«Exigimos una solución habitacional YA»
por Agustina Ramos
Una manzana, un jarabe, una campera azul con forro rojo, un colchón y una caja para armar bizcochuelo son algunos de los restos que quedaron en el predio ubicado en el Barrio 31, en el área norte de la Ciudad de Buenos Aires, donde hace nueve días fueron desalojadas mujeres -con sus hijas e hijos-, quienes habían logrado salir de un entorno de violencia de género y hoy aseguran carecer de un lugar propio donde vivir.
Desde el desalojo, Lucía, Andrea y Alicia se reúnen «casi todos los días» en asamblea junto a compañeras que participaron de la toma llamada «Fuerza de las Mujeres», en un predio entre las calles Ciervos de La Pampa y Caraguata, en el Barrio Padre Carlos Múgica (ex Villa 31), en la zona porteña de Retiro, donde anteriormente había un basural al que vecinas y vecinos llamaban «La Containera».
En ese lugar, hoy hay escombros, restos de lo que fueron hogares precarios y un alambrado que actúa como cerco rodeado de policías que sólo permiten el acceso a periodistas.
«Casi todos los días tenemos una asamblea entre los vecinos. Gracias a dios estamos muy unidas y seguimos este proceso juntas», dice Lucía, una joven de 30 años que participó de la toma. Ella tiene tres hijas, llegó al barrio hace 13 años y desde el desalojo vive con una allegada porque no encuentra una pieza en alquiler donde reciban a niñas o niños.
«Hay muchas compañeras que se quedaron en la calle o están en casa de familiares. En el alojamiento donde llevaron a dos o tres familias están pasando hambre; toman té negro con galletitas de salvado», cuenta.
Andrea, otra de las mujeres que participaron de la toma, logró alquilar. «Es una piecita muy chiquita, pero es lo que pude conseguir», dice y agrega: «Me costó mucho porque no quieren alquilar con chicos, ese es el mayor problema que tenemos acá en el barrio. Y afuera no se puede porque no tenemos toda la documentación que piden para alquilar un hotel o una casa».
Hasta el momento, las mujeres y sus hijas e hijos no recibieron contención emocional o psicológica, y el gobierno porteño les ofreció pasar la noche en paradores y un Plan Habitacional, un subsidio que otorga un máximo de 13.000 pesos por familia y por un tiempo limitado.
«Somos la mayoría mujeres que sufrimos violencia de género que nos juntamos porque no tenemos refugio. Nos tienen al abandono. A algunas chicas las conocía desde hacía cinco años. Hablando y hablando, nos juntamos con otras que también no tenían a dónde ir, entonces nos metimos esa misma noche», cuenta sobre el inicio de la toma hace poco mas de tres meses Alicia, que tiene 26 años y cuatro hijos.
Alicia denunció a su marido en enero de este año y dice que no recibió «ni una psicóloga para los niños» ni para ella.
En el barrio funcionaba un Centro de la Mujer -una zona que las vecinas describen como peligrosa y por la que no querían acercarse-, pero cerró sus puertas hace dos años.
La Ley porteña N° 5.466 establece que en la Ciudad debe haber un Centro Integral de la Mujer (CIM) cada 50.000 mujeres; sin embargo actualmente solo hay un CIM cada 108.757 mujeres, según datos recogidos por el Observatorio de Géneros y Políticas Públicas.
La toma duró tres meses exactos. El 30 de junio iniciaba con un grupo de entre 30 y 50 mujeres, y el 30 de septiembre trabajadores de la administración que encabeza Horacio Rodríguez Larreta tiraban abajo las casillas donde vivían 100 mujeres y más de 230 niñas y niños.
Ese día, la toma cumplía tres meses y la hija de Andrea, tres años. «Cumplió el mismo día en que la rata la despertó con la topadora. Ese 30 estaríamos festejando, pero estuvimos corriendo, tratando de sacar algunas cosas», cuenta Andrea, de 29 años, que hace once vive en el barrio y tiene tres hijas.
A las 7 de la mañana de ese jueves las casas hechas de chapa, madera y cartón fueron tiradas abajo por la Policía de la Ciudad, funcionarios de la Fiscalía 11 y empleados del programa Buenos Aires Presente (BAP), mientras también avanzaba el fuego sobre ellas.
«Los policías agarraban con fuerza a los niños sacándolos para afuera del predio. Había mamás llorando y resistiendo mientras quemaban las casillas. Había niños, mujeres, y no les importó nada», dice Lucía.
A su lado, Alicia suma: «Entre ellos se decían ‘no se separen y tiren todo abajo’. Estábamos nosotras solas contra ellos. No vino ninguno de los organismos que tenían que estar en un desalojo. Apenas se terminó de leer la orden ya estaban tirando abajo las casitas».
Las mujeres que participaron de la toma alcanzaron a recuperar pocas cosas.
«En mi caso particular no saqué nada porque me agarró un ataque de pánico, tuve que ir a buscar agua y cuando regresé ya no me dejaban pasar. Con la frustración de ver abajo el esfuerzo de tres meses quería gritar, ir a pelear con ellos. Me tiré en el piso y lloré, lo único que hice fue eso», cuenta Alicia.
Algunas de las familias que fueron desalojadas están viviendo en paradores, otras con familiares o con la ayuda de organizaciones sociales.
Juntas reclaman por una solución habitacional: «Vamos a seguir de pie luchando hasta una solución. Necesitamos una respuesta definitiva».