La literatura es un universo inmenso
por Mariane Pécora
“Este libro es mi diario, mis indecisiones, mis cataratas de preguntas”, escribe Maii Kisz en la contratapa de No vine aquí a sobrevivir, una novela de carácter puramente intimista que pone en cuestión temas como la identidad, el deseo y la apropiación de la tierra. Un texto que conjuga poesía, crónica y narrativa.
Maii Kisz es Maia Kiszkiewicz, periodista, cronista, columnista, guionista, estudiante de filosofía, de lengua japonesa, de teatro, escritora. Nacida a principios de los noventa, forma parte de una generación atravesada por el imperio de la globalización, sus controversias y disputas de sentido. Nada de esto le impidió editar su primera novela de forma autogestiva, con el lúcido propósito de dar cuenta del rol vital de la escritura en un mundo que parece estar a punto de estallar en pedazos.
No vine aquí a sobrevivir. ¿Por qué ese título?
Tiene que ver con muchas cosas. Es parte de una canción que me acompañó durante la escritura y, que para quienes lo perciban, puede servir para comprender que la función del arte es abrirse a nuevas búsquedas. Por otra parte, y sobre todo en este momento, el título adquiere un sentido mucho más profundo debido a la situación que está atravesando la población de Baradero, lugar donde está ambientada la novela. Dado que hace pocos días se comprobó que gran parte de sus habitantes padecen problemas de salud vinculados con las fumigaciones con glifosato. Y ése es precisamente uno de los temas de este texto: la apropiación de la tierra, el agronegocio y el mal uso que se hace de nuestros recursos naturales. Una lógica nada humanitaria, que se complementa con la foto de portada del libro que refleja, de alguna manera, la sucesión de incendios forestales que padecemos continuamente. Hechos que nos llevan a reflexionar sobre nuestro ser en el mundo, que es el trasfondo de la novela. Y lo cierto es que nadie viene a sobrevivir, sino a vivir.
“Zoe, la protagonista de No vine aquí a sobrevivir, despierta una mañana y descubre que ha vivido parte de su existencia en un ensueño. Se entera que su madre ha fallecido hace cuatro años y que su padre, desconocido hasta entonces, anhela encontrarse con ella.
En el intento de comprender su historia, Zoe emprende un viaje a la ciudad de origen de su madre. Allí se descubre como una perfecta desconocida, una paria, la hija negada por un hombre temeroso, incapaz de asumir su paternidad y enfrentar el egoísmo familiar devenido en apropiación de la tierra.
En ese contexto, Zoe tiene que decidir: ¿Ponerse de manifiesto y luchar por derecho a su identidad, o volver a la ciudad donde nació e intentar tener una vida tranquila? Algo es seguro. Después de este viaje, Zoe no volverá a ser la misma”.
En lo vivencial, como vengo de estudiar varias carreras, que empecé y luego abandoné, algo que me pasó con esta novela fue elaborar un análisis de la realidad aplicando la teoría. Y estos conceptos están plasmados en el libro. También, desde el momento que comencé a escribir disminuyeron mis ataques de ansiedad.
¿Qué influencias literarias tuviste?
Muchas y muy variadas. En lo que respecta a esta novela, influyó mucho la lectura de Juan Sklar, cuyos libros tienen el formato de diarios personales; también me nutrí de la literatura reflexiva de Tamara Tenenbaum, de artículos periodísticos y recibí un gran impulso en el taller de crónicas del yo que dictó Josefina Licitra durante la pandemia, de donde surgieron algunos capítulos de mi libro. Y el año pasado cursé el taller de escritura creativa con Vicente Zito Lema, en la Universidad Nacional de Avellaneda.
¿Resulta difícil escribir en una época mancillada por el culto a la meritocracia?
Muchas veces surge la pregunta ¿Quién soy yo para decir estas cosas? ¿Para escribirlas? Recuerdo que cuando daba clases en un Bachillerato Popular en la Villa 21, donde teníamos una radio, éste era un interrogante recurrente, no sólo entre personas de mi edad, más grandes también. Creo que siempre tenemos cosas para decir. Lo que pasa es que el culto de la meritocracia crea todo un mito alrededor de las personas que escriben, que aparecen en los medios, que sobresalen en las redes sociales… Un mito que hace que las sintamos súper lejanas a nuestra cotidianeidad, y eso hace que nos sintamos siempre en una situación de inferioridad. Me opongo a ese criterio: todos, todas y todes tenemos derecho a escribir a trabajar la palabra.
Todos los años, sabemos, se celebra el día del escritor, de la escritora… Mi reflexión sobre esta fecha es que ese festejo no alcanza a todas las personas que escriben, sino a aquéllas que tienen el privilegio de hacerlo. En esta época contar con tiempo para escribir es de por sí un privilegio, pues la precarización laboral que atravesamos quienes trabajamos con la palabra no le deja espacio a la literatura. Por más que lo deseemos, que necesitemos hacerlo, el tiempo no nos alcanza. Creo que tenemos que hacer algo para que el acto de escribir deje de ser un privilegio para unos pocos.
Además de la falta de tiempo, otro gran impedimento es el costo inaccesible que tienen algunos talleres e incluso los libros. Estamos hablando de algo esencial, porque es sumamente importante tener acceso a estas herramientas que a diario vemos vedadas por una cuestión económica. También en la escritura es importante la mirada de otra persona, de un corrector o correctora, algo que para quienes publicamos de forma autogestiva significa un costo, al igual que la edición, que la impresión, que la distribución.
Autogestionar tu propio libro, ¿es algo que atraviesa a tu generación?
Antes de lanzarme a la edición autogestiva envié mails a muchísimas editoriales. Una sola me respondió, sin ninguna certeza de publicarla. Creo que por una parte esto está relacionado a los magros presupuestos con que cuentan las editoriales independientes. Y por otro, porque no existen políticas públicas eficaces que impulsen y sostengan el trabajo de la escritura, que tendría que ser entendida como tal, y no como un privilegio de un grupo reducido de autores y autoras. Así que si bien en mi caso escribir es un privilegio, también tengo que decir que el desgaste para poder publicar es muy frustrante.
¿Qué rol crees que tendría que tener el Estado?
La literatura no es algo finito, restringido, sino un universo inmenso, creo que el Estado debería diseñar políticas públicas para incentivar el surgimiento de nuevos autores y autoras. Pero no a través del formato de los concursos, con los cuales no estoy para nada de acuerdo. Porque nuestro trabajo no puede depender de competir con un par, de adecuar tu obra a los requisitos de tal o cual concurso o de lo que determine tal o cual jurado.
¿En cuánto aporta el trabajo periodístico a la escritura?
Todo. Estaba un poco conflictuada con el periodismo hasta que le encontré la vuelta, y eso pasaba porque precisamente estaba trabajando gratis todo el tiempo. Esto resignificó absolutamente el sentido la escritura. Y ya no veo periodismo y escritura como algo dividido, sino complementario. El periodismo me arrojó a la escritura. Escuchar a otras personas me nutre un montón, desde la comprensión de las ideas hasta las formas de hablar. Las entrevistas pueden ser un disparador para el trabajo creativo de la escritura. Creo que todo está constantemente en diálogo. Hay algo que viene del periodismo, que es el punto de vista, porque una nota es un diálogo, pero también un recorte de lo que se dice, y esto es algo que siempre está presente, también en la escritura de ficción.