«El arte latinoamericano nunca dejó de ser marginal»
por Mercedes Ezquiaga
En su nuevo libro «Práctica curatorial, un campo de escritura», Marcelo Pacheco, uno de los investigadores y especialistas en curaduría más prestigiosos del país, asegura que el neoliberalismo encontró en la figura del curador un profesional útil al orden económico, financiero y corporativo y que, para luchar contra eso, se debe dislocar el orden instituido con una curaduría «políticamente incorrecta».
«No hay que olvidar que la práctica curatorial nace del neoliberalismo y, por ende, le es funcional. El curador es uno de los pilares de generación de capital simbólico dentro del campo artístico», advierte Pacheco en diálogo sobre un engranaje que tiene la capacidad de legitimar y vender, en todo el mundo, obras de arte multimillonarias.
Publicado por Prometeo Libros, el volumen de 150 páginas -tan breve como potente- llama de alguna manera a la acción: apuesta a una práctica curatorial como posición política y que asuma riesgos; advierte sobre cierta banalización en el mundo contemporáneo y ubica a la profesión como una suerte de caballo de Troya que, por ser funcional al capitalismo, desde el seno mismo del poder debe confrontar los horizontes teóricos instalados.
«Siempre creí en la práctica curatorial como un lugar de subversión», afirma Pacheco, quien trabajó nueve años en el Museo Nacional de Bellas Artes, otro tanto en la Fundación Espigas y doce años fue curador en Jefe del Museo de Arte Latinoamericano de Buenos Aires (Malba), además de haber ejercido como curador de exposiciones como «Alfredo Guttero. Un artista moderno en acción», «Amigos del arte» o «Escuelismo. Arte argentino de los 90».
«No hay que dejarse obnubilar por espejitos de colores. El sistema tiene también la capacidad de crear su contrafigura, por eso absorbe los movimientos de minorías; absorbe la cubierta, las maneras externas y tacha la verdadera diferencia. Por lo tanto, el debate queda afuera. En el caso de las mujeres, de los gays o de la negritud se ve con absoluta claridad», dispara sobre el correlato que ha tenido en exposiciones de numerosos museos la creciente visibilización de los reclamos de minorías, con movimientos como el MeToo o Black Lives Matter.
Señalás que la figura del curador no surge azarosamente, sino que es funcional a cierto corporativismo. ¿Es además moldeada por ese sistema?
Totalmente, no hay que olvidarnos que el origen de la práctica curatorial está anclado en la gran transformación de los 80 y 90, en las cuales el neoliberalismo cambia la estructura y dinámica del campo artístico. Pasa a ser necesario una figura que hasta el momento no existía y que a partir de la expansión del capitalismo financiero se transforma en uno de los pilares de generación del capital simbólico dentro del campo artístico.
Si una curaduría es funcional al neoliberalismo ¿Puede una persona serlo también?
De hecho sí, porque se trata de una práctica, con lo cual siempre hay intervención en el campo, y esa intervención tiene su autonomía de funcionamiento. Ahora el hecho de que el origen de la práctica curatorial esté ligado al neoliberalismo no significa que no sea una manera de desviar también el neoliberalismo. O sea, estamos hablando de una función que depende del contexto curatorial, del curador, de la institución, del lugar geográfico. Adquiere diferentes modalidades, y no es necesariamente funcional a esa expansión del capitalismo financiero, sino que puede ser uno de los grandes cuestionadores de esa expansión.
¿Cómo se reconoce una curaduría que disloque el orden instituido?
Que se lo proponga porque no necesariamente lo logra. Pero que se proponen dislocar son aquellas que atacan el poder que el campo artístico implica, tanto desde lo real, como desde lo simbólico. Cuando la curaduría va en contra de las líneas que marca el mercado o los medios hegemónicos. Cuando identifica la ruptura con respecto a lo dado, a lo establecido. Es el caso de una muestra por ejemplo como la de Alfredo Guttero: en lugar de la mirada tradicional sobre su pintura, se hizo hincapié en la figura de Guttero como operador cultural, infiltrándose en los diferentes lugares de generación de capital simbólico.
En la actualidad, muchos movimientos -como por ejemplo el Black Lives Matter- fueron enseguida absorbidos por las exposiciones en los principales museos de Estados Unidos. ¿Es una manera de visibilizar? ¿O una manera de acallar?
Una de las características que tiene la expansión del último capitalismo, es que justamente absorbe todas estos movimientos o minorías -que son lugares de rispidez y de enfrentamiento- las absorbe limándoles la diferencia, y convirtiéndolas en patriarcales y autoritarias con la misma visión de poder que tiene lo instituido. Y es un campo de negociaciones donde precisamente funciona a través de la creación de un coleccionismo especializado, de galerías especializadas, de grandes muestras dedicadas a esa minoría realizadas en los museos legitimantes. En cambio la práctica curatorial va por otro lado, no se deja engañar por esos espejitos de colores, e insiste en que se trata de una aceptación y de una asimilación y comprensión que no implica la tachadura de la diferencia.
¿O sea que la práctica curatorial debería ser políticamente incorrecta?
Precisamente, porque actúa sobre la estructura de poder misma. Eso es lo complejo que tiene. El caso del arte latinoamericano es un ejemplo claro. En un momento se transformó todo en el boom latinoamericano y se suponía que eso traía a cuenta su democratización con respecto al resto del panorama. Y en realidad lo que hizo fue absorber determinadas figuras, transformarlas al sistema con las reglas del juego del sistema instituido, y lanzar el discurso de que finalmente había sido aceptado el arte latinoamericano. Nunca dejó de ser marginal.
Y lo convierte en mercancía, ¿no?
Sí, básicamente lo que hace es convertirlo en mercancía. Por eso es clave la relación de la práctica curatorial en el mercado y en el coleccionismo.
O sea que todo lo que pueda ser contracultura ¿el mainstream rápidamente lo absorbe?
Totalmente, lo absorbe y lo disfraza. Lo único que está haciendo realmente es tachar lo diferencial. Absorbe la cubierta, las maneras externas, y tacha la verdadera diferencia. En esa asimilación la diferencia queda afuera, por lo tanto el debate queda afuera, y es neutralizado. Y eso en el caso de las mujeres, de los gays o de la negritud se ve con absoluta claridad.
Dedicás un tramo del libro a enumerar películas o series que abordan el arte, es decir, que lo popularizan y convierten en entretenimiento.
Exacto. La práctica curatorial es finalmente un campo de lucha. Una figura que tiene la posibilidad de asimilarse y alimentar el neoliberalismo que la creó o bien que con toda esa suma de poder actúe en el sentido inverso. Hoy en día todo es curaduría: los concursos, los premios, las exposiciones virtuales.
¿La curaduría debería estudiarse de manera académica?
No, porque como práctica va en contra de la enseñanza académica. Justamente, uno de los mecanismos para mantener el control de la práctica curatorial fue el crear carreras de curaduría, el semillero de donde salen todos lo que administran el campo artístico. Ahora necesitan del título de curador para ser efectivos y para ocupar el lugar de poder porque lo que no cabe ninguna duda es que el curador se transformó en la figura de poder más importante desde la década de los 80 en adelante.