La Otra Historia de Buenos Aires

Antecedentes
PARTE XXXVIII

por Gabriel Luna

Cajamarca, la fiesta de la riqueza y el poder

Tras separar una quinta parte para el rey y repartir entre su hueste una habitación colmada de oro y dos colmadas de plata, Francisco Pizarro espera la euforia. Y el ejército más rico del mundo desborda alegría, aprovecha las vituallas, la chicha, y disfruta de las acllas danzantes llegadas desde Cuzco -en señal de alianza e integración- junto con el oro.[1] Cajamarca es una fiesta. Una bacanal, para ser preciso. Donde se comparten las bellas acllas y el vino. Se baila, se juega dados y naipes con feroces apuestas, se hacen pujas por caballos y cosas recién traídas en los barcos. Se festeja el riesgo, la sobrevida, la fortuna. Es necesario el premio para continuar, entiende Pizarro, para elevarse sobre los demás y mostrar la valía. Pero hay otro asunto que resolver. Algo amenaza a todo lo ganado, y entonces hay que volver a apostar, sonríe Pizarro, mientras ve a sus soldados jugar a las cartas.

Un informe indica que tropas del ejército del general Rumiñahui, fiel al Inca Atahualpa, merodean cinco leguas al norte de Cajamarca con posible intención de liberar al Inca. Y también es posible un avance a Cajamarca desde el sur, a cargo del general Quizquiz, quien pagó buena parte del rescate del Inca con 700 planchas de oro del templo de Coricancha en Cuzco.[2] El asunto ahora es la libertad de Atahualpa, reflexiona Pizarro. Se ha pagado un rescate, el mayor habido en toda la historia, se ha distribuido la mucha riqueza entre el rey Carlos y la hueste, beneficiando a todos y también a sus propias arcas; y él, Francisco Pizarro, ha dado su palabra de entregar al Inca. Como sucede en los rescates de los nobles, de los reyes y los papas, debe darle la libertad, es costumbre del buen guerrear, también aquí en el Nuevo Mundo. Así lo reclaman Rumiñahui, desde el norte, y Quizquiz, desde el sur, con sus merodeos. ¿Pero qué pasará después? No confía en Atahualpa. Pizarro ha hecho alianzas con varios curacas de los pueblos asolados por Atahualpa durante la guerra contra Huáscar. Siguiendo las enseñanzas de Cortés, ha hecho alianzas con el general Calcuchimac, partidario de Atahualpa, y con Tupac Huallpa, un joven de sangre real, partidario del difunto Huáscar y candidato a sucederlo. Pizarro mantiene en secreto la presencia de este joven en Cajamarca, porque Atahualpa podría ordenar su muerte tal como hizo con Huáscar. Pizarro mantiene en equilibrio una serie de alianzas con personajes contrapuestos, que ya no puede sostener. Debe decidir. Necesita a un Inca que se subordine al rey Carlos y mantenga la unidad en el territorio para que él pueda gobernar. Y ese es precisamente el joven Tupac Huallpa, a quien podrá manejar con embustes y ceremonias. No necesita a Atahualpa, que no se sometería al rey ni le permitiría gobernar. Además, Atahualpa es intrigante, sagaz, muy influyente y peligroso, ya lo ha demostrado con la veneración de sus seguidores y con la muerte de Huáscar. De modo que Pizarro toma la decisión. Si Atahualpa no puede ser su aliado, entonces debe morir.

El juicio amañado de Atahualpa

Francisco Pizarro llama a una Junta con su socio, oficiales y parientes, quiere conocer la opinión de todos. Y descubre que Atahualpa tiene muchos defensores, entre los que se cuentan Hernando Pizarro -su propio hermano y lugarteniente- y el bravo capitán Hernando Soto. Los dos que fueron al campamento del Sapa Inca para persuadirlo de reunirse con Pizarro en Cajamarca (y tenderle una emboscada).[3] Hay además varios oficiales y soldados, agradecidos por la riqueza (y con la ambición satisfecha), que reconocen la nobleza del Inca, y piden la reciprocidad española: que cumplido el rescate se le otorgue la libertad prometida, o que al menos se lo envíe a España para que sea el rey Carlos quien decida su suerte.

Queda sorprendido Pizarro, no da su parecer, pero sigue reuniéndose con su socio Almagro, quien considera a Atahualpa peligroso y como un ancla que les impide llegar a Cuzco y obtener mayores beneficios -debe recordarse que Almagro y su hueste, son casi recién llegados a Cajamarca, no participaron en la emboscada al Inca y tampoco de su rescate, salvo en una mínima proporción-. De modo que entre los dos urden un plan para colmar sus ambiciones: la de Almagro, insatisfecha; y la de Pizarro, inconmensurable.

