La Otra Historia de Buenos Aires

Segundo Libro

PARTE XXV

por Gabriel Luna

Finalmente, el pavoroso ataque del pirata Morgan al Río de la Plata, previsto para 1672 ó 1673, jamás ocurrió. Y la obra de la fortaleza Santa María de la Concepción del Río Luján, imaginada por el gobernador Martínez Salazar para contener y sitiar a los piratas una vez que éstos tomaran Buenos Aires, fue abandonada. Habían sido destinados allí más de quinientos obreros, entre indígenas y esclavos, y muchos recursos. Hasta se había inventado e iniciado el culto a la Virgen de Luján para poblar y contener a los obreros y campesinos con las esperanzas celestes. Y todo fue abandonado -la fortaleza para siempre y el culto sólo por unos años- porque Morgan ya no vendría y porque apareció un nuevo peligro más concreto, amenazante y cercano que los piratas.

La noticia llegó por vía religiosa, en marzo de 1673 arribó a Buenos Aires una sumaca procedente de Brasil. Venían en ella cinco seminaristas para ser ordenados sacerdotes por el obispo Cristóbal Mancha, que estaba enfermo, era septuagenario, y ya no hacía viajes pastorales para adoctrinar, bautizar ni ordenar a nadie desde aquella procesión de 1671 -ya reseñada-, montada para iniciar el culto a la Virgen de Luján.[i] Los seminaristas revelaron, primero bajo secreto de confesión y después públicamente, que el regente de Portugal había mandado al gobernador de Río de Janeiro invadir y ocupar Maldonado -actual Punta del Este, en Uruguay-. ¿Cuál era la ventaja? Aparentemente, lograr una posición dominante en la banda oriental del Río de la Plata. Parecía en principio una simple extensión de límites, algo que sólo atañía al confuso tratado de Tordesillas, pero había otra cosa.

Los seminaristas contaron que el gobernador de Río de Janeiro, Joao de Silva Souza, había sido informado con precisión sobre las tierras de Maldonado, que eran muy fértiles y ricas en ganado cimarrón, y también sobre los charrúas, sus habitantes. El informe conjeturaba un próspero comercio de cueros que, gracias al buen empleo de los charrúas y a la proximidad geográfica, podría extenderse fácilmente hasta Santa Fe, ya que no había población española entre Santa Fe y Maldonado. Crecería ese comercio y acabaría entonces el monopolio de Buenos Aires. Ante esta expectativa y otras probables extensiones comerciales, el Consejo Ultramarino de Portugal prorrogó el mandato del gobernador Silva Souza por tres años para que se encargara de ocupar y poblar la banda oriental del Río de la Plata.

El informante de Silva Souza (probablemente a cambio de metálico o contratos en relación al negocio) fue Matías Mendoza, quien había vivido muchos años en Buenos Aires y era capitán del navío “San Miguel de las Ánimas”. Y la confesión secreta inicial de los seminaristas ocurrió precisamente para ocultar una relación importante con el traidor, porque Matías Mendoza era amigo del obispo Mancha y también fue su tripulante en los viajes pastorales. Viajes que -como comprendió rápidamente el Obispo- le permitieron hacer el informe.

Pese a la enfermedad y al malestar profundo que le causó la confesión, el Obispo ordenó a los seminaristas y los envió de inmediato al gobernador Martínez Salazar, para que le contaran sin retacear todo lo que sabían. Martínez Salazar se reunió entonces con el licenciado Ibáñez Faría, quien fuera fiscal de la Real Audiencia, y ambos convinieron en tomar medidas contra la avanzada brasilera de colonización, “para que en ningún tiempo la Corona de Portugal pueda alegar posesión alguna de la banda oriental con tolerancia de los ministros de Su Majestad (…)”.

