Enseñar y aprender en aislamiento
Sobre pedagogías posibles en tiempos de pandemia
por Mariela Acevedo*
Estamos llegando a los dos meses de aislamiento y desde el 19 de marzo la enseñanza se realiza exclusivamente en entornos virtuales. Niveles y modalidades de un sistema educativo caracterizado por la heterogeneidad, la desigualdad y la descentralización, afronta hoy la situación con disímiles estrategias: les docentes imparten clases desde plataformas accesibles desde la web o usan aplicaciones desde el celular; en algunos casos, reparten los cuadernillos elaborados por el Estado en papel (y también viandas de comida) en puntos estratégicos o puerta a puerta, con la promesa de que a la vuelta, llegarán las tareas por correo electrónico o por whatsapp. Estas prácticas —de carácter excepcional como el mismo aislamiento— pretenden mantener el vínculo y la continuidad pedagógica. Aunque desde organismos oficiales se afirma que las y los docentes se encuentran preparados para llevar adelante sus clases desde la virtualidad, quienes enseñan y se vieron obligades a migrar sus prácticas analógicas al universo digital señalan entre las mayores dificultades que deben afrontar la sobrecarga laboral, el pobre acceso a las tecnologías (tanto en la población estudiantil como de la docente) y la escasez de un plan integral, que evite que cada institución deba “hacer lo que pueda con lo que tiene”. En ese panorama, el Ministerio de Educación de Ciudad (y posteriormente la medida fue extendida a todo el país) anunció la suspensión de la calificación numérica y su reemplazo por la “valoración pedagógica”: La educación en debate en tiempos de pandemia.
El sistema educativo argentino en su laberinto
Hacer la historia de las políticas educativas que dieron forma a nuestro sistema educativo actual sería tema de una tesis (existe un campo inmenso de discusión al respecto) y no podría sintetizarse en esta nota, pero sí —en trazo grueso— podríamos decir que las escuelas —por traspasos sucesivos denominados “procesos de descentralización”— dependen de las jurisdicciones y el Ministerio nacional se ocupa de trazar directrices, contenidos prioritarios y lineamientos generales que son adaptados en cada distrito. El Estado nacional tiene responsabilidades en el financiamiento de la educación y en compensar desigualdades, eso es algo que restituye la ley de Educación Nacional, donde aparecen programas nacionales, como el de Educación Sexual Integral (que depende de las provincias adhieran). También podemos decir que el sistema, conformado por distintos estratos, adopta diferentes dinámicas con amplios márgenes de autonomía unos de otros, donde el Estado tiene distinta impronta: por un lado, tenemos el nivel superior no obligatorio, conformado por los niveles superior universitario y superior no universitario (Profesorados y Tecnicaturas) de gestión pública o privada, y por otro, una serie de niveles que el Estado se obliga a garantizar para toda la población, conformado por la escuelas de gestión estatal y privada de los niveles secundario, primario e inicial (desde los 4 años según la legislación vigente). En su conjunto, estos ciclos o tramos formativos (que tienen modalidades específicas como educación rural o en contextos de encierro) conforman un mosaico complejo en el que nos insertamos como estudiantes y docentes durante gran parte de nuestra vida.