Y lo primero que hacen es librarse de la oposición. El gobernador Pizarro designa a su hermano Hernando para viajar a España, llevar el quinto real y dar noticia a Carlos de la conquista, de la riqueza por venir, y conseguir más fuerzas y pertrechos para extender la invasión. Con esto, además de servir a la expedición, neutraliza la defensa del Inca, y también apaga la contienda entre Almagro y Hernando, que son enemigos acérrimos. El Gobernador incluye en el viaje a 25 oficiales y soldados, que son hombres de ambición ya satisfecha (y hartos de riesgos), deseosos de volver enriquecidos a España, y defensores de Atahualpa. El viaje resulta redondo, estratégico y conveniente para los fines del Gobernador. Y por si faltaba algo más, Pizarro encomienda al bravo capitán Hernando Soto una expedición hasta Huamacucho -150 kilómetros al sur de Cajamarca-, para avistar o enterarse de los movimientos del general Quizquiz. Y con esto, logra deshacerse del más tenaz defensor de Atahualpa.

Tras la partida de los dos Hernandos, Pizarro anuncia el juicio de Atahualpa, porque quiere deshacerse del Inca pero de forma legal (o aparentemente legal) y cuidando la ética. De modo que da la libertad a Atahualpa, para cumplir su palabra por el rescate, pero de inmediato lo encarcela, le ata una correa al cuello y lo aísla de sus seguidores para plantarle el juicio. Los cargos son múltiples y apareados: idolatría y herejía, usurpación y tiranía, traición y alevosía, regicidio y fratricidio, genocidio y homicidio, incesto y poligamia.

¿Por qué penalizar otro credo, la autonomía de un pueblo, o castigar la poligamia? Intentar aplicar una ley europea en el otro lado del mundo a un pueblo desconocido, de religión, costumbres, y metas sociales diferentes, sólo era propio de la soberbia española de la época o, como en este caso, de la conveniencia.

No obstante, la multiplicidad de cargos y la vehemencia de Pizarro, aún se levantan dos para defender al Inca. Juan Herrada, un oficial llegado con Almagro, que no ha participado del rescate. Y Pedro Cataño, el segundo de Hernando Soto, que intenta armar una causa judicial contra Pizarro sosteniendo las ideas del teólogo fray Bartolomé de las Casas. Pero Pizarro reacciona rápido, y usando sus fueros de gobernador lo mete preso. Sin embargo, la causa puede continuar. Interviene entonces Almagro, menciona la influencia del fraile y recuerda los pleitos contra Balboa y Cortés llevados a la Corte, todos los inconvenientes y pesares. Necesitan hacer algo para evitar la causa. A la mañana siguiente ponen a Cataño en libertad. Y por la tarde lo encuentran e invitan a cenar con ellos. Queda asombrado Cataño, por su libertad y por ser celebrado por los jefes máximos de la expedición. Y crece su asombro durante la cena, cuando Pizarro le agradece su intervención en el juicio de Atahualpa y promete atender sus reclamos. Cataño está en la gloria, una aclla le sirve chicha, recibe disculpas por la cárcel, entabla una partida de ajedrez con Almagro… Hasta que irrumpe en la estancia un mensajero exhausto, dice que se ha visto a las tropas del general Quizquiz agrupándose a tres leguas de Cajamarca, preparando un ataque para rescatar al Inca. Los hombres cruzan miradas expresivas. Ya no hay tiempo para considerar el estatus social de los indios y la colonización pacífica de fray Bartolomé. Queda sólo una opción.

El miedo, la parodia del juicio, y la muerte de Atahualpa

Francisco Pizarro sabe manejar el miedo para conseguir sus propósitos. Reúne a sus hombres y explica la situación tal como le conviene. Hay una amenaza del ejército de Rumiñahui por el norte, y se han visto tropas de Quizquiz por el sur, agrupándose a sólo tres leguas de Cajamarca para atacarnos y liberar al Inca. Tenemos alianzas con partidarios de Huáscar y con su sucesor el joven Inca Tupac Huallpa. Si liberamos a Atahualpa, mostraremos debilidad y más pronto que tarde éste traidor, hereje y fratricida, acabará intrigando, continuando la guerra por su trono y contra nosotros. Debemos juzgarle y condenarle por sus crímenes. Sólo esto detendrá a Quizquiz, esto y el Dios nuestro que nos protege, como se ha visto hasta ahora cuando enfrentamos a los herejes.

