La Otra Historia de Buenos Aires

Antecedentes
PARTE XIX

¿Conquista o Invasión?
La otra historia de la conquista es la historia de la invasión. México (y luego todo el continente americano) fue invadido a partir del año 1521. Llegaron extraños a una tierra habitada, que nunca habían visto, y asumieron que les pertenecía; y para tomar la riqueza decidieron arrasar a los pueblos que se les oponían. Y quienes cuentan esa historia luego de las matanzas son los mismos extraños y sus descendientes, que pretenden hacer una épica del saqueo y hablan de conquista, como si hubiera habido una lucha entre reinos vecinos desde tiempos inmemoriales para imponer una cultura o un orden político. Las andanzas de Cortés resultan más comparables a las incursiones vikingas de fuego y saqueo que asolaron la Europa del siglo IX, que a las conquistas estratégicas de Alejandro Magno en el siglo IV A.C. Pero los historiadores colonialistas insisten con la palabra conquista, y son precisamente quienes escriben la historia oficial. Y algunos de ellos no sólo insisten con el asunto de la conquista, sino que además ven en Cortés como a una especie de agente emancipador, un héroe libertador que acude a salvar a los pueblos originarios del yugo mexica. ¡Tremenda fantasía!

El 13 de agosto de 1521 -verano en el hemisferio norte-, tras ochenta días de asedio y de enfrentamientos militares, tras guerrillas urbanas, hambrunas por el asedio, muertes por las hambrunas, por las guerrillas, los enfrentamientos, por la epidemia de viruela traída en los barcos, por las violaciones y matanzas de mujeres hechas casa por casa, se rinde sin rendirse la palaciega ciudad de Tenochtitlán. En medio del silencio y de una quietud pavorosa, cuando ya no queda nadie para defenderla. Templos incendiados, saqueos, y miles de cadáveres descomponiéndose al sol, sobre las calzadas, en la plaza principal, o flotando en los canales de agua salobre. Es difícil respirar, soportar el calor, los olores, tampoco hay alimentos ni agua potable. Terminado el saqueo, los españoles y sus aliados hacen un campamento en las afueras, en las ruinas de Tlacopan, que han demolido para usar los escombros en el asedio.
Han muerto más de 160.000 mexicas y aliados en 80 días. ¿Cuál era el objetivo, la razón de tanta muerte y destrucción? ¿Se trató de una conquista o de una invasión? La siguiente escena creo que responderá estas preguntas.
Apresado Cuauhtémoc, el tlatoani mexica, cuando trataba de organizar una resistencia por fuera de Tenochtitlán, lo llevan ante Cortés. Y cuentan los historiadores españoles de la época, que Cuauhtémoc señala una daga del jefe español y pide la muerte porque no ha podido defender a su pueblo. Pero Cortés no lo mata. No le da muerte honrosa ni trata de convertirlo en aliado o en súbdito, sino que lo tortura con aceite hirviendo para que le revele dónde está el tesoro azteca. Ese tesoro que el propio Cortés había tratado de robar un año antes de Tenochtitlán y no había podido tras perder la batalla de la Noche Triste.[1]