Desde el decreto de aislamiento social, preventivo y obligatorio las clases de todo el sistema educativo se trasladaron a entornos virtuales y esto se hizo con una gran disparidad ya que había instituciones que venían trabajando en entornos virtuales hacía años, con campus propios u oferta de posgrados, seminarios y talleres en modalidad online o semipresencial, mientras que otras instituciones se vieron instadas a digitalizar la oferta de materias en pocas semanas para garantizar la continuidad pedagógica sin experiencia previa y en contextos de marcada desigualdad. Lo que la pandemia hizo visible fue esta diferencia abismal: escuelas que a la 7.30 de la mañana se conectan vía plataforma y las niñas/os con el uniforme frente a cámara y el desayuno en la mesa se dedican a cursar como si nada hubiera cambiado y localidades en las que la escasa conectividad, la falta de dispositivos o la situación familiar donde se reciben las tareas en pdf o word, dificulta que esta continuidad pedagógica sea realmente efectiva. Esa postal se complejiza si pensamos en cómo tramitan las familias la educación a distancia: el vínculo pedagógico sostenido por familiares en la casa, aún con quienes tienen voluntad, formación y comodidades no se forja ni reemplaza el lugar de la escuela, ni a la maestra. La socióloga y docente Alejandra Benvenuto, coordinadora de cursos a distancia para docentes en la plataforma de INFoD, consultada por esta cronista señala la angustia con la que se encuentran muchos estudiantes a pesar de los esfuerzos institucionales y docentes y apunta: “esta pandemia es el fin del homeschooling como utopía del neoliberalismo” y completa: “la escuela no es solo el lugar en el que se produce la transmisión de saberes o conocimientos, sino que es para pibas y pibes el lugar de socialización, de intercambio con pares pero también de encuentro con otros adultos más allá de su familia. Imaginate por ejemplo, las situaciones de violencia intrafamiliar que a veces emergen en el aula y que permiten la detección, la intervención y la restitución de derechos de las infancias… muchas de esas pibas y pibes, están ahora sin ese lugar, que también es un refugio.”
La ciudad de Buenos Aires fue la primera que decidió, ante la excepcionalidad de la cursada y las desigualdades de acceso y formación digital entre estudiantes (y también docentes), modificar las formas de evaluar, calificar y acreditar los espacios curriculares. Luego, la medida del reemplazo de la calificación numérica por la “valoración pedagógica” se anunció para todo el país: la noticia suscitó desde sorpresa a reacciones más negativas, tal vez por desconocimiento de lo que implica el trabajo docente, muchos opinadores televisivos que además se reclaman padres y madres atentos a sus retoños, expresaron que la valoración pedagógica no numérica no es justa con quienes vienen haciendo una cursada excepcional (en el doble sentido del término) y reclaman el dígito que ameritan sus vástagos, no sin antes lamentarse de la desigualdad que condena a los pobres a una educación de menos calidad…esa sí, en su imaginación, no merece numeritos sino tal vez, una carita feliz o una carita triste. Para despejar dudas desde fuentes ministeriales se sostuvo “La evaluación de los alumnos y alumnas en este período se centrará en el acompañamiento, seguimiento, registro y devolución a familias y estudiantes del proceso que está teniendo lugar.” A su vez, el Ministro de Educación de la Nación, Nicolás Trotta, consultado en un programa de televisión sobre esta situación, subrayó: “Nosotros no hablamos de educación virtual sino de educación a distancia mediada por dispositivos con acompañamiento de adultos” y a eso, deberíamos agregar siempre “en contexto de aislamiento” porque ciertamente la educación en entornos virtuales, está atravesada por distintas formas de recepción, con tiempos, demandas y urgencias diferentes. ¿Es tan grave que esta situación excepcional sea contemplada de forma diferencial? ¿La acreditación de contenidos a distancia es equivalente al aprendizaje colectivo y presencial en el aula? Perder “un cuatrimestre” o incluso el “año lectivo” ¿es inaceptable? Hacer que “pasen todes” con alguna instancia presencial, ¿es nivelar para abajo? ¿Aprendieron? ¿Qué aprendimos?
Virtuales eran los de antes
La educación en entornos virtuales tiene antecedentes en la formación profesional de adultos, especialmente la destinada a agentes del Estado como funcionarios o trabajadoras/es y también en la formación superior universitaria. En el primer caso se trata de plataformas de acceso gratuito, en algunos casos,con requisitos puntuales, como el de tener título docente o ser parte de estamentos del Estado: ejemplo de esto es la formación destinada a docentes de todo el país desarrollada por INFoD (Instituto de Formación Docente) del Ministerio de Educación de la Nación. ¿Qué pasó con el ambicioso plan de formar a toda la población docente en la pedagogía mediada por TICs al que aspiraba el Programa de Formación Permanente “Nuestra Escuela” (PNFP)? Pasó Macri.
