El Bachi Piola

«La educación es un acto de amor, de coraje; es una práctica de libertad dirigida hacia la realidad; a la que no teme, sino que busca transformar, por solidaridad, por espíritu fraternal».

Paulo Freire

por Mariane Pécora

En la esquina de Juan de Garay y Deán Funes, asomándose sobre avenida Chiclana, se encuentra el centro cultural La Brecha. Allí funciona desde hace casi una década el bachillerato popular Raymundo Gleyzer, con orientación en comunicación social. Allí jóvenes y adultos finalizan sus estudios secundarios al tiempo que aprenden radio, periodismo y lenguaje audiovisual. Allí, docentes, alumnos y egresados convergen en la praxis. Este año fundaron la cooperativa La Chicata, un multimedio comunitario que aspira a convertirse en una “fábrica de contenidos”.  
En nuestro país, el surgimiento de los bachilleratos populares post crisis de 2001 no sólo evidenció la ausencia de políticas estatales para la educación de jóvenes y adultos -un legado del vaciamiento neoliberal de los 90-; también potenció la gestión de modelos educativos con una fuerte impronta emancipadora. Entre 2004 y 2012, las fábricas recuperadas, las organizaciones sociales, los centros culturales barriales, los sindicatos y cooperativas, impulsaron la creación de bachilleratos populares en todo el país dando paso a un proyecto de educación popular, entendido desde una lógica de acción y formación.
Los educadores populares adoptaron los postulados pedagógicos de Paulo Freire, trabajando los contenidos de la enseñanza en relación directa con las prácticas de los estudiantes y las características del entorno donde viven, haciendo del aprendizaje una herramienta de percepción crítica de la realidad para que educadores y estudiantes, como sujetos libres, se sientan capaces de transformarla.
Natalia Corral Vide, Emiliano Ledestre y Paula Visentin, reciben a Periódico VAS en el Bachillerato Raymundo Gleyzer. Natalia es docente y vocera de la Coordinadora de Bachilleratos Populares en Lucha (CBPL), Emiliano es egresado y docente y Paula tiene a su cargo el taller de fotografía. A su vez, los tres forman parte de la cooperativa La Chicata.

Amplio y muy iluminado, este centro cultural ha sido adaptado para el funcionamiento de tres aulas y un estudio de radio. Natalia dice: “El objetivo de los bachilleratos populares siempre fue introducirse en el sistema educativo estatal público con una propuesta pedagógica inclusiva que dé respuesta a pibas y pibes expulsados del sistema educativo formal”. En sus comienzos, los bachilleratos populares tuvieron una población importante de adultos mayores que no habían completado sus estudios. Actualmente, se han transformado en un canal de formación para pibas y pibes que quedan fuera del sistema educativo convencional. En estos espacios pueden estudiar lo que mejor se adapte a sus inquietudes y capacidades. En la ciudad de Buenos Aires existe una treintena bachilleratos populares oficializados, cada uno de ellos con características particulares, según se trate de la organización social que lo impulsa. En el sur de la Ciudad, el Raymundo Gleyzer, nace como una propuesta cultural orientada a la comunicación social, para  jóvenes de los barrios Parque Patricios, Pompeya y Soldati.

De cara al Estado, los bachilleratos organizados por la Coordinadora de Bachilleratos Populares en Lucha (CBPL) libraron batalla desde sus inicios. La única gran victoria fue la oficialización de los títulos: “Desde las esferas del poder, los bachilleratos populares nunca fueron aceptados con nuestras especificidades pedagógicas, de acompañamientos y de tutorías. Cuando nos reconocieron nos dieron una paquete que consiste en un ciclo de tres años y una planta oficial de cinco docentes. Es decir, cinco sueldos”, explica Natalia Corral Vide, y agrega que el bachillerato Raymundo Gleyzer tiene una planta de 50 docentes. “Obviamente, la planta oficial docente no tiene nada que ver con la forma en que se mantienen estos espacios. Tampoco recibimos ni un peso para infraestructura, ni siquiera para lo básico. Nosotros, por ejemplo, funcionamos en un local alquilado y tenemos que pagar una tarifa de electricidad como comercio”, explica.

En 2011, el Ministerio de Educación porteño, oficializó los bachilleratos populares bajo la figura de unidades de gestión educativa experimental (UGEE) y, hasta el año pasado, mantuvo un registro de estas instituciones. “No sabían dónde ponernos, entonces inventaron las UGEE, pero los bachilleratos no somos un experimento, formamos parte de la educación pública con una propuesta educativa y pedagógica concreta”, reflexiona Natalia. A partir este año la relación entre el Estado porteño y la CBPL se tensionó. El ministerio de Educación no reabrió el Registro de bachilleratos populares, se negó a renegociar salarios, a nombrar planta docente en seis centros educativos, dejó de asignar becas, viandas y boleto estudiantil. “En la última reunión que mantuvimos con Andrea Bruzos[1], la funcionaria dijo que el Gobierno de la Ciudad considera que los bachilleratos populares son prescindibles porque ahora, cito literalmente: ‘el Estado porteño llega a todos lados’”, revela Natalia con desconcierto y admite que los canales de diálogo están cerrados y los bachilleratos populares atraviesan por un momento de mucha tensión. 

Según un informe del Centro de Estudios de la Educación en Argentina (CEA)[2], de cada 100 niños y niñas, que ingresan a primer grado en la escuela pública en la Ciudad, sólo 38 finalizan el ciclo secundario. Este informe, que sirvió de trampolín a la titular de la cartera de Educación porteña, Soledad Acuña, para lanzar el plan Secundaria del Futuro (ver nota aparte), destaca, en otro apartado, que la mayoría de la población juvenil no concluye el ciclo secundario a la edad prevista. La elevada tasa de repetición[3], la maternidad adolescente, el deterioro de las economías familiares y la expulsión de pibes y pibas del sistema de educación formal cuando llegan a la mayoría de edad, son algunas de las razones de los altos índices de deserción escolar que el informe del CEA omite considerar.

Los bachilleratos populares manejan cifras diametralmente opuestas a las del sistema educativo formal. Cada año, egresan más pibas y pibes. Esta información también la maneja el ministerio de Educación porteño. “Basta ver el crecimiento de la matrícula en los bachilleratos populares, para darse cuenta de que el sistema educativo formal no está pensado para todo el recorrido que hace una piba o un pibe en toda su vida escolar. La demostración más palpable es el hecho de que después de los 18 años, quedan excluidos de la escuela formal. No puede volver a ingresar”, concluye Natalia.

Foto de portada: Paula Visentin

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[1] Subsecretaria de Coordinación Pedagógica y Equidad Educativa.
[2] Informe Nº 6 – Septiembre 2017 del CEA. Centro de Estudios de la Educación Argentina. Universidad de Belgrano
[3] Según la periodista Luciana Vázquez,  la tasa de repetición en la secundaria pública porteña es del 14,3%. Este porcentaje alcanza el 18% en el primer y segundo año.

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