El problema de este país son los pelotudos
Por Severo Alegre
Los más visibles, los que estampan su nombre a fuego y hasta viven en el infierno de la memoria colectiva, son los hijos de puta. De eso no hay duda. Ménem lo hizo, podríamos citar. Pero el fondo de la cuestión es que Ménem no hubiera podido hacerlo sin la ayuda de los pelotudos. Los hijos de puta no sobreviven sin los pelotudos. Eso es claro. ¿Quiénes votaron por segunda vez a Ménem cuando traicionó todo lo que había prometido hacer?
Los pelotudos son el alma del sistema. Permanecen ocultos, no son mediáticos. Sin embargo, ellos nos gobiernan y castigan por sus intermediarios. Es más, son ellos quienes generan a los hijos de puta (es una teoría a desarrollar). Por eso, como dice arriba: el problema de este país son los pelotudos. Ellos son la multitud invisible, la razón de todas las cosas. Y son por esto los verdaderos sujetos históricos y el objeto de esta columna.
¿Qué se pretende hacer en esta columna? Un trabajo ciclópeo que llevará años, pero que redundará en grandes beneficios para este país y todos sus habitantes en las próximas generaciones (nótese que esta pretensión es ampulosa, soberbia, inalcanzable, y por ende pelotuda). Dicho sin vueltas: lo que se pretende hacer aquí es una clasificación y un estudio de los pelotudos. ¿Por qué? Para intentar mejorar un tanto las cosas. ¿Cómo? Pensemos que el estudio es una especie de exorcismo y que el pelotudo es una persona tomada.
Será entonces esta columna como una ciencia del pelotudo. Y como toda ciencia partirá de determinados axiomas, cimientos o columnas fundamentales, sin los cuales no podría construirse nada.
Axioma Nº 1: No existe la pelotudez congénita. Uno no nace, se hace pelotudo. Cultivar una pelotudez televisiva y vegetal, por ejemplo, lleva años de esfuerzo y privaciones. No es para cualquiera. Hacen falta mucho aislamiento, inmovilidad, televisión, y llegar a la conclusión inaudita de que uno no vive acá sino en la pantalla.
Axioma Nº 2: Todos somos pelotudos. Hay distintos grados de pelotudez. Hay pelotudos mayores y menores. Pelotudos perdonables e imperdonables. La pelotudez está en el aire. El hijo de puta, por ejemplo, es un pelotudo mutante. Alguien, que cansado de sus pelotudos semejantes, decide destruirlos o aprovecharse de ellos. Y usa su propia pelotudez para hacerlo. Ménem, como muchos de sus compatriotas, quería vivir en el Primer Mundo, entonces el tipo fabricó esa fantasía para todos. Tal pelotudez destruyó el país. Sin embargo al quía no le fue mal, hoy es millonario y senador por el mismo partido que le arrebató la presidencia. Pero eso ya es otra historia.
Siendo yo misma una pelotuda de menor cuantía (y doy por prueba estar escribiendo este comentario) creo compartir tu ideario que se anuncia como mas amplio. Este era un trabajo necesario pues desde siempre veíamos que todo lo malo ya estaba en la propia casa y/o la del vecino, que todos hemos ido criando a estos hijos de puta que por agregado son mediocres.