Otras caras del Imperio
Mientras tanto, en Calais -a 9.000 kilómetros de Tenochtitlán- el emperador Carlos V, del Sacro Imperio Romano Germánico, o también conocido como Carlos I, rey de España, Nápoles, Sicilia y Cerdeña, soberano de los Países Bajos, archiduque de Austria y duque de Borgoña, que apenas tiene 22 años, descansa, retoza y se divierte mientras sus funcionarios le preparan un viaje a Inglaterra. Carlos ha llegado desde Worms, Alemania, donde hubo presidido una asamblea -la denominada Dieta de Worms- durante varios meses, que consolidó su poder y relaciones con los príncipes alemanes, gracias a lo cual pudo pergeñar una guerra contra Francia; y donde conoció y escuchó a Martín Lutero, pero no pudo evitar el cisma cristiano.[2]
A modo de compensación, Carlos recibe la noticia de que el cardenal Adriano Utrecht, que ha sido su tutor y es uno de los funcionarios de su mayor confianza -hasta el momento regente en España- ha sido nombrado papa. Esto aumenta el poder del emperador y disminuyen las preocupaciones. Carlos entonces, sin apuro por trabajar y viajar, se dedica a la holganza. Mujeres y deportes. Engendra al menos tres hijos en este periodo, se hace adicto al tenis (que surge en esos años), practica la caza, la cetrería, y lo entusiasman los torneos de lanza donde rivaliza con su hermano Fernando I de Habsburgo -rey de Hungría y Bohemia-, destacando como jinete y rompedor de lanzas.
Ha estado holgando en Bruselas, Gante y Brujas, y ahora en Calais, próximo a viajar a Inglaterra para formar una alianza con Enrique VIII contra Francisco I de Francia. Carlos es el personaje europeo más poderoso de la época y no tiene mayores preocupaciones mientras espera los buenos vientos y los fondos para la travesía, que consiste en el traslado de una flota y un ejército, además del numeroso séquito, entre los que se cuentan: Sebastián Gaboto, actual piloto mayor y futuro almirante de una expedición a las Molucas; y Pedro de Mendoza, actual gentilhombre, cortesano de la edad del emperador, y futuro adelantado y gobernador del Río de la Plata.
Calais no era entonces francesa, estaba bajo dominio inglés y ocupada en el comercio de la lana, era una ciudad segura para el emperador. Y es un punto del continente muy próximo a Inglaterra. Actualmente, existe entre Calais y Dover un túnel ferroviario submarino, llamado Eurotúnel o Túnel del Canal de la Mancha, que completa la travesía en 35 minutos. En el siglo XVI la travesía no era tan rápida y segura, pero con buen viento podía hacerse en medio día, y no era peligrosa sin tormentas. De modo que el lunes 26 de mayo de 1522, cuando Carlos, en una mañana límpida, alcanza a divisar desde Calais las rocas blancas de los acantilados de Dover, ordena zarpar. Y parten hacia allá, con ejército completo, séquito, tripulación, pertrechos, caballos, provisiones, vestuarios y enseres, en una flota de 21 barcos.

Mientras tanto, a 10.000 kilómetros de Dover en el hemisferio sur, ocurre otra travesía mucho más ardua y peligrosa que la anterior pero también vinculada con el destino y las políticas del Imperio. No hay aquí ejército, pertrechos, caballos, lujos y tampoco barcos. Se trata de una excursión precaria y pedestre, por selvas, ríos y montañas desconocidas, a lo largo de 2.600 kilómetros, que provocará grandes ambiciones y alcanzará a definir el destino de Sudamérica. Algo similar ocurre con la expedición de Cortés, que en ese mismo periodo sella el destino de Mesoamérica. Pero volvamos al hemisferio sur. Esta asombrosa travesía sudamericana (con menos participación imperial que la de Cortés) comienza en Santa Catarina (Florianópolis), Brasil, entre las décadas finales de 1521 y principios de 1522, no tiene cronistas oficiales pero se sabe que se gesta a partir de un naufragio. En marzo de 1516 naufragó en Santa Catarina una carabela de la flota de Solís, que desde el Río de la Plata regresaba a España. Hubo dieciocho sobrevivientes, siete fueron hacia el norte y fueron apresados por los portugueses, y once se refugiaron con los indígenas guaraníes, integrándose, compartiendo habilidades, aprendiendo la lengua y estableciéndose formando familias. Años después, de esta comunidad y por la información de los guaraníes, surge la travesía para encontrar la maravilla: los tesoros del Rey Blanco, la tierra de la abundancia y las sierras de plata. Esta expedición, liderada (según fuentes españolas) por Alejo García -un sencillo marinero reclutado por Solís- parte de Santa Catarina y se interna en el continente hacia el oeste, atravesando selvas hasta el río Paraná, y sumando integrantes. Tardan cuatro meses en hacer 1.200 kilómetros hasta Asunción, Paraguay, ya son entonces dos mil guaraníes. Y siguen sumando fuerzas durante siete meses y 1.400 kilómetros más, mientras siguen el río Pilcomayo atravesando el Chaco Boreal, y van después por los Andes bolivianos hasta llegar al Tawantinsuyo, el anhelado territorio inca de la riqueza y la abundancia -que comenzaba en el actual Departamento de Chuquisaca, Bolivia-.
No sabemos, por falta de fuentes primarias, si fue Alejo García -aquel sencillo marinero de Solís- el artífice y líder de tan tremenda y calculada travesía, o si fueron los guaraníes quienes utilizaron a García para incursionar y saquear en el incanato. Lo cierto es que esta expedición en Sudamérica y la de Cortés en Mesoamérica determinaron el destino colonial de todo el continente.[3]

