El hombre que «inventó» el sonido de Troilo
por Mariano Suárez
Al pianista Orlando Goñi, creador intuitivo y genial, pero a la vez absolutamente ingobernable, dominado por los excesos, se le atribuye haber sido el «inventor» del sonido de la Orquesta Típica más célebre de la historia del tango: la de Aníbal Troilo.
«Siempre pensé que el sonido de Troilo era un invento de Goñi y de Enrique ´Kicho´ Díaz», conjeturó Astor Piazzolla, que integró la Orquesta que el bandoneonista fundó el 1 de julio de 1937 y se convirtió en el paradigma musical del tango.
La Orquesta de Troilo no fue la primera, ni la más popular, ni la mejor pagada, pero fue la que impuso el canon.
La figura de Goñi cobra hoy estatura mítica en la narrativa del tango, aunque se encuentra olvidada en los grandes homenajes. No hay dudas sobre su incidencia en las corrientes «evolucionistas» del tango. Tampoco que su indisciplina obturó su proyección musical.
Nació en Buenos Aires el 20 de enero de 1914. Su nombre real era Orlando Cayetano Gogni. Tuvo una instrucción sólida a través de Vicente Scaramuzza, el maestro que también enseñó a Horacio Salgán, Osvaldo Pugliese, Lucio Demare y Marta Argerich.
Crónicas no verificadas suelen atribuirle un lugar en la orquesta de Alfredo Calabró, a los 13 años. En cambio, hay claridad para asegurar que fue parte de las formaciones de Miguel Caló, Ciriaco Ortiz y Cayetano Puglisi, entre más. El «Pulpo del piano», lo calificó un admirador. «El mariscal del tango», un cronista del diario El Mundo.
Seis años estuvo en la orquesta de Troilo.
Si el piano ya era el eje de la conducción rítmica con claridad en la orquesta de Carlos Di Sarli (1929), con Goñi la orquesta de Troilo se lució con un marcato sobre una doble articulación: rítmica (en la percusión armónica) y ligada (en los bajos).
También sobresalía con una serie de adornos (notas sueltas sobre el registro medio y grave del piano). Sobre ese esquema, el bandoneón desplegaba sus recursos para aportar un fraseo de la melodía que derivaba en un efecto sincopado.
Su mano derecha fraseaba y la izquierda marcaba los bajos. Era un genio de la improvisación pero a la vez, al principio, era el único de la orquesta que llevaba partes escritas. «Con la mano izquierda había un bordoneo y un repique muy especial. Eso quedó en la orquesta. Después los arreglos se hacían en base a eso y a algunos solos de violín», explicó Hugo Baralis, integrante de la primera formación de la orquesta.
«Adoraba escucharlo cuando se ponía a tocar unos temas que él decía que le pertenecían hasta que un día descubrí que eran de Alfredo Gobbi. Nunca fuimos amigos y creo que Orlando tampoco los tenía a no ser por un grupo de borrachos que paraban en un boliche cerca del Tibidabo. Había sido alumno de Scaramuzza y tenía unas manos hermosas, como nunca le vi a otro pianista. Fue uno de esos extraños personajes que tenía el tango: tenía la cara de placidez de los músicos de cabaret y el color tango de la década del ’40. No le gustaba la música clásica, detestaba el jazz, pero tocando el tango fue algo supremo», lo definió Piazzolla.
«Lo tuve que reemplazar varias veces en el piano, que yo tocaba mal pero ante la emergencia no quedaba otra. Salía el ómnibus para ir a tocar a algún baile y Orlando no aparecía, estaba mamado en algún bar. Yo hacía ‘Comme il faut´, ´Tinta verde´, unos tangos más y varias milongas y con eso el Gordo salía del paso. Dejó a Troilo antes que yo para formar su orquesta. Escuché un par de temas que había preparado y me parecieron buenísimos. En el piano fue un genio», agregó.
El aporte de Goñi en la Orquesta de Troilo puede reconocerse en tangos como «CTV» (Agustín Bardi, 1942); en el pulso milonguero de «El tamango» (Carlos Posadas, 1941); en el desenlace de «Tinta roja» (Sebastián Piana, 1941); en la introducción de «Malena» (Lucio Demare, 1942), seguida por el fraseo del bandoneón en la repetición de la parte A; o en «Inspiración» (Peregrino Paulos hijo y Luis Rubinstein), uno de los hitos de la orquesta de «Pichuco», con arreglo de Piazzolla.
Gobernado por sus excesos, Goñi fue centro de conflictos para la orquesta. Era imposible establecer su capacidad para cumplir cualquier compromiso.
Baralis recordaba que los compañeros le habían pedido que, en confianza, les adelantara sus ausencias para ahorrarles un viaje inútil al cabaret. Un mediodía de 1943, al término de una faena en radio El Mundo, les adelantó su faltazo. Pero esa noche Troilo se apareció en la puerta de Tibidabo acompañado por un escribano, documentó el suceso y al día siguiente despidió a Goñi y a todos los ausentes.
El gesto empujó a Goñi a la formación de su propia orquesta. Debutó el 1 de diciembre de 1942 en el Café Nacional. Despertó enorme expectativa, pero la formación no sobrevivió a sus desbordes personales.
Horacio Ferrer sintetizó su trascendencia: «Sería injusto para la valoración de otros ejecutantes afirmar que, interpretativamente, fue el mayor pianista de su género. Pero también sería difícil demostrar lo contrario».
El cantante Francisco Fiorentino, que dejó la orquesta de Troilo en 1944, fue parte de la aventura de Goñi, pero no toleró ni un mes los desplantes del director y rápidamente tomó un nuevo rumbo.
Orlando Cayetano Goñi fue la expresión de la libertad dentro de la Orquesta Típica. Porque, acaso, la libertad sólo puede encontrar su verdadera posibilidad de expansión a partir de su roce con normas y patrones. A la vez que conducía desde el piano, era el eslabón más libre. Ordenaba y desordenaba.
Ilustración: Télam