Estadísticas de Fumadoras
por Rodolfo Meyer
Se ha afirmado en diversas oportunidades que en nuestro país las mujeres fuman menos que los hombres. Así lo reiteró un reciente estudio del Instituto para la Medición y Evaluación de la Salud (IHME) de la Universidad de Washington, según el cual, conforme datos del año 2012, las cifras serían 15,9% y 23,9% respectivamente (Página/12, “Para dejar de fumar, mejor Argentina”, 18/1/14, pág.17). De acuerdo con esos datos, la proporción de varones fumadores superaría en un 50% a la del sexo femenino. Sin embargo, al menos en las calles de Buenos Aires, la mera observación revela un panorama inverso: se ven fumar muchas más mujeres que hombres. Nada permite suponer que la situación sea distinta en privado; la vida social corriente en ámbitos variados confirma, en cambio, aquella impresión. Reforzó esta tesis la consulta a algunos vendedores de cigarrillos, quienes corroboraron que ellas los adquieren en mayor medida.
Esto despierta algunas reflexiones. Si es correcta la apreciación precedente, ¿cuál es la verosimilitud de las estadísticas que sostienen lo opuesto? ¿Puede adjudicarse buena fe a tales informes presumiblemente inexactos? ¿Para qué se elaborarían esas exposiciones así deficientes?
Es sabido que durante décadas la industria cinematográfica fue “incentivada” para que en las películas apareciera el mayor número posible de personas fumando (produciendo así la imitación inconsciente), hecho reconocido sólo luego de comprobación fehaciente. Las mismas empresas tabacaleras responsables de aquella maniobra, negaron históricamente el uso de aditivos que refuerzan la adicción, lo que recién fue admitido tras arduas investigaciones y largos pleitos.
Tales antecedentes autorizan a preguntarse si no convendrá a aquellos mismos intereses una versión “tranquilizadora”, que presenta a las mujeres como menos afectas al cigarrillo, cuando la realidad parece mostrar lo contrario.
En nuestro país se aprobó en agosto de 2006 el Programa Nacional de Control del Tabaco, para “prevenir el inicio al consumo de tabaco, disminuir el consumo, proteger a la población de la exposición al humo de tabaco ambiental y promover la cesación”, y el 14 de junio de 2011 se sancionó la ley 26.687 sobre “Regulación de la publicidad, producción y consumo de los productos elaborados con tabaco”. Sin embargo, Argentina continúa siendo uno de los pocos países que no ratificó el Convenio Marco para el Control del Tabaco” (CMCT) de la OMS. En América Latina, sólo en Chile y Uruguay la prevalencia en tabaquismo es mayor que en Argentina.
La exigencia de incluir en los envases la advertencia de que “fumar es perjudicial para la salud”, es dócilmente cumplida por los fabricantes, pues saben que ello no desalienta a sus adictos clientes. Empero, la multinacional Philip Morris pretende ante el Icsid (organismo dependiente del Banco Mundial con sede en Washington) el pago de una indemnización de miles de millones de dólares por parte de Uruguay y Australia, por campañas anti-tabaco (nota de Eduardo Febbro en “Página/12”, 15/5/14, pág.20/21).
El precitado estudio del IHME resulta equívoco también en otros aspectos: se afirma allí que fuman unos seis millones de argentinos. Pero el promedio entre los datos mencionados para hombres y mujeres (23,9% y 15,9%) arroja aproximadamente un 20%, que aplicado a la población estimada del país (40 millones de habitantes) representa ocho millones de fumadores, es decir, un 25% más que lo indicado por el IHME. Por otra parte, según el mismo estudio, a nivel global los consumidores serían unos 989 millones, con una proporción del 6,2% entre las mujeres y 31% entre los hombres, lo que arroja un promedio de alrededor del 18%. Aplicado a los 7.000 millones de habitantes calculados para el año 2012 (se acepta que la población mundial está bastante equiparada entre ambos sexos), aquel 18% representa 1.260 millones de fumadores, o sea cerca de 30% más que lo expuesto por el IHME.
Volviendo a nuestro medio, y al margen de estadísticas, ¿cuál será la causa del ostensible predominio femenino? Cabe preguntarse sobre la incidencia de las tensiones crecientes que recaen sobre la mujer por la suma de responsabilidades hogareñas, laborales, ciudadanas, genéricas, evidenciada en nuestra sociedad.