La Otra Historia de Buenos Aires

Antecedentes
PARTE XVII
Desde Bahía San Julián en la Patagonia,
la revuelta comunera en Castilla,
y el descubrimiento del Estrecho de Magallanes.

por Gabriel Luna

Antes de promediar el invierno, el 24 de agosto de 1520, Hernando Magallanes ordena la partida de San Julián. Durante cinco meses la gran bahía con forma de ballena ha resguardado de las tempestades del Mar Océano a la pequeña flota española. Allí hubo un motín, su represión y el ajusticiamiento. Hubo la reparación y calafateado de los barcos. Hubo el naufragio y la pérdida de la nao Santiago, cuando salió en solitario de la botella buscando el Estrecho. Y hubo el encuentro de tehuelches y europeos que devino en una relación asombrosa y ventajosa para ambos, hasta que Magallanes rompió el encanto cuando quiso apropiarse mediante engaños de varias parejas tehuelches para regalárselas al rey Carlos I, como excentricidad (ya que eran de gran talla), pero sobre todo como muestra de poder.1
Esta costumbre de esclavizar indígenas venía extendiéndose desde Colón hasta Cortés. Para someter se bautizaba y/o se esclavizaba, pese a la contradicción teórica de los procedimientos y pese a las “santas” intenciones de la Iglesia. Pero sucedió en San Julián que los gigantes indígenas se resistieron a la apropiación. Hubo dos gigantes presos, mediante engaños; hubo una escaramuza que mostró la destreza indígena; hubo un español muerto y la retirada de los marineros a los barcos. Y a partir de todo esto, tehuelches y europeos quedaron en pie de guerra.
Esto podría explicar la partida de San Julián antes de terminar el invierno. No se trata necesariamente de cobardía. Magallanes tiene una misión obsesiva y no quiere arriesgar vidas ni recursos en enfrentamientos con los nativos -que ya han mostrado destreza y la eficacia de sus flechas envenenadas-. No quiere en realidad arriesgar su misión, su orgullo, el reconocimiento, la fama, los honores y las riquezas del Maluco, por un conflicto secundario que no le aporta nada (es una interpretación).
De modo que Magallanes se apresta a zarpar. Abandona en un islote a Juan Cartagena -hijo natural del poderoso obispo Fonseca- y al cura Sánchez de la Reina2, dos líderes del motín, que Magallanes -por sus vínculos eclesiásticos- no se atrevió a torturar, decapitar o colgar como hizo con otros líderes; pero sí los condena al abandono, en una suerte de exilio, separándolos del Imperio y de todo el mundo conocido. Y ordena también separar a los gigantes presos de su mundo conocido, incluso entre ellos: uno irá en la nao Trinidad y el otro en la San Antonio. Dispone además celebrar la última misa, allí donde hicieron la primera -cerca del actual muelle de San Julián-, recordada hoy por un monumento a la primera misa celebrada en Argentina. Y ordena levar anclas. Las cuatro naos restantes de la Flota de las Molucas se mueven lentas como mariposas de alas pálidas en la botella azul de la bahía, entre los gritos desesperados, unos por irse y otros por quedarse, de dos abandonados y dos tehuelches engrillados, que tratan de escapar, que nunca volverán a su tierra.
Las cuatro naos que salieron de esa botella hace más de 500 años nunca volvieron. La bahía con forma de botella -de 13 kilómetros de largo por 5 en la parte más ancha- rodeada de acantilados, rocas marrones del período terciario, y cruzada por vientos de polvo, sigue igual. Pero hoy tiene en el centro una ciudad, San Julián, de manzanas ortogonales y 9.000 habitantes. La avenida costanera se llama Hernando Magallanes, y va desde el monumento a la misa hasta una réplica de la nao Victoria, ubicada donde desemboca el boulevard San Martín, la arteria más transitada de la Ciudad. Al frente de la nao, hacia el Este, puede verse Punta Horca, donde Magallanes montó el patíbulo de los amotinados. Y más lejos, mirando desde la nao hacia el Norte, está el islote desolado donde se quedaron Juan Cartagena y Sánchez de la Reina, que los vecinos llaman Isla Justicia. Sin embargo, (para ser justos) no hay en la Ciudad referencias notables de los gigantes tehuelches.

