay sólo escombros. Su familia está en la calle, él está en la calle, sin nada, como cuando llegó de su Jujuy natal a los 15 años. Aún peor, mucho peor.
Verónica, vivía con su madre y su hermano en el 6 B, se resistieron a dejar el departamento hasta que notaron que el edificio se desmoronaba, los cascotes caían detrás de ellos mientras bajaban las escaleras. Luego ocurrió el derrumbe y después la nada. Verónica lleva ropa prestada y una angustia inmensa, que es propia.
Mariano Madueña, no encontraba su padre. Lo buscó en hospitales, comisarías, albergues, hasta en la morgue. No aparecía. Isidoro Madueña, vivía en el 3 B, tenía 74 años y era sordo. Ni el portero ni sus vecinos recordaban haberlo visto salir del edificio. Mariano, entonces temió lo peor, su padre no se había enterado de la evacuación, debía estar atrapado entre los escombros. Tuvo que recurrir a la justicia para que los funcionarios del Gobierno de la Ciudad lo atendieran. Mediante una orden judicial logró que se detuviera la demolición del resto del edificio y rastrearan a su padre. El cadáver de Isidoro Madueña apareció sepultado en los escombros de su propia casa.
Hay otras tantas historias. Personas a quienes la nada, como un vacío inmenso y notorio, se les interpone de golpe. Entonces el futuro se les presenta como una promesa remota. Algo inconcebible. Nacen en el desamparo. Piensan que hoy son noticia, pero que mañana, cuando el tema se agote, sature, o baje la audiencia, volverán al anonimato y nadie los ayudará.
La desatención ciudadana
La lógica humanitaria indica que, ante una situación tan abrumadora, se debería haber alojado a estas personas en hoteles confortables, prestado sostén psicológico, cobijo y asistencia social. Lejos de esto, lo que aplicaron las autoridades porteñas a la hora de asistir a las víctimas del derrumbe fue una lógica mercantilista, que solo cuantifica al otro y lo desnaturaliza de su condición de persona. Se calificó a las víctimas de “personas en situación de calle”, y se intentó llevarlas a los paradores nocturnos para indigentes. No todos aceptaron este destino, en los paradores había pulgas, suciedad, mal olor, ni siquiera un plato de comida caliente y, además, se separaba a las familias para alojarlas: iban las mujeres a un parador, los hombres a otro. Y aquellos que no aceptaron esto fueron calificados de “auto evacuados” -un término que parece excusar la responsabilidad del Gobierno- y pernoctaron en la calle, asistidos por la benevolencia de los restaurantes, y de los vecinos que les acercaban agua y comida.
Mauricio Macri, que es un hombre de números, aplica a la perfección esta lógica de la cuantificación: se sintió afortunado porque había desaparecido una sola persona en lugar de cien. Como si la vida en singular tuviese un valor inferior a la vida en plural.
El juego de la política
Dos días después del derrumbe, empezaron a escucharse las voces de los afectados. Entonces el relato oficial mediático sobre la eficacia de los servicios de atención ciudadana y de emergencias, dependientes del Gobierno porteño, también se fue derrumbando. La realidad se abrió como una llaga: los evacuados deambulaban por la zona, acampaban en las veredas, no se les proveía agua ni comida, no contaban siquiera con baños químicos, no se les brindaba contención alguna. Sí querían atravesar las vallas para llegar a sus hogares la policía los arrestaba por desacato. Si preguntaban a Defensa Civil sobre su suerte, no obtenían respuesta.
Los vecinos fueron los primeros que se acercaron a ese desamparo. Escucharon a los damnificados, a los evacuados. Se indignaron y solidarizaron. Muchos traían ropa, galletitas, agua. Luego se sumaron los activistas sociales, algunos comuneros y legisladores. La situación empezó a cambiar: aparecieron los hoteles, las botellas de agua, se atendieron algunos reclamos. Las órdenes habían cambiado. Los empleados del Gobierno, se mostraban cordiales en lugar de indiferentes.
Al tercer día, hubo una conferencia de prensa, convocada por los legisladores porteños de la oposición, que puso en evidencia las falencias en los controles de obras por parte del Ejecutivo. El remate lo dio la presidenta de la Comisión de Planeamiento Urbano de la Legislatura (PJ), cuando presentó un proyecto de ley para que se les otorgue un subsidio a las personas afectadas por el derrumbe.
Y en el cuarto día -tal vez porque las encuestas comenzaron a ir en baja-. El Gobierno porteño reaccionó y apareció con una promesa de solución. Mauricio Macri, en persona, anunció su intención de expropiar el edificio siniestrado para indemnizar a los damnificados. La cuestión parece en principio auspiciosa, pero nótese la lógica mercantilista mencionada en el bloque anterior: “Yo te doy un dinero pero me quedo a cambio con un terreno que puedo usar, por ejemplo: para instalar una comisaría de la policía metropolitana” (que es un excelente negocio). Por otro lado, el proyecto de expropiación detalla el pago a los propietarios de acuerdo a tasación del Banco Ciudad (deducidas las deudas de impuestos que tengan con el Estado porteño) transfiriendo sus derechos para impulsar acciones por daños y perjuicios al Gobierno de la Ciudad. Esto quiere decir que el gobierno de Macri obtendría un ingreso demandando a la empresa lindera, que supuestamente provocó el derrumbe (con eso podría construir la comisaría). Pero además, el tema de la expropiación es largo, hay que tasar un edificio que no existe, y tampoco se contempla en el proyecto a los inquilinos.
La presión política continuaba.
En el quinto día, el Gobierno entregó subsidios a los afectados directos y a los evacuados: ¡entre 300 y 400 pesos, por única vez para los solteros, y de 800 a 1200 pesos para las familias! La presión fue más fuerte. Al sexto día, después de encontrar el cadáver de Isidoro Madueña, el Gobierno entregó $ 8.400 a veintiuna familias. La Oposición presentó proyectos de subsidios con cifras más sustanciosas. Y así siguen las cosas…
Detrás, está la gente
Mientras tanto, Miguel y Mabel, Karen, Verónica, Jorge, y tantos otros, ya nunca serán los mismos. Ambulan perdidos, con su propio derrumbe interno. Tratan de organizarse, de controlar la remoción de los escombros donde quedaron sus cosas. A Mariano Madueña, los bomberos le dieron una bolsa de nylon con las pertenencias de su padre. Las cosas estaban en un sector de la montaña de escombros que había sido el 3º B, también el cuerpo.
Y ellos también parecen enterrados, escondidos, o por lo menos detrás de otra realidad. Ellos están detrás de los negocios inmobiliarios, detrás de los políticos que buscan cámara, detrás de los proyectos que buscan prensa, están detrás del rating y de las encuestas, están detrás del juego político, detrás de la lucha por el poder.
Ellos están detrás de todo eso, como todos nosotros.
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Ver también: La Navidad en el Derrumbe