El silencio No es salud.
La policía cultural del mundo físico
por Maia Kiszkiewicz
La fundación El Mirador es un proyecto que se define mutante, vivo, experimental. Un lugar para la intuición y subversión de la práctica artística hacia nuevos modos reproductivos, trans-disciplinarios y comunitarios de producción y exhibición del arte argentino, afirman desde el espacio. A fin de 2020, la Fundación había vuelto a abrir sus puertas, con cita previa, pero la actividad presencial fue baja. En ese contexto, muchos encuentros y exposiciones se sucedieron por Facebook e Instagram.
El viernes 5 de febrero este espacio, ubicado en San Telmo, iba a realizar, al aire libre, la inauguración de una muestra artística colectiva. Por eso, pasadas las 20:00 horas, se habían juntado alrededor de 60 personas en una de las esquinas frente al Parque Lezama. Pero, a las 20:50, 6 patrulleros, 3 traffics y 2 cuatriciclos de la Policía de la Ciudad llegaron indicando que debían suspender la actividad y evacuar.
Los agentes, algunos con el barbijo por debajo de la nariz, intentaron dispersar, mediante la fuerza física y amenazas, a quienes estaban en el lugar. “Si vos no colaborás, te llevo en cana. Corta la bocha. Me chupa un huevo, vos tomalo como quieras”, dijo uno de los uniformados a Joaquín Barrera, uno de los directores artísticos del espacio, que se negaba a firmar una contravención. “Y si vos no podés firmar, te llevo y te hago chupar ocho horas ahí adentro”, remató el policía.
Minutos más tarde llegó Mariana Bersten, Directora General de la galería, y exigió a los agentes que presentaran la orden judicial para el operativo que estaban realizando. Como no tenían ese papel, se retiraron. Sin embargo, ya se habían llevado a dos compañeras.
“Tanto Maca Zimmermann como Renata Anelli, en una conducta flagrante e ilegal, fueron sometidas a vejaciones tales como no ser trasladades a ninguna sede policial, sino que durante 15 horas les tuvieron dentro de un patrullero sin informarles a las familias su paradero y moviéndoles por la ciudad sin dejarles ir al baño, sin la medicación necesaria y sin darles agua ni comida”, dice un comunicado publicado posteriormente por El Mirador. Ahí se especifica, también, que Maca y Renata, ya libres, presentan moretones producto del maltrato físico ejercido sobre sus cuerpos.
Dos días después, en Colegiales, la Policía de la Ciudad se presentó en una lectura de poesía realizada en la vía pública y dio cinco minutos para finalizar la actividad. Quienes se encontraban en el lugar decidieron continuar el evento en la vereda de enfrente.
Sin embargo, la represión no es sólo contra el sector cultural. La salud es otro ejemplo. En febrero, también, la Policía de la Ciudad se hizo presente en el acampe de trabajadores y trabajadoras del Hospital General de Agudos Parmenio Piñero y del Hospital de Niños Dr. Ricardo Gutiérrez. Esta vez, los pedidos eran mejoras en las condiciones laborales, salarios básicos iguales a la canasta básica alimentaria, cese de la violencia institucional en forma de contratos precarizados y mejores pensiones para las familias de quienes fallecieron tras contagiarse covid-19 en el trabajo.
Pero ni estos reclamos ni la represión son novedad. El 21 de septiembre de 2020, día de la sanidad, quienes trabajaban en enfermería se habían acercado a la Legislatura de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires para entregar un petitorio. En la puerta del edificio esperaba la Policía que, impidiendo el paso, hirió a tres trabajadoras. Parte del reclamo era (y sigue siendo) que se reconozca el título universitario a quienes estudiaron la carrera de enfermería. Hasta ahora, para el Gobierno son técnicos. Como Elena Amarilla, que trabaja en el hospital Gutiérrez, y Franco Antequera, del hospital Piñero.
La herramienta de lucha este año fue un acampe frente al Ministerio de Salud de la Nación, acción que fue seguida de cerca por la Policía de la Ciudad. El 16 de febrero, cuando la medida llevaba 21 días, Elena y Franco cruzaron al supermercado y, al ver una camioneta de la Policía, él la tocó y dijo que esos son los que siempre hostigan, les sacan fotos y los filman. Los uniformados, listos para actuar, parecían haber encontrado motivo. Bajaron del móvil, esperaron que Elena y Franco terminaran de hacer sus compras y, cuando salieron, les interceptaron.
A los pocos minutos, Franco estaba en el piso, su cara cerca del cordón de la vereda, las manos sostenidas en la espalda y una rodilla sobre su cuerpo garantizaba que no se iba a levantar. Pedía que lo dejaran respirar, preguntaba qué hizo y por qué imposibilitaban sus movimientos. Elena, sentada en el cordón, quería saber lo mismo. La respuesta fueron 16 horas de detención.
Sobre todo en pandemia, la salud es primordial. Por eso no hacen paro. Exponen sus vidas trabajando y, cuando terminan sus turnos, encuentran fuerza para seguir intentando que sus voces sean escuchadas mediante movilizaciones o acampes. Entendiendo las singularidades de cada profesión, quienes hacen cultura también subsisten y desean seguir expresándose. En un año con poca actividad, cierre de espacios y reclamo por la sostenibilidad, hay personas que buscan seguir trabajando y aportando al bienestar de las personas. Salud, cultura, trabajo. La relación es estrecha, las situaciones se parecen: una búsqueda por emerger en el espacio público y, como respuesta, resistencia y violencia.
Un mundo sin cultura no existe. Hablaríamos, entonces, de la cultura del silencio. Una realidad en la que las tensiones no se exteriorizan. Un conjunto de personas que acata, por miedo o imposición. Una cultura de la represión. Mentes pensantes, cuerpos cansados y dóciles. Pero todo pueblo tiene historia y la memoria indica que ese escenario se asemeja bastante a un pasado al que no se desea volver. Por eso, resulta necesario escuchar las historias que cuentan las voces que resisten, hacerlas públicas y fortalecer redes que permitan construir en conjunto. Porque el silencio no es salud y los espacios (sobre todo los públicos) están para ser habitados y compartidos, algo que nadie puede hacer con libertad si existe el miedo a la represión.