Al salir de la botella las naves viran hacia el Sur. Magallanes está determinado en seguir ese rumbo hasta encontrar el Estrecho o hasta llegar en el verano -cuando los días sean más largos y haya menos tormentas- a los 75º de latitud meridional (esto corresponde a la Antártida), donde deberían unirse las masas oceánicas (Magallanes no conoce la Antártida ni témpanos y glaciares).

Mientras tanto en el centro del Imperio, en Castilla, a 12.000 kilómetros de San Julián, crece la guerra comunera contra Carlos I. Tras el incendio de la villa de Medina por las fuerzas realistas para apropiarse de unas piezas de artillería, la indignación se expande -también como las llamas- por toda Castilla. Y el 24 de agosto de 1520 (mientras zarpa Magallanes) el ejército comunero al mando de Juan Padilla e integrado por las milicias de Toledo, Madrid y Segovia, se agrupa en Medina, donde el incendio ha destruido 900 casas, y toma las piezas de artillería para luchar contra los realistas.3
Mientras tanto Magallanes, que viaja al Sur, avista una gran tormenta el 26 de agosto. Están cerca de la entrada del río Santa Cruz, que fuera descubierto y bautizado por el capitán Serrano poco antes del naufragio de la nao Santiago.4 Y Magallanes, aconsejado por Serrano, decide refugiar la flota en ese río. Después decidirá, dada la buena pesca, la abundante vegetación, leña, caza, provisión de agua, y la ausencia de patagones (está a 160 kilómetros de San Julián), seguir invernando en el río Santa Cruz.

Revuelta comunera

El 29 de agosto el ejército comunero llega hasta Tordesillas, que no es una ciudad común sino el sitio donde reside la reina Juana I, hija de Isabel la Católica, y madre de Carlos I. Juana había abdicado presionada por Carlos, por parte de la Iglesia y la nobleza, y por intereses de banqueros y mercaderes. La estrategia comunera es convencer a Juana de gobernar Castilla, como legítima heredera de Isabel, y desplazar a Carlos, junto a los nobles, señores y asesores flamencos. De esta forma, la Junta general comunera se transformaría en Cortes, gobernaría a través de la reina, y más tarde también podría desplazarla.
Juana tiene cuarenta años, es inteligente, muy culta, habla con fluidez latín y francés -además de castellano-, toca varios instrumentos musicales. Le interesa el arte y el amor más que el poder político. Y probablemente por esa preferencia haya sido llamada La Loca. Su propio padre, Fernando de Aragón, la recluyó en Tordesillas en 1509, y gobernó Castilla como regente. A la muerte de Fernando, en 1516, Carlos se proclamó desde Bruselas rey de Castilla junto a su madre Juana. Llegó a Castilla en 1517 para asumir, y fue a Tordesillas a entrevistar a su madre, que no puso reparo de que gobernara, pero siempre que ella siguiera siendo reina de Castilla.
Los comuneros toman Tordesillas para entrevistar a Juana. Le cuentan la grave situación, los propósitos de Junta general formada en Ávila, y la reina les pide que pongan la Junta general a su servicio e inviten a los procuradores de todas las ciudades para que ella los oiga. Entonces la Junta se traslada de Ávila a Tordesillas. Durante el mes de septiembre llegan los procuradores de Burgos, Segovia, Ávila, Valladolid, Soria, León, Zamora, Toro, Toledo, Murcia, Cuenca, Salamanca, Guadalajara y Madrid.
Y mientras se forma la guerra contra el rey Carlos, también se verifica una revuelta contra la nobleza (como era de prever). Ataque contra el conde y la condesa Buendía, el 1º de septiembre en Dueñas. Toma del castillo Villamuriel, el 13 de septiembre en Palencia. Revuelta contra el conde de Chinchón y toma de su castillo, también el 13, en Madrid. Revuelta contra el duque de Nájera el 14… La rebeldía contra los señoríos crece, por viejas y nuevas opresiones, impulsada por la naciente guerra comunera contra el rey.
El 24 de septiembre de 1520, Juana I se reúne con los procuradores de las ciudades, que exponen la necesidad de formar gobierno con la reina para conseguir la estabilidad y el bienestar de Castilla. El 25 de septiembre, la Junta general se compromete a usar las armas para defender a cualquier ciudad que fuera amenazada por el ejército de Carlos. El 26, la Junta decide asumir su tarea de gobierno desplazando al Consejo real. El 30 de septiembre, el capitán comunero Pedro Girón prende a los miembros del Consejo en Valladolid; y de esta forma la Junta -que ha sido elegida por las comunidades- instaura un gobierno revolucionario.

