La Otra Historia de Buenos Aires
Antecedentes
PARTE XXIX
Los caminos hacia el Rey Blanco
por Gabriel Luna
Sousa. La primera expedición colonizadora al Río de la Plata
No fue española sino portuguesa. La primera expedición colonizadora al Río de la Plata no fue la de Pedro Mendoza, sino la de Martín Afonso Sousa. Los portugueses habían llegado a este estuario dos veces tras la malograda exploración de Solís; habían encontrado a Francisco Puerto, un grumete salvado y protegido por los caníbales que mataron a Solís, y a Melchor Ramírez y Enrique Montes, sobrevivientes del naufragio en Santa Catalina (Santa Caterina, Brasil) de uno de los barcos de Solís. Francisco Puerto refirió a los portugueses los dichos indígenas sobre la existencia de un reino de oro y plata remontando el río. Los sobrevivientes del naufragio refirieron la expedición de Alejo García a la rica ciudad del Rey Blanco.1
Llegaron a Lisboa los dichos de la Ciudad de los Césares y la leyenda de la Argentina, debidos a una modesta travesía terrestre en el marco de la expedición de Gaboto.2 Y los portugueses organizaron en 1530 una importante expedición colonizadora al Río de la Plata para tomar el lugar, por ser los primeros en establecerse, ya que el tratado de Tordesillas resultaba difícil de interpretar en esa zona.
Y llegaron a Castilla los rumores de que en Lisboa se preparaba una gran expedición hacia la ciudad del Rey Blanco, en la que participaba Enrique Montes. En octubre de 1530, Lope Hurtado de Mendoza, el embajador español en Lisboa, ratifica los rumores y denuncia concretamente que el rey de Portugal Juan III, considerando suyos los territorios descubiertos por Solís, pretende tomarlos y está organizando una armada al mando de Martín Afonso Sousa. Empieza entonces un juego diplomático de dichos y desmentidas acerca de la expedición y sus alcances, para tratar de evitar el conflicto entre los dos reinos. Lo cierto es que Sousa -ya con el título de gobernador del Brasil- parte de Lisboa el 3 de diciembre de 1530 con una flota bien artillada de cinco barcos -tres naos y dos bergantines-, con bastimentos, animales, herramientas de labranza, y más de 400 hombres (el cuádruple de los que llevó Solís y el doble de los que llevó Gaboto).
Pizarro y la cultura Jama Coaque
Y mientras los portugueses cruzan el Atlántico, el 27 de diciembre de 1530, los españoles celebran una misa solemne en Panamá, donde bendicen banderas, comulgan los jefes y las tropas, y se apresta una flota para alcanzar también a la Ciudad de los Césares o los dominios del Rey Blanco, pero llegando desde el Oeste, por el océano Pacífico. La expedición de Francisco Pizarro zarpa el 20 de enero de 1531 de Panamá; recorre la costa hacia el Sur con viento a babor y en diez días arriba al estuario del río Esmeraldas -al norte del actual Ecuador-. Allí Pizarro ordena el desembarco. Son 3 naos, 240 hombres con sus pertrechos, 50 caballos, 9 piezas de artillería, bastimentos. Harán dos semanas de aclimatación y entrenamiento; la mayoría son recién llegados de España, no conocen el trópico, la forma de supervivencia ni el modo de enfrentarse a los indígenas. El lugar es edénico, pródigo en guayabas, bananos y ciruelas, que los soldados comen alegres entre los duros ejercicios, sin notar que son observados desde el río por canoas furtivas. Junto al adiestramiento se militariza la tropa, Pizarro designa un lugarteniente y tres capitanes -dos son hermanos suyos- y el 13 de febrero ordena marchar por tierra y por mar hacia el Sur. Así, con esa módica fuerza se inicia la autodenominada conquista del Perú, que le fuera encomendada a Pizarro por la emperatriz Isabel, desde muy lejos en Toledo y sin el menor conocimiento del caso.