La gestión anterior descontinuó postítulos del PNFP, que constituían una conquista histórica del reclamo gremial docente por formación continua, con puntaje y de calidad. Las actualizaciones curriculares de distintas áreas, niveles y modalidades se vieron reemplazadas en algunos casos por cursos con sospechosas nominaciones como “gestión de la inteligencia emocional” y se echó a.cerca de tres mil tutoras/es luego de ser marcados como “ñoquis”. Se trataba de docentes con perfiles profesionales de distintas áreas curriculares en quienes el Estado había invertido en formación en pedagogías de educación a distancia, realizaban las tareas que hoy se popularizaron con el término de home office. En la urgencia conformaron un colectivo de trabajadoras y trabajadores de entornos virtuales que le hicieron frente al desmantelamiento de la política educativa en tiempos de ajuste y consiguieron sostener puestos laborales en plataformas virtuales hasta hoy desde la construcción gremial (Colectivo de Trabajadorxs Virtuales en ATE). Además de esta tabla rasa que se quiso hacer de trabajadoras/es de las Especializaciones que terminaron de cerrar en 2016, se descontinuó el Programa Conectar Igualdad (CI), ¿lo recuerdan? Ese programa populista que le deba la compu a un pibe o piba, pero no le enseñaba a pescar.
El Programa CI contemplaba la entrega de netbooks para secundaria, superior y especial y para todes lxs docentes de esos niveles y modalidades además de capacitación y soporte tecnológico y de producción de contenidos (software educativo). Otros espacios virtuales, resistieron: por ejemplo, los cursos de capacitación del Campus Virtual de la Secretaría de Derechos Humanos que este año celebra diez años formando distintos perfiles profesionales desde la perspectiva de Derechos. En el ámbito de la Ciudad, la Escuela de Maestros reemplazó en 2015 al Centro de Capacitación Docente (CEPA) combinando propuestas a distancia, presenciales y semipresenciales para las y los docentes de CABA. La situación de las y los trabajadoras/es en entornos virtuales es de pluriempleo y con contrataciones precarias. La sobrecarga horaria es parte del panorama general: se trabaja mientras se lava la ropa, se responde correos a cualquier hora, se entra en la plataforma feriados y domingos, se corrige a destajo.
Desde otra experiencia, las universidades, especialmente en sus tramos de posgrado, han generado ofertas de maestrías y seminarios para acreditar a distancia, en general, con requisitos especiales y a través de métodos de pago. Las y los docentes, suelen estar en mejores condiciones de contratación ya que se considera como cargo docente. La dinámica suele utilizar clases grabadas, con alguna instancia sincrónica y las intervenciones orientan la lectura de la bibliografía. En las plataformas educativas, el trabajo se acredita con intervenciones escritas en foros y trabajos de elaboración personal. En cualquiera de estos casos, se trata de espacios destinados a personas adultas con un manejo de usuario de los dispositivos tecnológicos. Frente a la contingencia de la pandemia, muchas universidades se vieron en la obligación de virtualizar la oferta de las carreras de grado que hasta el momento usaban la modalidad virtual como complemento.
En la experiencia actual, la mayor dificultad por supuesto se presenta en los niveles obligatorios —inicial, primaria y secundaria— en donde no hay experiencias previas de formación a distancia. Aunque la diferencia central hoy, sin embargo, no es entre educación presencial o virtual, sino en cómo enseñamos y aprendemos en entornos virtuales. La pregunta es, educación a distancia sí, pero ¿en qué contexto? ¿Cómo nos afecta trabajar y estudiar en casa bajo la amenaza latente de ver a alguien enfermar o incluso morir mientras sostenemos el espacio doméstico, maternamos, mandamos correos, grabamos consignas y esperamos que las/os estudiantes cumplan con numerosas entregas? ¿Y cómo transitan el aislamiento les estudiantes?
