La permanencia de su ética
por Marcelo Valko
Esta Nochebuena se cumple otro aniversario de la partida de Osvaldo Bayer en 2018. El vocablo partir hace referencia a cortar, cercenar, separar a quienes están unidos y me atrapa la nostalgia que implica lo irreversible. Con Osvaldo tuvimos una amistad de años, de viajes compartidos, de conferencias conjuntas, de largas cenas, de muchos brindis, de conversaciones muy íntimas y de compartir una mirada similar en tantas cuestiones. Con una generosidad sin límites honró a cuatro de mis libros con sus prólogos. Hoy es una multitud de recuerdos diferentes, fragmentos dispersos de una vida inmensa que de alguna manera volqué en “Anecdotario: Viajes hacia Osvaldo Bayer”. Tantas veces me descubro imaginando qué pensaría él sobre un determinado hecho, por ejemplo sobre la pandemia que demuestra que el mundo es uno solo, o qué pensaría de la placa de mármol que la Municipalidad de la ciudad de Buenos Aires colocó en el frente de su casa señalando “El Tugurio”. Aquí vivió el historiador, escritor y periodista libertario”. Un término que hoy usurpa Milei.
Más allá de sus guiones cinematográficos, centenares de conferencias o investigaciones que sacaron a la luz lo que pocos se animaban a mencionar, pienso que el aspecto central de Bayer fue educar con su ejemplo de vida. Una existencia al servicio de la verdad y la justicia. Tantas veces escuchamos decir que nadie resiste un archivo. En su caso, podemos rastrear para atrás el tiempo que se nos ocurra y no quedará in fraganti como tantos especialistas en volteretas políticas y panqueques intelectuales funcionales al sistema que trabajan de progres y nunca sacan los pies del plato. En una época de saltimbanquis ideológicos, él era todo lo contrario. Un ejemplo de coherencia entre el hacer y el pensar. Bayer se mantuvo firme en sus convicciones: honesto, humilde, íntegro y austero. Incluso frente a las amenazas de muerte en tiempos de Isabelita, la Triple A y el exilio, jamás claudicó en ese empeño. No en vano las calles de las ciudades de Puerto Deseado, Pirámides, Calafate y Gobernador Gregores reemplazaron a Julio Roca con su nombre. Un país que baja un general con prontuario y sube al pedestal a un escritor que hizo de la ética la norma de vida es lo que Osvaldo sembró para construir el futuro esperanzador de una Patria Grande en donde ningún genocida fuese honrado en lo alto de un pedestal. Desmonumentar a un general que fue uno de los máximos empleados de la elite que en su primera presidencia se dedicó a “barrer toldos” y en la segunda a perseguir al movimiento obrero mientras entregaba millares de hectáreas a muy pocas manos. Es bueno recordarlo desde la lúcida honradez de su pensamiento que asegura que a la larga la ética siempre triunfa. Tiene toda la razón y este 24 brindemos por eso. Es lento, pero viene…