La Otra Historia de Buenos Aires

Antecedentes

Parte XXXIX

por Gabriel Luna

Carlos V está de luna de miel en Barcelona mientras Barbarroja ataca el Mediterráneo, los banqueros alemanes exploran Venezuela, y Pizarro enriquecido en Cajamarca avanza por los Andes hacia el Cuzco.

Tras haber estado tres años fuera de España, entre congresos, concilios y cacerías, ser coronado emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, pasar por la guerra otomana-cristiana en Viena, una peste, reuniones con banqueros por las deudas, banquetes, holganzas, mujeres, conflicto religioso con Lutero en Alemania, junta prolongada con el papa en Bolonia, y viaje agitado de dos semanas con su ejército en galeras desde Génova, llega Carlos V a Barcelona en mayo de 1533 donde se encuentra con su esposa Isabel y su pequeño hijo Felipe.

Y permanece allí más de dos meses. Mientras, el almirante Jeireddín Barbarroja -quien ha recibido órdenes de Solimán en Estambul, tras la derrota otomana de Viena- ataca con 44 galeras a Cerdeña, después a Bonifacio, a Montecristo, a Elba y Lampedusa, captura 18 galeras cristianas en Mesina, y da batalla en el mar Jónico a la flota de Andrea Doria -la misma que llevó a Carlos a Barcelona-, que se bate en retirada hacia Nápoles. Permanece Carlos en Barcelona mientras, al otro lado del mundo, en la Klein-Venedig (Pequeña-Venecia), la primera colonia alemana en América -territorio de la actual Venezuela y Colombia-, la expedición de Ambrosio Alfinger, enviada por la banca Welser, que busca El Dorado, es ultimada por los indios chitareros en la marisma de Zapatosa. Y mientras, a 2.900 kilómetros de allí, la hueste de Francisco Pizarro se reparte en Cajamarca, Perú, el rescate fabuloso de Atahualpa; y Hernando Pizarro -el hermano y lugarteniente del Gobernador Pizarro- emprende desde Cajamarca con 25 soldados y oficiales (todos muy enriquecidos y dispuestos a dejar las armas) un viaje interoceánico por el Pacífico hasta el Caribe, y luego por el Atlántico hasta España, para llevar el quinto real, la parte del rescate que precisamente le corresponde a Carlos V, equivalente en oro y plata a 450.000 ducados, una fortuna enorme e inesperada para el monarca, capaz de saldar sus deudas con los banqueros alemanes o de financiar una expedición de galeras contra los turcos para echarlos del Mediterráneo.

Ignorante de todo esto, Carlos a fines de julio deja su “luna de miel” y vida familiar y viaja a Aragón, a la ciudad de Monzón en la provincia de Huesca, para convocar a las Cortes y recaudar fondos con impuestos, porque ha costado muchísimo su viaje de tres años por Europa, acompañado de cortesanos, sirvientes, y de un ejército completo -solamente el traslado en galeras con remos durante dos semanas de éstos 20.000 hombres, más 1.000 caballos, artillería, pertrechos y lujos varios, desde Génova a Barcelona, ha costado 160.000 ducados-.

Mientras tanto, el 26 de julio de 1533, al otro lado del mundo, en una fría tarde-noche de lluvia, Francisco Pizarro manda a estrangular a Atahualpa -el involuntario benefactor de Carlos y de su Imperio- mediante garrote vil, frente a la tropa española presentando armas y frente a los nativos obnubilados o desmayados en la plaza de Cajamarca. Nada de esto sabe todavía Carlos en Monzón, pero debe volver a Barcelona porque también le ronda la muerte, le avisan que la emperatriz Isabel pasa por gran peligro debido a un aborto espontáneo, y Carlos corre los 230 kilómetros que lo separan en dos días, con poca escolta, haciendo noche en Tárrega, y reventando caballos por el esfuerzo y el calor (para llegar antes que los mensajeros, tal vez más por deporte que por sentimiento, porque destaca en su memoria como el viaje más rápido de cuantos ha hecho). Y permanece en Barcelona hasta que Isabel se recupera, y entonces puede el rey volver a sembrar otra semilla para aumentar su descendencia, porque, aunque ya está el pequeño Felipe de seis años y también María, y los hijos de su hermano Fernando, cree conveniente asegurar la continuidad de los habsburgos con más hijos para afianzar el Imperio.

