El miedo de les héroes
por Federico Coguzza
“Perdoname, perdoname, no pudimos hacer nada”, dice al teléfono una médica. Está parada a un costado del pasillo que une las salas de terapia intensiva del Hospital Sirio Libanés. Explica, se lamenta y llora: “Estaba progresando, salía adelante cada día un poquito más. De todos era el que mejor estaba, teníamos la esperanza de que se recuperara, pero se nos fue”. Mientras, se abre la puerta de una habitación y se filtra como un rumor el ruido de los monitores y respiradores. En los ojos de la médica se refleja el brillo triste de una luz blanca y fuerte.
Pienso que del otro lado de la línea alguien llora a su padre, al que quizás vio subir a una ambulancia hace 15 días y que no podrá volver a ver; pienso que otra familia no podrá decir “Adiós” a su manera, de la manera que sea. Me pregunto: cuántas escenas como estas se estarán viviendo en otros hospitales, y en otras casas, en este mismo momento; cuánta angustia, miedo, tristeza y cansancio puede soportar el personal de salud, que hace un año y medio pelea contra un rival versátil y letal. Cuánta muerte, esta muerte a granel, y muchas veces por falta de recursos, somos capaces de tolerar como sociedad.
“El perfume de la tempestad”
“Hace 15 días esto era el maldito infierno”, me dice el doctor C, al tiempo que señala los pasillos de uno de los pabellones donde unas 50 personas esperan para ser hisopadas. Estoy en el Hospital Muñiz. A cada rato llegan ambulancias, y bajan camillas que son llevadas a otro pabellón. Según C: “Los pacientes son cada vez más jóvenes y los cuadros más graves. Tomografías nunca antes vistas, neumonías que demandan más tiempo de internación”. Y antes que alcance a preguntarle las razones, agrega: “Sin embargo, esto es la calma que antecede al huracán, el perfume de la tempestad, y si esto sigue así, todos entretenidos en la de cada uno, viendo la tormenta en el horizonte pero sin hacer nada, el sistema de salud va a colapsar”.
Las palabras me retumban como un eco. Mientras más y más personas llegan al hospital, veo sobre la avenida cómo los colectivos transportan a mucha gente; veo cómo la plaza alberga a quienes intentan mitigar el aislamiento; y cómo de la escuela salen y entran muchas chicas y chicos. Voy de este hospital a otro cercano, en el sur de la Ciudad de Buenos Aires, el Hospital Penna. Hago el recorrido preguntándome cuán conscientes somos de lo que ocurre, si efectivamente sólo hasta que la muerte tenga un nombre y apellido familiar nos seguiremos sentando en un bar, sin barbijo, para conversar.
“Nadie sabe lo que nos toca vivir”
Son las tres de la tarde de un martes de mayo, la doctora J está de guardia. Entró a las 8 de la mañana. “Recién acabo de parar a comer, bah…hice todo, comí, fui al baño, y me tomé un vaso de agua. Estoy agotada, y todavía me falta un montón”. Me imagino, le digo solidario. “Las guardias son cada vez más complejas. La semana pasada, por ejemplo, tuve que ventilar a un paciente recién bajado de un auto, y a punto de un paro cardio-respiratorio”. En las palabras se percibe cansancio, y también la sensación de que la lucha no es sólo contra el virus. “Espero que el mensaje a la ciudadanía sea capaz de transmitir lo que nosotros vivimos día a día. El paciente nunca está solo a pesar de lo que se dice. Sin embargo, las emociones son cada vez más duras; y en mi caso he decidido tomar cierta distancia afectiva. Hace unos días entró un paciente y me contó que se había peleado con el hijo, y que éste le había dicho “ojalá te mueras”. Y finalmente fue lo que sucedió. De eso se sale vestida, y el traje es la angustia. Las guardias son el llanto, de un día para otro los pacientes no están más”.
“Una caja de Pandora”
“El día de guardia comienza a las 8 de la mañana. Uno llega preparado para resolver casi cualquier situación. Pero cada guardia es una caja de Pandora. Si la tengo que caracterizar diría que es intensa, impredecible, adrenalínica y triste”, me dice P sentado en un cantero. Es médico clínico, y trabaja hace dos años en un hospital de la zona sur de la ciudad.
“Trabajamos en espacios improvisados, nuevos. En una guardia remodelada, signo de estos tiempos, donde había espacio para observación de pacientes clínicos, hoy hay dos unidades de terapia intensiva con 10 camas cada una para pacientes que requieren ventilación”, responde cuando le pregunto sobre las condiciones de trabajo. Y concluye: “Lamentablemente el sistema de salud pública carece de regulación de calidad de servicio, cumplimiento de horarios y funciones específicas de cada integrante del equipo de salud. Por ejemplo, como el personal de enfermería está precarizado, y por ende colapsado, no es extraño que algunas funciones de enfermería las cumpla el médico”.
