La Otra Historia de Buenos Aires
Antecedentes
La firma de las capitulaciones
por Gabriel Luna
21 de mayo de 1534. Toledo, España. Un cortejo alegre vistiendo capas, calzas y sombreros emplumados, sale del Hospital de la Cruz rodeando y porteando una silla de manos; baja las escalinatas, toma la calle -que hoy se llama Cervantes- y recorriendo más escaleras cruza el Arco de Sangre, una antigua puerta árabe de la Ciudad; llega entonces a la plaza Zocodover, donde hay tenderos, malabares, pájaros y monos africanos, y donde eventualmente se hacen las corridas de toros. El cortejo deambula entre los toldos de colores, los malabares, las mercancías, los amontonamientos, la furia impregnada de los toros, el público y los feriantes; cruza la Plaza, sube por la cuesta del Alcázar, siempre porteando la silla, y entra al palacio imperial de las cuatro torres cuadradas -el sitio más alto de Toledo- por la fachada norte. Allí hay más escaleras, soldados de guardia, galerías y columnas que rodean un gran patio. El cortejo avanza por una galería alta con piso en damero y arcos de medio punto, y no aminora su marcha ni las risas, hasta que lo detienen los guardias.
Recién entonces desciende de la silla el caballero andaluz Pedro de Mendoza, quien es reconocido por los guardias y le franquean el paso. Mendoza entra a la antesala imperial con parte de su cortejo: Diego Mendoza, su hermano; sus sobrinos, Gonzalo Mendoza y Pedro Benavidez; su amigo entrañable, don Francisco Ruiz Galán; y los jóvenes capitanes Juan Salazar y Juan Osorio, conocidos por Mendoza en la campaña de Italia de 1527.
Está por recibirlos el emperador y rey Carlos I, una leyenda viva del poder, hijo por Castilla de Juana “La loca” y por Austria de Felipe “El hermoso”. Carlos I de España, también conocido como Carlos V de Alemania, es, sin duda, la persona más poderosa de Occidente: emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, rey de España, rey de Italia, duque de Borgoña, soberano de los Países Bajos, archiduque de Austria, y rey de Indias o del Nuevo Mundo. Carlos I y Mendoza firmarán en ese acto las capitulaciones, es decir, un tratado donde el soberano, según el cumplimiento de varias condiciones, nombrará a Mendoza adelantado y le adjudicará la gobernación y cuatro quintos del usufructo en una enorme franja de 400 leguas en las Indias, que abarcará hacia el sur, a la altura del Río de la Plata o Río de Solís -como se llamaba entonces en honor a su descubridor-, desde el océano Atlántico hasta el Pacífico. Esta franja denominada primero Nueva Andalucía -en honor a Mendoza-, y después Gobernación del Río de la Plata, abarcaba los territorios actuales del norte de Chile, el norte argentino, Paraguay, el sur de Brasil, Uruguay, el litoral argentino y el Río de la Plata.
Carlos I recibe a Mendoza en el mismo despacho donde en 1529 nombró adelantado a Francisco Pizarro y le adjudicó otra franja de tierra, en los actuales territorios de Perú, Brasil y Bolivia, que denominó Nueva Toledo. Y en ese mismo despacho fue donde en febrero de 1534 -hace apenas tres meses- recibió a Hernando Pizarro, el hermano de Francisco Pizarro; quien trajo, según lo acordado en las capitulaciones firmadas en 1529, el quinto real -la parte correspondiente al rey- del tesoro Inca, que tomó Pizarro por el rescate de Atahualpa.