El 6 de abril de 1673, Martínez Salazar e Ibáñez Faría se reúnen con las fuerzas vivas de la Aldea y la gravedad de la situación se hace palpable. Más allá de un problema político de límites entre España y Portugal, está en juego la  economía de Buenos Ayres. “Ya merma el ganado cimarrón y hube de hacer las vaquerías a más de 30 leguas desta plaza (…)”, expone Amador Rojas Acevedo, estanciero, capitular, mercader y ex contrabandista de esclavos. También exponen otros, afligidos por un enlace comercial entre un futuro puerto en Maldonado y el puerto de Santa Fe, que prescindiría de Buenos Aires. “Luego los portugueses fijarán el precio del cuero y habrá la estrechez para nosotros”, dice el militar y estanciero Juan Arias Saavedra.

¿Era tan grave la situación? Sí. Tras la disminución del tráfico esclavo, la economía neta de Buenos Ayres se basaba en la exportación de cueros, lo demás eran las remesas de Lima. España aportaba tropas, pertrechos, las órdenes y los gobernadores, y algunos ultramarinos.

Las fuerzas vivas encuentran una solución por medios violentos, pero hay un tratado de paz vigente con Portugal de 1668 que debe respetarse. El licenciado Ibáñez Faría menciona el uti possidetis iuris para anexar territorios mediante antecedentes de ocupación. El teniente de gobernador Lorenzo Flores Cruz propone instalar una guarnición en Maldonado y anexarle una cantidad de indios, tomados de las obras de la fortaleza del Luján, “para poblar y hacer obra allá, ¡que es lo que conviene!”. Los ánimos se apaciguan. El capitular Alonso Muñoz Gadea propone buscar en las actas del Cabido la constancia de que el gobernador Hernandarias ya había poblado Maldonado, “me recuerdo de niño cuando Hernandarias dizque había soltado cabras y vacas en Maldonado, y ese antecedente hace a los derechos de posesión, tal como quiere el señor licenciado”. Juan Arias Saavedra, maestre de campo, hombre de acción y negocios -ya reseñado en varias partes de esta Historia-, propone reunir cien hombres y doscientos indios montados, y enviarlos a Montevideo y Maldonado “para que permanezcan en tiempo de los arribos y eviten cualquier intento de población”. Varios apoyan la idea y el capitán Juan Miguel Arpide aconseja que parta de inmediato esa expedición y en caso de encontrar portugueses los desaloje, según el antecedente de ocupación y el tratado de paz de 1668. La mayoría acuerda. El gobernador Martínez Salazar ordena que la mitad de los españoles e indios afectados a las obras de la fortaleza de Luján formen la expedición, y la pone al mando del capitán Arpide.

El 7 de abril de 1673, ya haciéndose los aprestos de la expedición en el Fuerte, ocurre en la Aldea algo notable, que suele ocurrir muy raramente, cada muerte de obispo, como se dice. Y es que precisamente muere el obispo Cristóbal Mancha, con cerca de treinta años de servicio en la Diócesis. Dicen que muere por enfermedad, por la edad avanzada -tenía 74-, por el disgusto de la traición de Matías Mendoza, y también por imaginar su nombre “manchado” en los cotilleos. Lo cierto es que estaba enfermo -con médico haciendo guardia en su habitación durante dos años-. Y lo cierto es que al presentir el final manda traer la cama de su paje para morir como los humildes. Sin embargo, el obispo Mancha era rico. Tenía dos casas de morada con huerta y un “castillo”, además de una chacra para su solaz; y tenía siete esclavos, una carroza, silla de mano, vestidos de gran valor, seis sortijas de oro y esmeraldas; tenía diamantes rubíes, numerosos cuadros y láminas, una profusa biblioteca, y un espléndido escritorio de marfil.[ii]

El Obispo fue embalsamado. Su corazón primero y su cuerpo después fueron enterrados por separado luego de varias procesiones, luminarias y coros, al pie del facistol del coro de la Catedral. Así lo había pedido el Obispo Mancha, quería yacer “como un humilde gusano de la tierra”. ¡Curiosa y llamativa contradicción entre el dogma y la riqueza, entre el corazón y el cuerpo!

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[i] Sobre la procesión, la obra de la fortaleza, la Virgen y los piratas, ver “La Otra Historia de Buenos Aires”, Partes XXIV A; XXIV B; XXIV C; XXIV D en Periódico VAS Nº 107; Nº 108; Nº 109 y Nº 110.
[ii] Ver Parte XXIV B en Periódico VAS Nº 108.
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