La doctora D, que también trabaja en el mismo hospital, me dice: “Tenemos que lidiar con la falta de recursos, con la infraestructura deficiente, y con un salario que no tuvo ningún aumento durante un año y medio. Sin hablar de la suspensión de vacaciones y licencias. Estamos sintiendo frustración y exceso de cansancio, emocional, físico y mental”.
“Poner el cuerpo. Dejar la vida”
Uniendo hospitales para unir testimonios, me topo con una Plaza Congreso teñida de blanco: blanco de ambo, de pechera, de barbijo. Es 12 de mayo, Día Internacional de la Enfermería. No hay lugar para festejos, ni aplausos, ni reconocimientos. La cita es motivo de lucha: un “carpazo” en la plaza, una marcha de antorchas a Plaza de Mayo, y una junta de firmas para que la Legislatura se digne, por fin, a tratar de una vez el tema de la inclusión de la enfermería en la carrera de profesionales de la salud.
Detrás de los barbijos se pueden ver los rostros del agotamiento y el dolor. El personal de enfermería, que cuenta de a cientos los fallecidos, lucha por ser reconocido como profesional de la salud. “Cuando se dice que los pacientes están solos, ahí estamos nosotros. Cuando llegan las ambulancias, y hay que atender a los pacientes -incluso algunos son atendidos en las unidades de traslado-, ahí estamos nosotros. Somos un eslabón más en la cadena de personal de la salud, que está poniendo el cuerpo y dejando la vida. Sin embargo, somos considerados administrativos”, me dice A, que se desempeña en el Hospital Ramos Mejía.
En esta línea se inscriben las palabras de la enfermera M, que consultada sobre cómo es una jornada laboral en este contexto, me contesta: “Cada día más violenta por el velo de la muerte, sumado al reclamo de los familiares, y al de los pacientes con patologías crónicas, sin controles desde hace más de 1 año. Somos cada día más vulnerables debido a la falta de apoyo y reconocimiento. Y debemos cuidarnos en todos los aspectos: salud laboral, condición económica y aptitud psicológica. Cada día es más agobiante por lo prolongado de este proceso sin poder poner un freno, o al menos descanso luego de 1 año y medio de esta situación”.
“Apenas puede respirar”
Hace tres días el presidente Alberto Fernández anunció un confinamiento estricto por más de una semana. Hace tres días que llueve. La ciudad está quieta, muda, y en la guardia del Hospital Muñiz unas pocas personas esperan ser atendidas. La doctora J con un dejo de frustración y esperanza, me dice: “No entiendo por qué tuvimos que llegar a esta situación, recién ahora resulta que no hay fútbol, que las escuelas deben permanecer cerradas porque el virus no cesa, cuando hace tiempo lo venimos remarcando. Ojalá que se tomen las medidas necesarias, y que la ciudadanía logre comprender la gravedad de la situación”.
De pronto la sirena de una ambulancia rompe la calma. La sigue un auto que frena repentinamente. Mientras el personal de salud se acerca para bajar la camilla, del auto sale corriendo un hombre de aproximadamente 60 años. Llora. Tiene miedo. Pide por su hijo. Un joven de 30 años que, según dice, “apenas puede respirar”.
“El miedo de los héroes”
Quizás en el futuro se sepa que el trabajo arduo en medio de la crisis lo hizo una masa anónima de héroes y heroínas que enfrentaron a un ejército de virus con rigor profesional y barbijos gastados. Quizás ahí esté el verdadero latido de la salud pública, llevada a terapia intensiva por los distintos gobiernos mucho antes de que apareciera el coronavirus.
“Tenemos miedo porque sabemos que el sistema de salud es totalmente deficiente y nos expone”, me dice la doctora D. “El miedo de los héroes”, escribe Mario Benedetti en su libro de poemas El mundo que respiro, “es menos contagioso que el coraje burlón de los cobardes”. El miedo de los héroes, y las heroínas, es miedo de magnitud, porque “corre el riesgo de que su corazón acabe malherido”.
La segunda ola refuerza el escenario de desgaste y muerte que ha traído el COVID 19. La situación es grave. Muy grave. El personal de salud sobre el ring pelea contra un rival indócil y letal. Abajo, o afuera, la sociedad lucha contra sus propios fantasmas, y cuando le toca llora, como se llora toda muerte.
Entonces la pregunta sigue siendo la misma: ¿cuántas muertes más estamos dispuestos a tolerar por no distribuir la riqueza y los recursos de mejor manera?
Foto: Carlos Brigo/ Télam