La tropa avanza. Encuentran dos pueblos abandonados, indígenas que les ofrecen trigo y simulan sumisión; encuentran ciénagas, mosquitos, caimanes, y brazos de agua con bancos de arena y remolinos que cortan la costa. Algunos mueren ahogados al intentar cruzarlos en balsas -muchos tripulantes de esa época no sabían nadar-. La expedición avanza lentamente. Luego de cruzar los brazos de agua, con ayuda de los barcos, llegan a la región de los indígenas cojimíes, pero no hay alimentos. Avanzan penosamente bajo el sol, los pies ampollados -auxiliados en el sustento con cuartillos de harina desde los barcos-, hasta encontrar una selva. Allí se recuperan en la humedad y la sombra, hay serpientes y sapos enormes, pero también frutos sabrosos y venados. Y andando encuentran lomas y una población -la más importante que han visto- con plazas, templos, grandes cabañas. La gente parece apacible, satisfecha, enjoyada, y deciden atacarla por la noche. Pero los jama coaques -que así se llaman los habitantes, la región y la cultura de ese lugar-3 han previsto la intención y abandonan su ciudad. Los españoles encuentran oro plata y esmeraldas, los almacenes repletos, mantas finísimas de lana de llama y algodón, piezas antropomórficas de cerámica y de hierro representando cosmovisiones… Es un tributo, los habitantes pensaron que los invasores tomarían lo que necesitaran y se irían dejándolos en paz. Los sobrestimaron, creyeron que los españoles tenían determinados valores, cierta cultura con un dejo de ética que les permitiera reconocer a otros como seres humanos, y pudieran conciliar apetencias evitando las muertes. Se equivocaron, no sabían de la devastación perpetrada en Tenochtitlán ni del saqueo infernal de Roma (por mencionar sólo dos hechos aberrantes y próximos en el tiempo). Los españoles decidieron hacer base en la ciudad de Coaque, aprovechando los almacenes, las comodidades, y acumular toda la riqueza que encontraran en una habitación custodiada, separar de ese tesoro el quinto real, otra parte para comprar pertrechos, otra para reclutar soldados en Panamá, y dividir el resto según el rango y los servicios de cada cual.
Es el primer botín de la “conquista”, están a principios de marzo de 1531, han recorrido 200 kilómetros desde que desembarcaran en el río Esmeraldas. Pizarro decide quedarse en Coaque, fortalecer y animar a su ejército, esperar la vuelta de los barcos trayendo pertrechos, provisiones, y más soldados atraídos por el oro y la plata. De hecho, se quedará hasta octubre de 1531 -ya pasada la estación de las lluvias y agotados los recursos del lugar-, cuando Pizarro, también fortalecido en su ambición, decida ir por toda la riqueza del Rey Blanco.
Mientras tanto, los portugueses han cruzado el Atlántico y llegado el 31 de enero de 1531 al Cabo San Agustín -el extremo más oriental de América, a 5.000 kilómetros de Coaque-, cerca de la actual ciudad de Joäo Pessoa en Brasil. Allí, la flota de Martín Afonso Sousa captura dos naos francesas cargadas con palo brasil de contrabando -la madera que dio su nombre al país y que era exclusividad comercial de Portugal-. Sousa, que es a la sazón gobernador de Brasil (nombrado en Lisboa) recorre minucioso la costa hacia el Sur para detectar otras infracciones. No las halla, y tras hacer 2.500 kilómetros llega a Río de Janeiro el 1º de agosto de 1531.
Mientras tanto en Europa siguen los juegos diplomáticos. El embajador de Castilla en Lisboa, Lope Hurtado, protesta por la partida de Sousa esgrimiendo el tratado de Tordesillas y pide “que no entren en el río de Solís (Río de la Plata) ni toquen cosa que caiga en nuestra demarcación”. Y el embajador de Portugal en España, Álvaro Mendes, pone paños fríos apelando a la emperatriz Isabel -regente en ausencia de su esposo Carlos V-, porque es portuguesa y hermana del rey Juan III. Mendes señala que Juan III había dado expresa orden de no molestar a los españoles (cuando lo que había ordenado en realidad era: “adentrarse en el Río de la Plata, fundar una buena colonia y repartir tierras a cuantos quisieran quedarse”). La diplomacia seguía para evitar conflictos. Pero la cuestión de fondo y lo que trataba de imponerse era que, ante la perspectiva de apropiarse de la riqueza del Rey Blanco, se olvidaran los tratados y la tierra fuera del primero que la ocupara. Curiosa repartija de un mundo ajeno y desconocido.
(Continuará…)
1. Véase la historia de la singular expedición de Alejo García en relación a las expediciones de Cortés y Magallanes en La Otra Historia de Buenos Aires, Libro Primero, PARTE III. Periódico VAS Nº 137.
2.Ver Del infierno hasta la Argentina, Gaboto y García, La Argentina, en La Otra Historia de Buenos Aires, Libro Primero, PARTE XXIII. Periódico VAS Nº 158.
3. Se denomina así porque está entre los ríos Jama y Coaque.