En esta sala o despacho real, de paredes altas tapizadas de cuadros, techos labrados con pasajes bíblicos, ventanales abiertos y un hogar sin leños, hay un gran escritorio cuajado de planos y documentos, plumas y tinteros, un libro con su atril, y el trono al lado, un sillón sencillo de respaldo alto y cuero repujado grabado con el sello real. Carlos I no está en el trono cuando es anunciado Mendoza sino junto a un ventanal, de donde se domina la cuesta del Alcázar y la Ciudad de Toledo. El rey tiene ojos azules, barba grana y una sonrisa. Ha rememorado las anteriores capitulaciones y piensa que estas actuales van por el camino de mejorar las cosas. Porque si bien aprecia los servicios inmediatos de Pizarro, no deja de reconocer la avaricia, la rapacidad y la rudeza del personaje. Francisco Pizarro es bastardo (hijo de noble con una criada), había sido porquerizo (criador de cerdos) y es todavía analfabeto, aunque dibuje harto prolijo su firma que parece un arabesco entre dos faroles. Tampoco se le escapa al rey que Pizarro, pese a recibir el rescate más fabuloso de la historia, ordenó la muerte del inca Atahualpa. Lo hizo bautizar y luego estrangular. También quemó ciudades y asesinó a millares. ¡No es lo mismo Alejandro el magno que Atila el bárbaro! ¿De qué vale la conquista sobre la tierra arrasada? Hay ahora la oportunidad de confiar la conquista a gentes más ilustradas, menos mezquinas pero más ambiciosas.
Confío en vuestra conquista y el celo católico que pondréis en el buen trato y el adoctrinamiento de los indios, le dice Carlos I al caballero andaluz.
Mendoza es noble, culto y de gran fortuna, lleva el apellido más importante de Granada, es primo del arzobispo de Toledo, nieto del marqués de Santillana, y tiene 34 años. La misma edad que el rey Carlos I. De hecho se han formado juntos y han recibido los dos la amplia educación humanista y renacentista. Mendoza conoce a Carlos I desde los 17 años, cuando éste llegó de Flandes a Castilla por primera vez para tomar la Corona española que heredó de sus abuelos, los reyes católicos. Mendoza ayudó al monarca con las costumbres y el idioma español, que Carlos no dominaba. Mendoza fue cortesano. A los 22 años acompañó al rey en calidad de paje durante un viaje a Inglaterra. Ambos eran lectores y admiradores de Erasmo de Róterdam, quien proponía un cristianismo más humanizado, sin indulgencias, bulas, ni excesos papales. A los 27 años Mendoza formó en las tropas del rey en la guerra contra Francia y los Estados Pontificios, donde participó en el saqueo de Roma y acrecentó su fortuna. Fue en esa ocasión (tal vez siguiendo las enseñanzas de Erasmo) cuando se encerró en el castillo de Sant’Angelo al papa Médici, Clemente VII, que para liberarse pagó un rescate de 300.000 ducados. Mendoza medró y fue dichoso en Roma, pero también obtuvo su peor desgracia.
Los acuerdos o capitulaciones designaban a Mendoza como gobernador y capitán general de la Nueva Andalucía por todos los días de su vida (esto le daba la suma del poder político y militar en la región). Podría construir tres fortalezas en los sitios que creyera conveniente. Podría reclutar gente en Sevilla ofreciendo a cambio tierras e indios. Podría reservarse para sí un feudo de diez mil indígenas. Podría llevar en la expedición hasta doscientos esclavos negros, recogidos en Guinea, Cabo Verde o Brasil, para hacer los trabajos inferiores. Y respecto a la riqueza que se “encontrara” en Nueva Andalucía (estaba muy presente el aporte de Pizarro), se dividiría en cuatro quintos para la expedición y un quinto para el rey. Y de los cuatro quintos para la expedición, el adelantado obtendría la mitad.
Por contrapartida, Mendoza debía financiar toda la expedición, que se estimaba de mil quinientos hombres y sería la más numerosa enviada al Nuevo Mundo. Debía llevar a los curas -señalados por el rey- para la doctrina de los indios; y llevar alcaldes, regidores y contadores -también indicados por el rey- para administrar justicia, y percibir y custodiar el quinto real.
¿Eran equilibrados estos acuerdos? ¿Salía una de las partes mejor librada? Sí. Las ventajas de las capitulaciones eran para la Corona: porque no debía costear la expedición, porque ejercía el control, y porque las tierras e indígenas que distribuía alegremente no le pertenecían y ni siquiera conocía.
Sin embargo, Carlos I tiene reservas en nombrar adelantado a Pedro Mendoza. Le han dicho que está enfermo. Y lo nombra ante su insistencia, porque lo aprecia, y cubriendo su responsabilidad por los riesgos que correrá. Lo nombra aunque él mismo lo ha visto desde el ventanal subir al Alcázar en una silla.