Fútbol – Ajuste – Resiliencia
por Gabriel Luna
En la madrugada del lunes 15 de julio de 2024, pese a la oscuridad y el frío, miles y miles de personas se lanzaron a las calles. Había euforia, reafirmación y rabia, como al acabar una lucha y todavía persiste la fuerza y la bronca. Había bombos, gritos, petardos, banderas argentinas, movimiento; la avenida Corrientes, cortada al tránsito vehicular, empezaba a poblarse con grupos cada vez más densos que iban hacia el Obelisco, cantando o en silencio. Un clamor crecía entre el frío, la noche y la desesperanza, en un país invadido por la pobreza, gobernado por corruptos y opresores, ladrones financieros y mentirosos. ¿Qué estaba pasando? ¿La gente se daba cuenta y decía basta? ¿Era un estallido social donde el pueblo despertaba y salía de la noche y del engaño para liberarse de los ladrones y los opresores y superar la pobreza? No exactamente. Ocurrió que después de un largo partido, retrasado al comienzo por incidentes, con un primer tiempo sin goles, un largo intermedio musical con Yakira, que simuló apuntar al público con un arma, un segundo tiempo sin goles y dos tiempos suplementarios, la Selección de fútbol argentina ganó la Copa América.
¿Festejo o revuelta?
El partido, jugado en Miami, terminó a las 1.08 AM del lunes, y miles y miles de personas dejaron los televisores y salieron a la calle. Se acababa la expectación; ellos estaban en Córdoba, Salta, Ushuaia o Buenos Aires (siempre muy lejos de Miami) y querían ser protagonistas, mirarse entre todos, palpar la fuerza colectiva, y ser parte del triunfo (como si hubieran jugado ellos). Tener entre tantas penurias la alegría de ser ganadores. Y salieron a la calle.
En la Ciudad de Buenos Aires los festejos habían empezado antes que el partido. Una multitud se había apostado en la Plaza de la República, junto al Obelisco, en la intersección de la avenida Corrientes con la avenida 9 de Julio (fecha de una liberación colectiva e histórica ocurrida en el año 1816). Y un albañil desocupado, Alan Nahuel Frete, que venía de Claypole, se subió a un jardín vertical de siete metros de altura que forma una gigantesca letra A en la Plaza de la República. Frete saltaba agitando una bandera Argentina, como liderando algo, precisamente desde el vértice de esa A, cuando el jardín no lo soportó y cayó sin más, perdiendo la vida.
A las 3.00 AM la avenida Corrientes y también la avenida 9 de Julio eran un peregrinar hacia el Obelisco. Las multitudes crecían. En el bar La Giralda -ubicado en Corrientes al 1400- que instala mesas, sillas, sombrillas, macetas y toldos en la vereda y la calzada para extender su negocio y que rodea el conjunto con cadenas apropiándose del espacio público, un grupo rompió una vidriera. También hubo otra vidriera rota en un negocio de celulares. Se oían cánticos, petardos que sonaban como disparos. ¿Por qué la referencia a las armas? Cuando Yakira se despedía en el Estadio de Miami simulando un arma con la mano… ¿aludía al atentado de Trump del día anterior en Pensilvania? No lo sabemos. A las 3.00 AM las multitudes y los grupos se concentraban en la Plaza de la República e inmediaciones. Muchos subían a los kioscos de diarios y revistas, a las marquesinas de los comercios, a los semáforos, tal como otros lo habían hecho dos años atrás cuando la Selección de fútbol argentina ganó la Copa del Mundo en Qatar, tal como lo había hecho horas antes Alan Frete. ¿La búsqueda de altura era un intento de levantarse de la pobreza y la opresión?, ¿un intento de sobresalir? ¿Era buscar, sentirse o convertirse en líder de toda esa enorme fuerza colectiva? ¿O era, como en el caso del albañil desocupado Alan Frete, o como en el tema llamado precisamente 3.00 AM de Serú Girán, tratar de encontrar un final, un arma para el suicidio?
A las 4.00 AM la gente seguía llegando por Corrientes y 9 de Julio a la Plaza de la República y las armas las tenía la policía. El Gobierno había decidido intervenir. No por los incidentes de las vidrieras (que eran menores), sino porque podría fraguarse una revuelta desde el festejo. Porque había más esperanza y bronca que fiesta, y porque podrían surgir los líderes desde las alturas, desde las marquesinas y los kioscos, o desde algún grupo infiltrado, e iniciar un estallido social y llevarlos a tomar la Casa de Gobierno, ubicada a pocas cuadras. La ministra Bullrich, decidida a controlar las calles, mandó un ejército policial de infantes y motociclistas para disolver lo que se estuviera formando.
Hubo enfrentamientos: 17 manifestantes heridos, 3 policías heridos, una moto policial incendiada y también varios contenedores de basura. Hasta que la concentración fue disuelta y la brutal represión relativamente oculta en los medios de comunicación. Una canción xenófoba, cantada por los jugadores de la Selección para festejar el triunfo, tuvo mucha repercusión y tapó el asunto. Pero el caso fue que el fútbol, o el circo, no alcanzaron para aplacar el malestar social.
Represión – Resiliencia – Futbolización
El sistema neoliberal (disfrazado hoy de libertario) consiste esencialmente en una concentración de capital, dirigida hacia las corporaciones y el sector financiero. Dicho de otra forma, se trata de una enorme transferencia de dinero hacia las corporaciones y el sector financiero -que se materializa en el aumento de sus ganancias-. Esta transferencia proviene del pueblo, se manifiesta en el aumento de los alimentos, aumento de los transportes, de gas, luz, de los impuestos, y en los despidos y la falta de trabajo, en la quita de impuestos a las corporaciones, quita de aportes a la educación y la salud pública. Todo esto genera malestar, incertidumbre, pobreza. Y este Gobierno neoliberal “libertario”, al servicio de las corporaciones y que viene concretamente de una corporación de Eurnekián, disfraza la transferencia de ajuste: “un ajuste necesario para sanear nuestra economía y proyectarnos después hacia la potencia mundial que solíamos ser en los tiempos de Roca, hace más de cien años”, dice Milei. Pero este engaño no alcanza para someter a una población que tiene un 52% de pobreza. Hacen falta: represión, resiliencia y futbolización.
La resiliencia es un término que viene del latín, de resilire que significa “saltar hacia atrás” o “replegarse”. La biología ha tomado el término para referirse a la capacidad de adaptación de un ser vivo frente a un agente perturbador o una situación adversa. La psicología ha tomado el término para referirse a la adaptación de un individuo a un trauma. Y el neoliberalismo ha tomado el término para referirse a la adaptación de una sociedad a la acumulación capitalista concentrada (es decir al ajuste). Y pondera la resiliencia como una gran virtud y razón de la meritocracia. Es decir, que según esta interpretación, son los individuos que se adaptan a la enorme desigualdad producida por la concentración de las ganancias de las corporaciones y las financieras, quienes triunfarán y tendrán el mérito de conducir la sociedad. En otras palabras: esa es la orden y el orden de las cosas, no hay otra posibilidad. Así es el mundo, dice esta interpretación convertida en credo e impuesta a través de los medios de comunicación. ¡Debes adaptarte!
La futbolización de la política, y en particular la de los gobiernos neoliberales, viene dándose en el país desde hace muchos años. Ya en 1978, cuando se jugó en Argentina la Copa Mundial de Fútbol y la ganó la Selección nacional, el dictador y genocida Videla (admirado y visitado en la cárcel por la actual vicepresidenta Victoria Villarruel) dijo exultante, amparado en ese triunfo y parodiando los reclamos por secuestros, torturas y desapariciones, que: “Los argentinos somos Derechos y Humanos”. Años después -ya establecido el neoliberalismo por la vía democrática en Argentina- el presidente Ménem, aprovechando el prestigio de la Selección nacional que había ganado el Mundial en México, integró él mismo la Selección para jugar un partido junto a Maradona, compartiendo la aureola de ese gran ídolo popular. Otro caso llamativo, también de un gobierno neoliberal, fue el de Macri que construyó su carrera política hasta la presidencia de la Nación, sostenido por la corporación familiar, a partir de su presidencia en el club Boca Juniors.
La futbolización de la política simplifica la realidad social, reemplaza razones y ética por sentimientos, genera amores y odios. Ídolos y enemigos. Y la realidad y los objetivos también se polarizan, se reducen a ganar o perder. “¡No hay términos medios!”, dice Milei enfurecido en sus discursos, se está con él o en contra, se es resiliente o se cae en la pobreza.
Así están las cosas. Y para terminar la nota con una sonrisa y completar el panorama, refiero unas imágenes: una fantasía infantil creada con IA muy difundida en las redes sociales. Los integrantes de la Selección de fútbol (que son millonarios, xenófobos y semianalfabetos, comprados y al servicio de las corporaciones) vestidos como los próceres del siglo XIX, los intelectuales y revolucionarios que lucharon y lograron por algunos años la emancipación de este país: San Martín, Belgrano, Moreno…