Estrecho de Magallanes

La Flota de las Molucas deja el refugio arbolado del río Santa Cruz en plena primavera patagónica, el 18 de octubre de 1520, y pone rumbo al Sur. Hace más de un año que ha salido de Sevilla. Ahora tiene viento a favor y explora la bahía Grande, la última porción del continente. Encuentra el río Coig, que adentrándose muestra poca profundidad, y más al sur, la desembocadura del río Gallegos, que tiene más profundidad, pero adentrándose el agua es dulce y no califica para paso interoceánico.
El 21 de octubre llegan a un cabo muy pronunciado (es el fin del continente pero ellos no lo saben) ven una playa, pingüinos, y más al sur, un cementerio de ballenas. Hoy, a más de 500 años, el lugar no ha cambiado demasiado, hay en el promontorio un faro, abajo la casa de los gendarmes, en la playa hay pingüinos, donde había esqueletos de ballenas hay una planta petrolera, y un mojón indica el comienzo de la ruta 40. Lo demás, la base del lugar, es acantilado terciario, roca marrón, desolación, viento y Mar Océano. Magallanes, según el santoral, lo llama Cabo de las Once Mil Vírgenes. Al darle la vuelta encuentra otra bahía, y el mismo paisaje árido. Magallanes dispone que dos naos, la Concepción y la San Antonio exploren la bahía, mientras que las otras dos, la Trinidad y la Victoria, fondeen cerca del Cabo y procuren una provisión de pingüinos. Pero no es posible, luego de que las naos parten en exploración se desata una tempestad. La Trinidad y la Victoria no pueden fondear, por el riesgo de encallar. Arrían las velas, quedan a merced de las olas. Un día después la tormenta cesa. No han vuelto la Concepción y la San Antonio. Pasa otro día. Pensamos, dice el cronista Pigafetta, que las naos habían naufragado en el fondo de la bahía. Al tercer día, vimos una humareda a lo lejos en tierra, hacia el sudoeste. Pensamos, dice Pigafetta, que los náufragos prendían esos fuegos, para que fuésemos a socorrerlos. Íbamos a hacerlo, cuando los vimos venir por el oeste singlando a toda vela con los pabellones desplegados. Parecía un milagro. Al acercarse dispararon bombardas, agitaron camisas y estallaron los gritos de júbilo: ya estábamos en el Estrecho. Era un milagro.

(Continuará…)

1. Ver La Otra Historia de Buenos Aires, Libro Primero, Parte X. De gigantes hospitalarios en la Patagonia. Periódico VAS Nº 144.
2. Se había alistado con ese nombre para pasar por español pero era en realidad un cura francés llamado Bernard de Carlmette.
3. Ver: Desde libros de caballería y gigantes tehuelches, hasta una revuelta comunera en Castilla. La Otra Historia de Buenos Aires, Libro Primero, Parte IX. Periódico VAS Nº 143.
4. Ver: Tempestades, tehuelches y novelas de caballería. La Otra Historia de Buenos Aires, Libro Primero, Parte VIII. Periódico VAS Nº 142.

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