Y Pizarro propone: tenemos los cargos, no hay que perder tiempo, debemos adelantarnos al ataque y juzgar a Atahualpa esta misma noche. Porque si el ejército de Quizquiz está tres leguas al sur, es muy probable que Hernando Soto y sus hombres ya hayan sido vencidos. Y como el miedo apremia, se decide el juicio sumario. Pizarro preside el tribunal, integrado por un escribano, Pedro Sancho de Hoz, varios capitanes, un fiscal (probablemente el fraile Valverde) y un defensor, Juan Herrada.

Cuenta el Inca Garcilaso de la Vega que las preguntas principales fueron las siguientes: ¿Era Huáscar hijo legítimo y Atahualpa bastardo? ¿Tuvo Huayna Cápac otros hijos aparte de los citados? ¿Cómo llegó Atahualpa a adueñarse del Imperio? ¿Cuándo y cómo tuvo lugar la muerte de Huáscar? ¿Atahualpa forzaba a sus súbditos a sacrificar mujeres y niños a sus dioses? ¿Fueron justas las guerras que hizo, en las que murieron tantos? Hallándose preso, ¿dio órdenes para atacar a los españoles?

Atahualpa responde que, si hubiera gente junta para atacar a los españoles, ésta no podría estar bajo su mando, ya que sus captores le podían cortar la cabeza al ver que los atacaban; y que, si los españoles pensaban que alguna gente actuaba en contra de la voluntad del Inca, era que no estaban bien informados.

Su defensa es correcta y atinada, y también aclara los recientes merodeos sin consecuencias de Rumiñahui y Quizquiz. Pero prevalece la mentira, urdida por Pizarro y Almagro; y prevalece el miedo. Atahualpa no está aquí para ser juzgado sino ejecutado, como ya lo decidió Pizarro.

En la madrugada del 26 de julio de 1533, Atahualpa es declarado culpable de idolatría, herejía, fratricidio, traición, poligamia e incesto, y condenado a morir en la hoguera ese mismo día. Se teme que las tropas de Quizquiz, avistadas tres leguas al sur -a un día y medio de marcha- acudan al rescate; y ya se dan por muertos a Hernando Soto y a sus hombres en Huamachuco, que está treinta leguas al sur.

Atahualpa no entiende la sentencia, pide que se la traduzcan palabra por palabra, pide hablar con Pizarro, pero éste se niega. Entiende que los españoles obran por miedo (y en parte no se equivoca). Ofrece más oro a Valverde y los oficiales. No le responden. Y se prepara a morir. Son las 7 de la noche, es invierno, camina enhiesto, con la correa al cuello y las manos amarradas en la espalda, flanqueado por guardias y antorchas, precedido por el fraile Valverde rumiando latines y un traductor atrás. Los incas caen como desmayados al verlo. Llega a la plaza, encuentra los soldados en formación -relucen armas y petos entre las antorchas- y ve en el centro un tronco sobre una pira. Por fin, consigue hablar con Pizarro, le pide por la vida de sus hijos, y para que salve el honor de su prometida, la noble inca Cuxi Rimay Ocllo, violada por uno de los traductores. No hay más que decir, le preocupa la pérdida de su cuerpo por las llamas, que debería ser embalsamado según la tradición inca, y el fraile Valverde le ofrece la muerte por garrote si se convierte al cristianismo.

Entonces Atahualpa muere estrangulado, su cuerpo permanecerá toda la noche en la plaza celosamente custodiado, luego habrá una misa solemne en una iglesia precaria, a la que el Gobernador asistirá de riguroso luto, y tres días después llegarán Hernando Soto y sus hombres de Huamachuco, todos en perfecto estado de salud y sin novedades.

                                                                                                       (Continuará…)

1. Ver “Las acllas, los ejes del Imperio inca” en La Otra Historia de Buenos Aires, Libro Primero, Parte XXXIV, en Periódico VAS Nº 169.
2. Ver “La primera expedición española al Cuzco” en La Otra Historia de Buenos Aires, Libro Primero, Parte XXXVII, en Periódico VAS Nº 175.
3. Ver “La subida asistida” en La Otra Historia de Buenos Aires, Libro Primero, Parte XXXV, en Periódico VAS Nº 173.
Ilustración de portada: Ejecución de Atahualpa pintura de Alonzo Chappel.

 

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *