¿Han Kang y Milei?

por Gabriel Luna

Literatura y opresión
Han Kang es la escritora surcoreana que obtuvo hace pocos días el premio Nobel de literatura, la máxima repercusión mediática global e instantánea a la que puede aspirar un poeta o escritor de ficciones. El premio, que se otorga hace más de cien años, es ya una instancia consagratoria. Y su repercusión se multiplica y es proporcional a los miles de aspirantes que tiene el Nobel en cada país del mundo. En Argentina, una vez proclamada Han Kang, alguien desconocido para la mayoría de los lectores y escritores locales, se produjeron diversas reacciones en las redes y en los medios de comunicación. Asombros, envidias, curiosidades, tristezas, y también disgustos. ¿Se había olvidado la Academia sueca de Argentina? ¿Cómo podría suceder esto con tan buenos escritores y escritoras que tenemos? Y a continuación se daban nombres, de fulano o fulana que por su obra y trayectoria merecerían el Nobel. Incluso algunos de estos mismos escritores (postulados o no) reivindicaban la calidad de sus obras y hasta comparaban la cantidad de sus libros publicados con los publicados por la surcoreana ganadora. ¡Cómo si se tratase meramente de calidades y cantidades!, ¡de reconocer un buen estilo de escritura y contar las páginas publicadas para designar un ganador! No es así. Pero también es así. ¿Y cómo es? Hay cientos de miles de escritores en el mundo que escriben con buen estilo y tienen una obra importante. Todos ellos podrían ser galardonados. Pero no hay premios Nobel para todos, ni siquiera para unos pocos cientos. Así es el sistema. De modo que la Academia sueca tiene que elegir entre los cientos de miles sólo a uno para cumplir el mandato testamentario de Alfred Nobel: premiar a quien produzca “el mayor beneficio a la humanidad”. La cuestión pasa por saber cuál es, en estos tiempos que corren y según la Academia sueca, el tema a tratar o resolver que provoque “el mayor beneficio a la humanidad”. En Economía, los académicos eligieron “La desigualdad social” y premiaron a tres economistas: un turco y dos ingleses (todos radicados en EE.UU.) por un ensayo titulado: “Por qué fracasan los países”. Que, refiriéndose a los países del Tercer Mundo, explica la pobreza de éstos por la temeridad o negligencia de sus instituciones políticas y económicas ante el avance del colonialismo, primero, y del neoliberalismo, después. Y en Literatura, los académicos eligieron -en concordancia con lo anterior-el tema de “La opresión”, y premiaron a la novelista Han Kang que vive en Seúl a 20.000 kilómetros de Buenos Aires.

Kang tiene varias novelas, en “Actos humanos” narra la masacre de Gwangju en Corea del Sur, cuando cientos de estudiantes universitarios que protestaban contra el régimen del dictador Chun Doo-Hwan fueron asesinados por el ejército en 1980. Doo-Hwan fue un general y títere sangriento de EE.UU. que impuso —como Pinochet en Chile y Videla en Argentina— el neoliberalismo en la región. “Mis historias exploran el sufrimiento humano”, dijo Kang. En su novela más conocida “La vegetariana”, Kang muestra y cuestiona la opresión a la mujer en una sociedad neoliberal patriarcal, y muestra y cuestiona el camino y la decisión radical que toma la protagonista de su historia (una mujer sin mayores atributos, del todo común) para liberarse de esa opresión. Hacer preguntas, eso es para mí escribir, dijo Kang. No escribo respuestas, simplemente me afano por redondear las preguntas, trato de permanecer mucho tiempo dentro de ellas. En “La vegetariana” hay una mujer, un ser humano que ya no quiere formar parte de la humanidad. Un ser que pone en juego su vida para no dañar a nadie ni a nada, un ser a quien un día deja de importarle en absoluto vivir o morir. Si una mujer así se quedara en silencio y llevara a cabo su decisión, qué es lo que pasaría; con qué se encontraría al final del camino, nos pregunta Han Kang.

Literatura y mercado
De todas maneras —se podría replicar a la Academia—, aun eligiendo el tema de la opresión, hay miles de buenos escritores en el mundo que tienen obra al respecto, ¿verdad? Cierto. Y es muy difícil evaluarlos a todos, y decidir objetivamente cuál es el mejor. La distinción resulta al final una cuestión de suerte. O de decisiones políticas que no podemos vislumbrar. Esto no le quita mérito a Han Kang, que sin duda está entre los miles de buenos escritores que tienen obra al respecto. Digo que el premio podría haber sido otorgado a cualquiera de ellos sin ningún menoscabo. El sistema es así. Los premios —incluido el Nobel— son como marcas, y las marcas sirven para vender. El mercado de la literatura —como todos los mercados— tiene una propuesta de venta piramidal, no horizontal. La oferta es restringida, sólo unas pocas decenas de escritores aparecen arriba con sus marcas y son promocionados, el resto desaparece para el consumo masivo. Se trata de una estrategia comercial para maximizar y concentrar las ventas, utilizada por las editoriales, las discográficas y también por los fabricantes de autos o heladeras.

