El cuarto de Lucía.
Arte contra la violencia femicida
por Maia Kiszkiewicz
Desde el 13 de agosto, en el patio del Complejo Histórico Cultural Manzana de las Luces, ubicado en Perú 222, se encuentra emplazada el cuarto de Lucía Pérez. La cama hecha, las sábanas apenas levantadas, remeras apoyadas sobre el cubrecamas azul, el skate en el piso, las zapatillas blancas de tela con los cordones desatados, dibujos pegados en la pared, un atrapasueños en la ventana, el velador y el televisor, encendidos. Es la representación de un espacio que sostiene la memoria viva y que, mediante proyecciones en la pared, da cuenta de que es también el punto exacto en el que se unen lo privado y lo público. Es mensaje y símbolo. Es abrazo y expresión de la lucha que busca que no haya ni una menos, que no falte ni une más.
Siempre que se menciona a una víctima de femicidio, se hace referencia a todas. Decir Lucía Pérez es hablar de identidad y, desde octubre de 2016, de grito colectivo. Porque, sin perder de vista las historias que hay detrás de los números, cada persona asesinada por femicidio y travesticidio suma potencia a la convicción de la necesidad de cambio social y político ante la injusticia patriarcal que, como dice la Campaña Nacional Somos Lucía, hay que derribar.
Por eso, si bien la obra, “El cuarto de Lucía: arte contra la violencia femicida”, lleva un nombre propio en el título, no deja de ser representativa de muchos otros casos. Nadie está sola. Y ese mensaje es parte de esta expresión cultural ideada por Marta Montero, mamá de Lucía Pérez, y la periodista y escritora Claudia Acuña. “La muestra y esta lucha son de todas», dice Marta, a Periódico VAS, y agrega que los logros se dan en conjunto, por eso la exposición es dinámica. “La gente que viene, participa. Tenemos una pizarra donde ponemos el número de días que llevamos de injusticia por Lucía y las personas se suman sacándose una foto. Cada uno aporta su granito y es importante. Eso nos da mucha fuerza y ganas para seguir”, explica Marta.
Salir del cuarto es entender el contexto histórico y social del caso. La parte externa de las paredes se llenan, con cada visita que se anima a sumar su escritura, de nombres que también son historias, fueron travesticidios o femicidios, y ahora son parte de lo que contiene, la lucha colectiva y la importancia de nombrar para resguardar la memoria.
Al momento de producción de esta nota, el Observatorio Lucía Pérez, que lleva a cabo el primer padrón autogestivo y público de violencia patriarcal, contabiliza 191 femicidios durante en lo que va del presente año. Pero, como muestran los pañuelos bordados y colgados en sillas y paredes del patio de la Manzana de las Luces, hay una sucesión de hechos violentos que vienen dejando ausencias hace años. Porque a Sonia Morel Escurra la encontraron bajo tierra después de que, como indican desde el Observatorio, su pareja la haya golpeado, enterrado viva en el patio y usado el terreno para construir juegos para sus hijas. Y a María Soledad Ramos y Florencia Ayelén Mariezcurrena, de 26 y 14 años, las violaron y estrangularon en un galpón.
Los ejemplos abundan. Sería ideal exponer la totalidad de los casos, pero intentar incluirlos a todos daría como resultado un texto inacabado. La actualización es constante y se encuentra accesible en http://observatorioluciaperez.org/ . En ese mismo enlace se puede conocer el cronograma de actividades, presentaciones y talleres que se llevan a cabo alrededor del cuarto de Lucía, lugar al que se puede acceder de 12 a 19 horas, de miércoles a domingo, hasta el 10 de septiembre.
“Esta muestra expone lo que pasa en una sociedad con un tejido destruido por los femicidios. No solo sufre la familia. Es algo que le pasa a la comunidad, a la escuela, a los compañeros. Hasta a los animales. Durante dos semanas, el perro de mi vecina siguió esperando a Lucía cada día a las 13:00, hora en la que ella volvía de la escuela. Todo eso se destruye con cada femicidio. Por eso tenemos que tomar conciencia todos. Esto nos pasa y atraviesa como sociedad”, dice Marta.
Lucía Pérez tenía 16 años el 8 de octubre de 2016 cuando fue drogada y abusada sexualmente hasta matarla. Los femicidas lavaron el cuerpo, le cambiaron la ropa, la llevaron al hospital y huyeron. Dos años más tarde, se inició el juicio ante el Tribunal Oral en lo Criminal N°1 de Mar del Plata. La sentencia determinó que Juan Pablo Offidani y Matías Gabriel Farías debian cumplir ocho años de prisión por tenencia de drogas para ser vendidas a menores y fueron absueltos de los cargos por femicidio y abuso sexual agravado por acceso carnal. Alejandro Maciel, ya fallecido, había quedado absuelto. El tribunal, integrado por Facundo Gómez Urso, Pablo Viñas y Aldo Carnevale, puso entre los justificativos para la baja o nula condena, entre otras cosas, que Lucía elegía qué consumir y que Farías habría comprado facturas y Cindor para compartir la merienda.
Ante la lucha continua y la declaración de nulidad de esta sentencia por falta de imparcialidad y sobrecarga de prejuicios de género, La Suprema Corte de Justicia bonaerense confirmó que se realizará un nuevo juicio oral. “Todavía no se sabe la fecha, pero nos estamos moviendo para que suceda. Y, también, tenemos otra cosa importantísima para el comienzo del cambio que pedimos que haya en la justicia, el jury a los jueces Facundo Gómez Urso y Pablo Viñas. Se les ha hecho un juicio político y estamos pidiendo que tenga lugar la audiencia preliminar para continuar con la destitución. Apartando jueces misóginos y clasistas, como estos, automáticamente empieza el cambio. El próximo que quiera hacer algo como lo que se hizo con Lucía, vamos a ver si se atreve y, si lo hace, sabe el resultado: un juicio político apoyado por toda la sociedad”, proclama la mamá de Lucía.
Entre tanto, la exigencia de justicia por parte de la familia continúa siendo una búsqueda social colectiva y, entre otras cosas, también artística. “Esta muestra de El cuarto de Lucía es arte político social. Y es maravilloso cuando lo podemos entender desde ese lugar. Verlo y que el otro tome el guante de la misma manera. Porque estamos poniendo en evidencia ni más ni menos que lo que nos pasa. Y lo hacemos de esta manera amorosa, abrazadora, común, simple, genuina. Es lo que nos toca vivir. Por todas las que han matado sus femicidas, que no son números sino mujeres que tenían una vida, un cuarto, ilusiones. Eso es lo que mataron”. Porque, si bien la condena por un caso puede resultar reparadora, las expresiones artísticas, colectivas y performáticas no van a parar hasta que se produzca un cambio cultural y no haya ni un femicidio ni travesticidio más.