Mientras tanto, Carlos V pasa de Dover a Canterbury, después a Greenwich y a Londres, donde el 6 de junio de 1522 es aclamado como un rey. Y de hecho, Carlos y Enrique VIII se muestran a la multitud ataviados de la misma forma y con idéntico ceremonial, como si fueran hermanos y compartieran el trono. Es posible que Enrique VIII, diez años mayor que Carlos, sin hijo varón, y casado con Catalina de Aragón, la tía de Carlos, viera en él a un sucesor. Ambos pasan después al espléndido castillo de Windsor, la sede real en Berkshire, donde, holgando entre torneos, cacerías, fiestas y bailes de pavana, celebran un tratado. El Tratado de Windsor, firmado el 16 de junio, establece una alianza y un ataque conjunto e inmediato a Francia, tras declararle la guerra; establece un préstamo de 150.000 ducados a España, una flota de escolta, pertrechos, y el acuerdo de matrimonio con Ana Tudor, única hija de Enrique (futura reina de Inglaterra), y prima de Carlos, cuando ésta cumpliera doce años (tenía entonces seis). El emperador sigue su viaje, holgando, despachando y recibiendo correspondencia de España (por asuntos económicos), pasa por Farnham, Winchester, Waltham Abbey, es despedido por Enrique, y embarca en Southampton el domingo 6 de julio de 1522. De donde zarpa, luego de comulgar, con una poderosa flota, llevando un ejército de tres mil soldados alemanes, mucha artillería inglesa. Y desembarca en Santander el 16 de julio, dispuesto a la integración y pacificación de España.

Poco tiempo después, cuando el emperador se siente bien recibido, seguro, y ha enviado a su tropa de alemanes a la frontera con Francia, cuando vuelve a la holganza y ha establecido su corte en Valladolid, llega a Sevilla la nao Victoria, el 7 de septiembre de 1522, tras dar la vuelta al mundo.
Nunca hubo una travesía tan extensa, asombrosa y desgraciada. Por un comercio de especias, por un jornal y un puñado de gloria, y para servir a un emperador. Han recorrido más de 90.000 kilómetros, bordeado Sudamérica, descubierto El Estrecho, descubierto el océano más extenso del planeta. Han atravesado tormentas, sufrido naufragios, hambres y pestes, han visto pueblos diversos: dichosos y desgraciados, pacíficos y hostiles, prósperos y pobres, de pigmeos y gigantes. Y de los 240 hombres y las 5 naos que habían partido de Sevilla hace tres años sólo han vuelto 18 hombres y la nao Victoria, desvencijada pero cargada de especias: clavo. El resto de los hombres han muerto, por el hambre o el escorbuto, luchando con los nativos -como Magallanes-, ahogados, o ajusticiados por los propios, o han sido apresados por los portugueses, o han desertado, como es el caso del piloto Esteban Gómez y la tripulación entera de la nao San Antonio.
Y estos 18, que lo han visto y sentido todo, desembarcan al día siguiente de atracar, y van descalzos, en harapos, exhaustos, conmocionados, a paso lento por las calles de Sevilla, como si no supieran qué les ha pasado.

(Continuará…)

[1] Ver “La Invasión a México” en La Otra Historia de Buenos Aires, Libro Primero: Antecedentes, Parte VIII, Periódico VAS Nº 153.
[2] Ver “El poder imperial eclesiástico” en La Otra Historia de Buenos Aires, Libro Primero: Antecedentes, Parte VII, Periódico VAS Nº 151.
[3] Hay un estudio comparativo de las expediciones de García y Cortés en La Otra Historia de Buenos Aires, Libro Primero: Antecedentes, Parte III, Periódico VAS Nº 137.

 

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