La Confitería del Molino. Patrimonio de los argentinos

por Cristina Sottile*

En la Buenos Aires de fines del siglo XIX, Cayetano Brenna adquirió la esquina de Rivadavia y Callao con la idea de construir un edificio de considerable altura, donde además estaría ubicada la Confitería del Molino. La razón de su nombre tiene su raíz en el molino harinero del que Brenna era co-propietario junto con Constantino Rossi. **
El edificio, un diseño del arquitecto francisco Gianotti, fue construido con criterio de palacio: vitraux, mármoles, boisserie, herrajes, cerámicas. Todo esto fue importado de Italia para crear el edificio que hoy aún nos maravilla. Se empezó a construir en 1915 y se inauguró en 1916 para el centenario de nuestra Independencia. Y desde entonces, pasó a formar parte de la vida de los argentinos.
Desde lo personal, era el lugar que parecía un palacio donde de vez en cuando, a la salida del cine Gaumont, mis viejos me llevaban a tomar la leche. O papá compraba masitas, o un panettone. El mundo de cristal, mármol, jarras plateadas, masitas como joyas, siempre estaba ahí.
Y un día, el 24 de Enero de 1997, El Molino cerró. La esquina mágica, la de las aspas que giraban en la noche y la cúpula reluciente, se apagó; y todos perdimos algo.

No voy a hacer la relación de las idas y venidas, los intentos de recuperación, ya que eso puede encontrarse en diversos sitios de Internet. Me gustaría hacer una reflexión sobre dos puntos: el primero, las casi permanentes expresiones públicas, mediáticas, aisladas o no, en contexto partidario o no, que coincidieron todos estos años en que había que “recuperar” el Molino. Y atención con esta palabra: se recupera algo perdido, se recupera algo que nos robaron, que nos quitaron, algo de lo que fuimos desposeídos. En el caso de esta propiedad, cuya posesión legal está en manos de la familia Brenna, ¿cómo es posible reclamar esto?
Es posible, porque lo que nos quitaron, pertenece al plano de lo simbólico. La Ciudad misma, existe por lo menos en dos planos: el material, con las leyes que rigen propiedades y transacciones, y otro, invisible tal vez, pero que marca con su existencia la vida de quienes transitan y construyen la Ciudad, y que son a su vez construidos por ella. Es esto lo que se reclama: el punto de referencia, el derecho a la belleza, la pertenencia afectiva y emotiva, los hitos urbanos que señalan los pasos de nuestras vidas y a través de los cuales podemos contarnos. Esto, es el paisaje urbano: nuestra memoria y nuestra identidad.

El segundo punto de reflexión, es la manera en que El Molino es recuperado, no solo para la Ciudad sino para todos los argentinos. En 2012 se aprueba una ley que lo declara propiedad de la Nación Argentina. En agosto de este año, se resuelve: “declarar de utilidad pública, y sujeto a expropiación, por su valor histórico y cultural, el inmueble de la Confitería del Molino”.
Esto significa que el Poder Legislativo autoriza al Ejecutivo nacional a la compra del edificio, cuyo valor será adjudicado por el Tribunal de Tasaciones, y que el edificio pasará a formar parte del Patrimonio del Congreso de la Nación Argentina, para lo cual se está trabajando en la promulgación de la Ley.
La intención es que el edificio sea restaurado por el mismo equipo que con Julián Domínguez llevara adelante la maravillosa restauración del edificio del Congreso, con un rigor estético y arquitectónico raras veces visto. Queda por ver el uso que se dará al inmueble, parte del cual será destinado a actividades culturales, y se hará la concesión de la confitería con el lugar de producción de panificados y pastelería.
La importancia de esta recuperación por parte de la Nación, tiene que ver con una mirada patrimonial que excede lo regional, que habla de identidades en plural. Bien podría decirse que por estar en la CABA, solo responde a la iconografía porteña, o que solamente remite a historias urbanas, pero esto es tener una mirada reduccionista acerca de la identidad de una Nación. Hoy, cuando no se habla de identidad sino de identidades, cuando no se entiende este concepto de manera cristalizada históricamente, sino que se comprende como una construcción cultural y social, que debe ser vista en contexto, y que además es dinámica. Hoy, cuando se habla de identidad nacional debemos necesariamente referirnos a todas aquellas identidades locales y regionales, cuya suma conforma ese todo heterogéneo que damos en llamar “lo argentino”.
Entonces, esta recuperación no enriquece solo a la Ciudad de Buenos Aires, aunque este sea el lugar de emplazamiento del edificio. Porque así como sentimos propias, por argentinas, a las Cataratas del Iguazú o a la Casa de Tucumán, el paisaje urbano porteño excede la General Paz e integra el mapa identitario de todos.
Y desde este lugar, se entienden tanto el dolor de la pérdida como los pedidos de recuperación, y también la alegría por la devolución de lo perdido.
Queda ahora esperar a que se cumplan los tiempos, y en vez de reunirnos a tomar un té en la esquina, podamos volver a las salas del palacio, para festejar otra restitución.

Estamos invitados a tomar el té
Todos los miércoles, a las 17 hs, el Observatorio de Patrimonio y Políticas Urbanas y la Comuna 3 – UyO, invitan a compartir el té y ver viejas fotos del Molino en relación a nuestra Historia en la esquina de Rivadavia y Callao. Se puede confirmar si se realiza el encuentro en la página Guarda. Patrimonio Vivo, en Facebook.

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*. Antropóloga e integrante de la Comisión de Cultura y Patrimonio, Consejo Consultivo Comuna 7.
**. El molino harinero estuvo emplazado hasta 1869 en la plaza Lorea, entre la actual estatua de Rodin y el monolito del Km. 0, frente al cine Gaumont.

Fotos: Periódico VAS

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