Mientras tanto Francisco Pizarro, el lunes 11 de agosto de 1533, ordena la partida de Cajamarca hacia el Cuzco en pos de más riquezas y territorios para el Imperio, también rondando la muerte. Aunque Carlos haya repudiado tiempo después el asesinato de Atahualpa pergeñado por Pizarro, hay un acuerdo profundo de acciones y ambiciones desmedidas entre ambos hombres. No necesita Pizarro más oro que el que tiene (aproximadamente 400 kg), ni Carlos más descendencia. Sin embargo, no dudan en poner en riesgo la vida de los otros para alcanzar la desmesura.

La expedición de Pizarro desde Cajamarca hasta Jauja

Carlos vuelve a Monzón por las finanzas, mientras Almagro y Pizarro se internan en los Andes por la riqueza. Son alrededor de 400 españoles, más 1.000 guerreros partidarios de Huáscar, la corte de Tupac Huallpa o Túpac Hualpa -el nuevo Sapa Inca, pariente de Huáscar, investido y manejado por los españoles, que reemplaza al difunto Atahualpa-, las bellas acllas, que son sensuales y místicas como las vestales romanas, y cientos de cargadores con sus llamas, que además de los víveres y pertrechos traen la riqueza acumulada en oro y plata de cada soldado, el motivo central de la expedición. Y por eso, la columna empieza con una avanzada de caballería para prevenir peligros, sigue la corte del Sapa Inca con sus mujeres y orejones, llevada entre literas y palios por los sirvientes y guerreros huascarinos, sigue en el centro la riqueza del rescate llevada en las llamas, los esclavos nicaragüenses vigilando a los cargadores, y atrás, custodiando y resguardando la columna y el botín: la infantería ibérica, que lleva encadenado al general quiteño Calcuchimac, partidario de Atahualpa, primero aliado y después hecho prisionero. Todo un indicio del proceder español de la época: lo de Calcuchimac, y lo de la ubicación central de la riqueza.

Van atravesando los Andes hacia el sur, por los caminos del Inca, la única forma de llegar hasta Cuzco con semejante columna. Llegan el 17 de agosto a Huamachuco, una ciudad de piedra como Cajamarca -ya conocida por Hernando Soto, el lugarteniente de Pizarro- ubicada en un valle a 3.300 metros de altura. Y siguen subiendo hasta Huaylas, donde el frío es más intenso y el paisaje más yermo; entonces sufren los primeros ataques de los quiteños, partidarios de Atahualpa y Calcuchimac, que vacían los tambos de provisiones del camino y destruyen puentes y refugios.[1] Deben detenerse una semana. El 8 de septiembre continúan; pasan entre picos nevados por una serie de pueblos abandonados -lo que preocupa mucho a Pizarro, por la falta de alimentos y la creciente intervención de los quiteños- y llegan el 2 de octubre a Oyón a 4.500 metros de altura. La columna vadea un río, sube una ladera ante la falta de puentes, y debe reducir aún más las raciones, por los tambos vacíos y los pueblos abandonados. Algunos españoles sufren el mal de altura, y la salud del Sapa Inca Túpac Hualpa sigue deteriorándose desde que salieron de Cajamarca. Con estas dificultades, más el frío que disminuye durante el día por la altura pero que crece bastante durante la noche, la columna llega atravesando la cordillera de Huayhuash -que tiene una altura media de 5.200 metros- al pueblo de Pumpu, semiabandonado, el 7 de octubre. Allí, Pizarro se entera de que los quiteños saben con mucha anterioridad los movimientos de la columna -probablemente informados por Calcuchimac- y así destruyen el camino, retiran los abastos, logran que los nativos abandonen los pueblos. Y se entera de que los quiteños planean arrasar la ciudad de Jauja, 90 kilómetros más al sur, a una semana de marcha por la cordillera, en el exacto límite de sus provisiones. Entonces Pizarro, lo más rápido que puede, llega a la Ciudad usando de rehén a Calcuchimac y tiende una emboscada a las tropas quiteñas con la ayuda de los vecinos, que no quieren ser desalojados, y los guerreros huascarinos. Este episodio se conoce como la batalla de Jauja, aunque fue realmente un engaño y una emboscada.

