Elsa Bornemann: Palabras en el corazón
Por Celeste Choclin
De niños nos sorprendían, nos maravillaban. De grandes recordamos sus palabras con ternura, con cierta nostalgia por esa infancia que se fue y con la alegría de saber que esas historias aún hoy en día merodean por nuestros hogares: resuenan en la merienda junto al chocolate caliente o acompañan los sueños de los más chicos. Disparates, mundos locos, libertad y una imaginación del tamaño de un gigante son algunos de los ingredientes de las historias de Elsa Bornemann que guardamos en el corazón. Una querida escritora que se fue este 24 de mayo; mientras sus obras, sus cuentos, sus versos danzan en el aire decididos a permanecer para siempre entre nosotros.
Vivir escribiendo
Oriunda del barrio de Parque Patricios, Elsa Bornemann nació el 15 de febrero de 1952. Ya a los ocho años le anunció a su padre, el relojero alemán Wilhelm Karl Henri Bornemann, su deseo de ser escritora. Publicó su primera obra con apenas 16 años; y desde entonces no paró de escribir cuentos, novelas, poemas, y obras de teatro para el público infantil. Una literatura que, según palabras de la autora, tendió a ser considerada como “menor” en relación a los libros para adultos. Se graduó como profesora en Letras en la Universidad Nacional de Buenos Aires. En 1976, tuvo el honor de ser la primera escritora argentina en ganar el Premio Internacional Hans Christian Andersen por Un elefante ocupa mucho espacio. Libro, sin duda de los más bellos, que sufrió la censura en la última dictadura cívico-militar.A pesar de formar parte de las listas negras elaboradas en esos años de represión, Bornemann permaneció en el país escribiendo sin parar y con la llegada de la democracia pudo volver a editar Un elefante ocupa mucho espacio. Ganó una gran cantidad de premios entre ellos la Faja de Honor de Sade (Sociedad Argentina de Escritores), Cuadro de Honor (selección The White Ravens, Alemania), Medalla Alicia Moreau de Justo, el Konex de Platino… Se la podía ver en la Feria del Libro Infantil hablando directamente con los chicos, sus queridos lectores.
Libros que ocupan mucho espacio
Treinta preciosos libros escribió Elsy, como la solían llamar, con un sinfín de historias para pequeños, niños, jóvenes, de profundo amor, de desbordante imaginación; incluso inauguró un género poco explorado en el mundo infantil: los cuentos de terror. Un territorio que involucra a aquellos que van dejando la niñez y se entusiasman con la lectura a través de historias que convocan emociones fuertes, suspiros e intriga. Libros tales como Los desmaravilladotes, Queridos monstruos, ¡Socorro! y Socorro 10.
También incursionó en el amor infantil, el amor puber, el amor declarado y el no correspondido, de la mano del famoso Libro de los chicos enamorados, además de Corazonadas o Amorcitos sub-14. Temas que parecían confinados al mundo adulto, según advierte la propia autora en el prólogo de El libro de los chicos enamorados:
“Chicos: cada vez que aseguro que ustedes se enamoran tal como los ‘grandes’, me sucede más o menos lo siguiente:
Algunos ‘grandes’ se ríen y me miran como si me estuvieran brotando margaritas por las orejas.
Otros se sonríen y me dicen:-¡Qué disparate! ¡Los niños sólo piensan en jugar!-.
Otros bostezan, ponen la mitad de sus ojos en blanco y cambian de tema (Parece que éstos no conocieron el amor y por eso no les interesa…).
Y otros (¡por suerte muy poquitos!) fruncen el ceño y casi se enojan conmigo:-¡Tienen que tomar la sopa todavía!¡El amor no es cosa de niños!”.
Sin embargo, para la autora los chicos efectivamente se enamoran. Eso sí, a su manera: un poco jugando y otro poco en serio, con mucha magia y a veces deshojando la margarita, entre canciones o silbando bajito y, sobre todo, guardando bien el secreto para que nadie se entere. Continúa la escritora:
“Porque muchísimos poetas escribieron y escriben bellas composiciones amorosas que casi todos los amantes del mundo copian para regalar a su amor, faltaban las creadas especialmente para los chicos, inspiradas en sus emociones, en sus actitudes, en sus juegos y palabritas. Aquí están. Por eso si algún día un lectorcito enamorado copia cualquiera de estos poemas en las últimas páginas del cuaderno borrador (ésas que tantas veces se arrancan para hacer un avioncito o una grulla) me hará feliz saber que luego voló hacia otro banco de la escuela…Me hará feliz saberlo porque recién entonces voy a comprobar si este libro que escribí “para” ustedes, es “de” ustedes como se intentó.”
Los chicos alimentan su enorme curiosidad con aquellas historias que conducen a mundos de mil aventuras junto a libros entrañables como El niño envuelto, ¡Nada de tucanes! y El último mago o Bilembambudín.
Historias que despiertan mundos
También están las historias que nos hablan de libertad y cumplen su cometido: dejar volar la imaginación para que, libre como el viento, nos permita ver más allá del mundo hecho y derecho: pensarlo boca abajo, sentirlo disparatado, infinitamente pequeño o con los tiempos confundidos. Ejemplo de ello son los poemas, canciones y versicuentos de El espejo distraído o los quince cuentos cortos de su famoso libro Un elefante ocupa mucho espacio. Desde ese elefante que cansado de ser un muñeco de circo encabeza una huelga general o el caso de Gaspar que camina con las manos y por tamaña locura es llevado a la cárcel: “¿Por qué camina sobre las manos? ¡Es muy sospechoso! ¿Qué oculta en sus guantes?¡Confiese!¡Hable!”, gruñe uno de los policías.
Relatos extravagantes como la del pelo largo, largo de la pequeña Margarita que se resiste a las tijeras, de día se anuda en una gran trenza que usan los chicos en el recreo para saltar la soga y por la noche suelta su enorme cabellera y convoca a miles de bichitos de luz. Sucesos como el de una calle, el pasaje de la Oca, que se salva de la demolición porque sus vecinos la trasladan entera y la llevan a vivir bajo el abrigo del paisaje campestre. Historias como la del gigante con ese corazón tan grande o la de una caricia que viaja por el campo y maravilla a los animales que la poseen. Cuentos donde las palabras, las de Pablo -en referencia al querido poeta chileno- brotan por todas partes y son seguidas por la multitud. En especial la que más convoca es PAZ:
Como las de Pablo, las palabras de Elsa Bornemann y de otros escritores de su generación marcan época y quedan resguardadas en la memoria colectiva. Se escuchan con suma atención de pequeños cuando le pedimos a mamá que nos acune con sus historias -con la secreta esperanza de que el relato dure toda la noche-, nos acompañan en las primeras lecturas en soledad, nos someten a pruebas de valentía cuando el miedo es un desafío a superar, nos hablan de amor cuando el corazón languidece al mirar al compañero del banco de enfrente. Y nos inspiran cuando de grandes nos sentamos a escribir en una servilleta, garabateamos algún cuaderno y tal vez nos atrevemos a componer un poema. Esas palabras perduran, quedan dando vueltas y sin darnos demasiada cuenta un día se las contamos a nuestro hijo y éste nos suplica que sigamos leyendo mientras piensa en la profundidad de la noche: “¡Ojalá que nunca se termine!”.