El sistema de Roger Plá
Hace muchos años, Roger Plá —quien fuera mi maestro en el oficio literario— dijo que los escritores formaban un sistema orográfico, que estaban las altas cumbres, las medias y los valles, y que las altas cumbres no eran autónomas y se sostenían por sí mismas, sino que las sostenía todo el sistema. Conclusión. A las decenas de escritores promocionados y con sus marcas, las sostiene en realidad todo el sistema orográfico; no hubieran podido existir sin él. Hay que considerar esta observación. Y la riqueza del sistema —esto lo digo yo— no está sólo en las altas cumbres, que suelen ser frías y desoladas, sino en los bosques y los valles por donde corre mejor la vida. La verdadera cuestión consiste entonces en saber si alguien, al margen de las marcas y las promociones, pertenece o no al sistema orográfico. Es decir: si es un buen escritor o escritora, o no. Roger Plá tenía un método, sencillo y de fácil aplicación, que me sigue pareciendo infalible. Un buen escritor, nos explicaba en su taller de literatura, es aquel que rompe la cáscara de la anécdota y va hacia lo universal. Entonces se establece una relación profunda con el lector, cuando el lector descubre que lo que se está contando lo incluye y que de algún modo también puede transformarlo. Alrededor de “La vegetariana” Tal vez un tanto al margen de las condiciones del mercado y del sistema orográfico de Roger Plá, “La vegetariana” fue publicada en Corea en 2007, y fue traducida y publicada en Argentina en 2012. Cuando Han Kang era desconocida en Occidente. Mucho antes de que ganara el premio Booker en 2016 y se convirtiera en escritora de marca. ¿A qué se debió semejante primicia? ¿Hay un público argentino considerable y entusiasta de la literatura surcoreana? No creo.

Cuenta la traductora de la novela, Sun Me Yoon, que el Gobierno surcoreano subsidió la traducción, también la publicación, y que además pagó el viaje de Han Kang y su comitiva a Buenos Aires para la presentación de la novela en la Feria Internacional del Libro en 2013, durante el gobierno de Cristina Kirchner. Sun Me Yoon vivió en Argentina desde los cinco hasta los veinticinco años y se educó en el Colegio Nacional Buenos Aires y en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA. Algunos argentinos subrayan la educación pública de la traductora —en el actual conflicto universitario por el financiamiento— como parte del mérito de la novela. Y otros lectores subrayan el extenso e “imprescindible” prólogo del español Gabi Martínez (escrito en 2017, una vez recibida la marca del premio Booker) para entender y contextualizar la novela. “La vegetariana” tiene tres partes. La última se titula “Los árboles en llamas”.

La cáscara de la anécdota es que una mujer común, sin atributos, tras cinco años de casada, un día decide convertirse en vegetariana. Y la ruptura de la cáscara comienza cuando detrás de la rutina monótona de la protagonista se vislumbra la opresión. Una opresión en su matrimonio, porque su marido la eligió precisamente por la falta de atributos, para que ocupase en la relación una posición inferior. Pero según avanza la novela, notamos que la opresión viene desde la infancia de la protagonista, ya que su padre, un héroe de guerra que combatió en Vietnam junto al dictador Doo-Hwan matando comunistas, también impuso una dictadura en su casa. La anécdota sigue abriéndose. Descubrimos que la falta de atributos de Yeong Hye, la protagonista, se debe precisamente a la opresión del padre. Y que además toda la sociedad surcoreana -según nos cuenta Gabi Martínez- resulta opresiva por su carácter patriarcal y su neoliberalismo a ultranza, de alta competencia, alto consumo, alta tasa de suicidios, desigualdad, y descuido de los pobres y de los viejos.

Han Kang en tiempos de Milei
Llegados a este punto, comprendemos la reacción de Yeong Hye, que se vuelve vegetariana ante una sociedad caníbal (así interpretamos nosotros desde el país de la carne). Pero no es solamente eso. Yeong Hye cambia su vida para siempre y hace un culto de los árboles, que imagina en llamas, como hombres en llamas, se vuelve esquizofrénica, sufre. Y entonces sentimos su opresión y nuestra propia opresión, los rasgos comunes con nuestra propia sociedad, también patriarcal y neoliberal, de gobierno también autoritario pro EE.UU. y anticomunista —como el de Doo-Hwan y el del padre de Yeong Hye—; un gobierno proclive a la desigualdad y ajeno a la justicia social, que procura grandes ganancias para las corporaciones y los bancos mientras más de la mitad de la población vive en la pobreza. Milei podría aspirar a gobernar Seúl. Alienta la desigualdad y llama héroes a los mega ricos; a los políticos que traicionan al pueblo. Reduce los gastos del Estado en educación, vivienda y salud. Aumenta las ganancias de las corporaciones y los bancos al quitarles impuestos. Reprime a los jubilados que reclaman por la actualización de sus haberes, y reprime a los estudiantes universitarios que reclaman al Gobierno que sostenga la educación pública. Todo esto es opresión. Milei, las corporaciones y los bancos (para quienes trabaja) son nuestros opresores.

Han Kang, escribiendo desde Seúl hace 17 años y a 20.000 kilómetros de Buenos Aires, rompe la cáscara de la anécdota —como decía Roger Plá— y llega hasta nosotros desde lo universal. Se trata de una buena escritora que sin duda pertenece al sistema orográfico. Y merece el premio, como todos los demás. Su trabajo me parece estupendo. La única pregunta crítica que le haría respecto a “La vegetariana” es por qué no fue más allá. ¿Por qué ante una opresión tan generalizada y brutal no buscar una respuesta colectiva? La opresión social sólo cederá con la lucha colectiva. ¿Por qué evitar ese rumbo? Los bosques y los valles del sistema orográfico no están en llamas. ¡Y hay cientos de miles de luchadores!

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