Debe considerarse que, sin los caminos del Inca con sus tambos, puentes, refugios y acueductos, y sin las provisiones y guía de los vecinos, los españoles por sus propios medios jamás podrían haber llegado a Cajamarca ni recorrer 1.200 kilómetros de cordillera desde allí hasta Jauja. ¿Cómo lo hicieron? La explicación no es (como se pretende) que fueron montados en esbeltos caballos que fascinaron a los indios y que usaban pesadas armaduras relucientes como soles para protegerse de las flechas, nada de eso sirve en la alta montaña. La explicación es que fueron montados en una guerra civil ajena y en una peste propia, cuestiones que aprovecharon con crueldad y ambición desmedida.

En Jauja, el valle más ancho, verde y pródigo de los Andes, los españoles -que venían de los fríos, las lluvias, los abismos y las medias raciones- disfrutan de un clima templado y de la abundancia de alimentos. Jauja es sinónimo de abundancia, de una naturaleza pródiga y de buena vida con el menor esfuerzo. Sin embargo, aquí muere el joven Túpac Hualpa, el sucesor de Atahualpa proclamado por los españoles. Dicen los guerreros huascarinos que el propio general Calcuchimac lo ha envenenado con pequeñas dosis desde que salieron de Cajamarca. Pero Pizarro no hace caso al dicho y prefiere negociar con el General un nuevo sucesor a cambio de frenar la resistencia de los quiteños. Calcuchimac pide entonces ser liberado de las cadenas y propone como sucesor a Aticoc, un hijo de Atahualpa, y lo convoca. Mientras la tropa se recupera en Jauja, Pizarro, el aguerrido Hernando Soto y Almagro preparan una estrategia y el avance hacia el Cuzco. Ya han hecho 1.200 kilómetros desde Cajamarca, les falta 800 para llegar.

La vida en Jauja y la desmesura

Mientras tanto en España, Carlos se entera de la malograda expedición alemana al Dorado en la Klein-Venedig -actual Venezuela y Colombia-, él había cedido esos territorios temporalmente a la banca Welser por las deudas contraídas para pagar a los electores alemanes que lo habían elegido emperador del Sacro Imperio Romano Germánico. Pero al no encontrar El Dorado ni otros tesoros, los Welser se dedicaron al negocio de esclavizar nativos; hasta que los indios chitareros, furiosos por las desapariciones y el maltrato, atacaron y ultimaron a una gran expedición dirigida por el capitán general Ambrosio Alfinger. El propio Alfinger o Ehinger, noble con casa en Augsburgo y asociado estrechamente a los banqueros, muere de un flechazo en la garganta. ¿Pedirán compensación o algún resarcimiento los Welser? Carlos no lo sabe.

Mientras tanto, a 4.000 kilómetros de la Klein-Venedig y a 9.000 kilómetros de España, el pequeño pero rico e insaciable ejército de Almagro y Pizarro -que ya ha ‘encontrado’ su propio Dorado- se recupera y hace su base en Jauja. Pizarro cree que es un buen lugar para fundar una ciudad porque, además de la abundancia y la generosidad de los nativos, está próximo a su objetivo y cercano a la costa para recibir refuerzos de España, y remitir eventualmente la riqueza acumulada junto a sus dueños. Quedarán en Jauja 40 jinetes y 40 infantes, al mando del tesorero Alonso Riquelme, asumidos como futuros pobladores, para guardar y cuidar los 15.000 kilos de oro y plata repartidos a la tropa por el rescate de Atahualpa. De modo que los demás, nosotros, razona Francisco Pizarro, ya ligeros del peso y de su cuidado, podremos internarnos en la montaña con mejor maña y alcanzar nuestro mayor propósito.

Y fue así como apenas 300 hombres, desde la desmesura y aprovechando una guerra civil ajena, juntaron dos millares de aliados, entre los partidarios de Huáscar y los nativos desalojados de sus pueblos por los quiteños, y se internaron en la cordillera hacia el sureste para conquistar el Cuzco, la capital del Tahuantinsuyo, el Imperio inca.

(Continuará…) 

[1]. Los tambos son depósitos de provisiones plantados en los caminos del Inca para los viajeros.

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