Si bien, el acceso a clases en la virtualidad tiene características específicas que pueden entenderse como fortalezas y debilidades (sobre el uso de tiempos regulado por cada estudiante, la necesidad de seguimiento más personalizado que demanda cada cursante, las formas de participación más ligadas a la lectura y escritura que a la oralidad, la necesidad de forjar un vínculo pedagógico que requiere mayor contacto, entre algunas de las más notables) las clases a distancia en contexto de crisis sanitaria y económica, hace del trabajo de enseñar y de la intención de aprender un encuentro difícil de medir… y se sabe, a las docentes nos encanta medir: medimos el alcance de nuestras palabras y la comprensión de lo que pedimos, evaluamos y determinamos si la intervención de esa/e estudiante vale ocho o nueve, marcamos los límites de lo que se hace dentro o fuera del aula, todo eso hoy se encuentra en una especie de limbo.
Con la crisis del COVID 19, la oferta de formación vía redes sociales y soportes virtuales se incrementó, sin embargo poco se discutió en la prensa general sobre la pedagogía en contextos de crisis y de lo verdaderamente caótico que resultó adecuar las clases presenciales para niñas/os y adolescentes, poco acostumbrados a la instancia de aprendizaje en línea; y también para las personas adultas, con poco entrenamiento y/o acceso a herramientas tecnológicas. El caso de las adulta/os mayores con poca alfabetización tecnológica se puso crudamente de manifiesto en la imposibilidad de uso de homebanking y de aplicaciones telefónicas para la consulta de sus cobros. Esta brecha digital se intensifica en épocas de crisis pero hay que volver a decirlo: Se descontinuaron las políticas de acceso tecnológico como Conectar Igualdad y Plan Sarmiento (en la Ciudad) o en el mejor de los casos la distribución se tornó errática, se restringieron entregas o progresivamente,dejó de tener la cobertura necesaria. En la mayoría de estas líneas y programas y en iniciativas como +Simple (entrega de tablets para adultos mayores que proveía el GCBA) se limitó la formación para el uso de la tecnología. Sumado a eso, en la Ciudad muchas de las decisiones sobre educación fueron inconsultas con la comunidad educativa (traslado y fusión de instituciones, proyectos de UniCaba o reformas de programas de carreras técnicas). La virtualidad, hoy el canal único, operaba hasta hace poco como amenaza para muchos espacios de formación.
Una pedagogía en contextos de crisis y el primer día de clases postpandemia
Al preguntarle a la mayoría de las y los docentes que están dando clases sobre la experiencia de enseñar a distancia, lo que más se reitera es la desigual recepción de sus clases —que muchas veces toma la forma documentos para la lectura, con alguna consigna escrita reforzada con audios vía whatsapp— y la sobrecarga laboral, que suma al trabajo remunerado ahora multiplicado en la virtualidad, el trabajo doméstico y el de cuidado de otres.
Pero volveremos y seremos otres. Hay optimistas (siempre les hay) que afirman que este desafío que estamos enfrentando en la educación es una oportunidad para transformar una forma de enseñar que sigue arrastrando concepciones del siglo XIX: celebran casi que no haya pizarrón y tiza, que las pantallas permitan llevar la escuela a la casa y comprometan a las familias en la educación de sus hijes. Hay quienes somos (me incluyo) menos cándidos y nos preguntamos qué estudiantes llegarán a las aulas cuando pase la pandemia: ¿Habrá un momento en el que regresemos a las aulas presenciales? Seguramente, pero ¿cómo será ese encuentro? Quienes no estén, quienes no se hayan conectado durante estas “semanameses”, ¿volverán a las aulas? ¿podremos ir a buscarlos? ¿Seguirán ahí?
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*Mariela Acevedo es feminista, doctora en Ciencias Sociales, licenciada en comunicación y docente. Administra el portal Feminismo Gráfico y es editora de Revista Clítoris. Escribe, da clases y realiza tareas de investigación en el campo de la comunicación, la salud, los géneros y las sexualidades.