La Ciudad cumple 444 años
La segunda fundación de la Ciudad Buenos Aires, de la que hoy se cumplen 444 años, fue comandada por el vasco Juan de Garay, pero protagonizada en su mayoría por pobladores originarios de lo que es hoy Paraguay.
Garay salió de Asunción y no de España, al frente de sesenta y seis personas, de las cuales diez eran españolas y las demás nativas, trayendo ganado, herramientas y -fundamentalmente- armas.
La travesía de los cerca de 1.200 kilómetros que separan a la capital paraguaya de las costas del Río de la Plata demandó tres meses, con una escala en la región donde hoy se levanta la ciudad de Santa Fe.
Los viajeros empezaron a trazar la futura ciudad el 28 de mayo de 1580, media legua al norte (actual Plaza de Mayo) del lugar que ocupó la primera Buenos Aires fundada por Pedro de Mendoza en los terrenos que hoy ocupa el Parque Lezama.
El acto formal de fundación tuvo lugar el 11 de junio. En la traza planificada por Garay y sus hombres figuraban doscientas cincuenta manzanas destinadas a los pobladores, el emplazamiento de un fuerte, una Plaza Mayor, tres conventos y un hospital.
Cada poblador recibió fuera de la ciudad una huerta de cuatro hectáreas; se nombraron las autoridades y se eligió patrono de la ciudad a San Martín de Tours.
La primera Buenos Aires había sido abandonada en 1541, cuando los pocos colonos que quedaban de la expedición de Mendoza vaciaron los ranchos de paja y barro que habían construido, quemaron el fuerte y escaparon a Asunción, castigados por el hambre y perseguidos por los querandíes.
Casi 40 años más tarde, el 11 de junio de 1580, los españoles insistieron y fundaron la ciudad por segunda vez, en una ceremonia que estuvo encabezada por Garay y su esposa en lo que es actualmente la Plaza de Mayo. Como antes, los querandíes intentaron expulsar a los invasores, pero los españoles habían llegado preparados con más y mejores armas.
Los querandíes fueron derrotados en varias batallas y se retiraron al interior del país. Hasta el día de hoy, uno de los partidos del Gran Buenos Aires lleva en su nombre el recuerdo de esos sangrientos combates: La Matanza.
Garay no bautizó la ciudad con su denominación actual: le puso Ciudad de Trinidad y Puerto de Santa María del Buen Ayre, pero desde el principio, la gente se acostumbró a llamarla por el nombre del puerto, que, con los años, se acortó hasta convertirse en Buenos Aires.
Favorecidos por las condiciones del suelo y del clima de las llanuras pampeanas, los caballos traídos por Mendoza y abandonados luego al despoblarse Buenos Aires, así como las vacas y toros introducidos por Garay, se reprodujeron en gran cantidad y constituyeron la más importante fuente de recursos para los habitantes del Río de la Plata en la época hispánica.
Los pobladores de Buenos Aires habían recibido en propiedad solares e indios que fueron otorgados por Garay, y también el derecho de explotar el ganado salvaje. Debido a la falta de cercados, los animales cimarrones se expandieron por el centro del país, y como otros colonizadores explotaban esa riqueza, los habitantes reclamaron sus derechos sobre la misma.
Las tropillas de ganados cimarrones constituían un constante peligro para los pequeños sembrados que rodeaban a las ciudades y los labradores sufrían grandes perjuicios, ya que los animales pisoteaban y destruían los cultivos de las huertas.
Con el fin de apoderarse de la carne, y especialmente del cuero y el sebo, que se exportaban, los españoles organizaban matanzas llamadas «vaquerías» donde se sacaban los productos exquisitos y el resto se desperdiciaba.
La zona contaba con importantes defensas naturales. Las aguas poco profundas hacia el estuario del Río de la Plata no permitían la llegada directa de naves enemigas, mientras que las barrancas que bordean el territorio entre el Riachuelo y el Arroyo Maldonado permitían controlar a quienes se acercaban por el río.
Durante los primeros dos siglos, los porteños sufrirían todo tipo de necesidades, ya que el poblado estaba alejado de todo centro comercial importante, no existían ninguno de los elementos necesarios para sobrevivir dignamente y no podían fabricarlos en la ciudad.
España privilegiaba los puertos sobre el Pacífico y, por lo tanto, marginaba a Buenos Aires, que sólo recibía dos navíos de registro por año, y hubo lustros en los que no llegó ninguno.
La importancia de la ciudad aumentó cuando los conceptos internacionales de riqueza dejaron de regirse exclusivamente por las piedras y metales preciosos y se valorizaron otros productos, como el cuero, que era muy demandado en la época.
En efecto, el contrabando era pagado con la única fuente de riqueza que existió hasta principios del siglo XVII, que era la venta del cuero que se obtenía de la matanza de rebaños de bovinos sin dueños que vagaban por los campos, según reseñan distintos historiadores.