“La poesía siempre propone enchastrar la caja registradora”
por Maia Kiszkiewicz
Los textos de Daniela Andújar están llenos de imágenes cotidianas. El repliegue de la sábana de arriba, un retrato de Iris Murdoch con camisa blanca abotonada hasta el cuello, el subte línea B o D y las oficinas de vidrio. Quizás ese recurso sea lo que hace que, al leer, algún recuerdo se revuelva y salga a flote como algo presente, como lo que nunca se fue. “Soy y hago parte de la cotidianeidad”, dice Daniela y resalta con alegría la música del bar elegido para la entrevista —“¡Suena un samba!”—.
Quizás el movimiento sea la única forma de describir a Daniela, aquella artista que es y no es la misma que vivió en Brasil y escribió los libros Dengue y Diosas en la vereda. “Todo el tiempo estoy siendo, saltando. Todo penetra en la experiencia de estar viva y va directo a la sensibilidad. Eso conlleva aprendizajes, caer, levantarse, cambiar, descubrir. Después, se hace como una alquimia y baja. Tanto a la escritura, como a la escritura oral y sonora, que es la del cuerpo, lo que se llama performance”, define mientras agrega limón a su agua tónica.
La Daniela del presente y futuro cercano se encuentra trabajando en un nuevo material, que lanzará en conjunto con la editorial Alcohol y fotocopias. Apenas salga, será anunciado en las redes sociales, medio por el cual, también, se puede llegar al trabajo de esta artista. Poesía Cardíaca, su blog, espera en pausa desde septiembre de 2020. Aún así, resulta una puerta de entrada, desde los textos y las fotografías, a un mundo poético que invita a perderse en los diversos sentidos y descubrir otros nuevos. Porque Daniela no solo escribe, también interpreta. En el escenario, en la vida. Tonos de voz, sonidos instranscriptibles y expresiones corporales se adecúan cada vez que se dispone a narrar. Entonces, un corrimiento. “La distorsión de lo cotidiano me encanta. Hacer de lo ordinario algo no ordenable. La vida no es poca y hay que buscar la pimienta que provoque el hacer”, sostiene Daniela.
¿Cómo es, para vos, la situación de componer?
Ensayo un montón. Y para cada recital es distinto porque es un momento de conversar con el mundo y la existencia, de absorber. Entonces, el contexto me inspira. Por ejemplo, si voy a la Biblioteca Popular 20 de diciembre, en Escobar, en esa instancia y eso que está pasando: ¿qué dice el lugar y el momento?, ¿para qué derramar poesías?
A veces me preguntan si pongo el cuerpo. ¿Cómo se les ocurre que haya que sacarlo? Nadie lo tiene afuera. Lo que se puede hacer es acentuar esa vivencia. Como en mi caso. Y me divierte muchísimo.
Leí que, en un poema, decís que la poesía anda por todos lados, inclusive cerca de las cajas registradoras. ¿Cómo definirías lo poético?
Lejos de las cajas registradoras —dice, entre risas, como jugando con lo creado para seguir construyendo—. La poesía siempre va a proponer enchastrar la caja registradora porque es su condición. No por lo de registrar, sino por lo de caja. Es anticaja. Pero, ¿por dónde anda la poesía? En realidad, ¿por dónde no? Lo que pasa es que es una posición muy brillante y finita. Muy taponada en la cultura en la que vivimos. Yo creo que la poesía es cotidiana. No por ello ordinaria ni relacionada con la linealidad del lenguaje —como la vida, que no es lineal— ni con la información ni el servicio ni tiene que decir tal o cual cosa.
Es un misterio.
¿Qué recuerdos tenés de tus inicios en lo artístico?
Aprendí a leer y escribir antes de ir a la escuela. A los siete u ocho años ya escribía versos y poemas. Lo hacía como una necesidad. Estoy contagiada por padres y abuelas que creen que el verso y la palabra siempre tiene un jugo al que le podés dar vuelta. Es gente que viene de la clase obrera, trabajadora y, a la vez, son personas muy ávidas y gustosas del lenguaje de la poesía, de la música. Todo ese juego de palabras, de mezclar la saliva con la mente.
Jugo y juego.
Es maravilloso. Los caminos se arman solos. Es como un asalto en cualquier situación, en cualquier estado en el que me encuentre, me encuentra. Lo importante es no taponar. Ni tanta lectura que apabulla ni no tener ninguna.
Y hay que hacerle lugar a ese camino. Por suerte te asalta. Pero, después, hay que respetarlo, mimarlo. Más nosotras, las mujeres. Porque una se da con el látigo antes de que lo hagan los demás. Parece que nunca alcanza ni es suficiente, que es una voz interior, de dolencia. Hablo con chicas más jóvenes y les cuesta mucho respetar el deseo. Pero el deseo es un asalto y hay que hacerle lugar.
No digo que lo primero que salga, cualquier expresión en sí, es el material terminado. Después la joya se puede pulir. Pero todo es valedero porque es expresión, igual que la búsqueda, y está buenísimo trabajarla del modo en que se te cante. No es que hay que ir a la Universidad o a talleres sí o sí. Aunque, sí, es bueno encontrarse, intercambiar, aceptar lo que dicen otras personas teniendo cuidado de no caer en la complacencia.
¿Qué lugar ocupa lo colectivo en tu acción artística?
Todo. Es inevitable. Lo cual no quiere decir que no disfrute la soledad. Estoy muy a gusto conmigo, con mis migos —somos varias—, y me gusta mucho estar con la gente y me encanta, también, ese estado en el que escribo. Es un éxtasis que puede suceder con un montón de personas alrededor, o sin. Pero no distraída. Porque es un estado mágicamente presente. De las pocas veces que sucede en esta vida de aceleres innecesarios y enfermedades mentales, o emocionales, evitables y que son parte de esta cultura.
La escritura, o cualquier arte de creación, al igual que hacer el amor, es ese salto suspendido, es habitar el presente.
Antes nombraste a la Biblioteca popular 20 de Diciembre. ¿Por qué te parece importante apoyar, desde tu arte, la existencia de esos espacios?
Porque están llenos de corazón, de vida, de anhelos, de refugio y están ávidos por darse y recibir. Yo le digo vioviotecas, porque son lugares de encuentro, de una experiencia de vida distinta con les demás. Pero, también, puede ser refugio de reclamos y motor.
El otro día, cuando fui, se hablaba de cosas gravísimas y es una forma de abrazar. Personas que han sido desalojadas y no tienen dónde vivir, adolescentes asesinadas cuyas madres están buscando justicia. Y el lugar que encuentran es este espacio, en Escobar, que es un lugar muy particular, ubicado en un territorio dominado por una policía muy violenta. Entonces, es importante que exista la posibilidad de escucha, de buscar soluciones, de hacer red, compartir contactos y experiencias.
Además, nada está quieto. Y las bibliotecas se transforman en algo fabuloso, en un espacio posible para hacer cine, teatro para chicos, lectura para ciegues, el reclamo de los colectiveros de la línea 60. Es hermoso que, como humanes, continuemos dándonos abrazos, aliento, o sangrando juntas.
Nada está quieto, se puede seguir construyendo. ¿Creés que lo que hacés, en relación con el arte, abre mundos y espacios para lo creativo?
Tengo certeza. Abre, sana, hiere, alimenta, destruye, porque hay cosas que es necesario destruir. Pero no solamente lo que hago. Cualquier experiencia de sensibilidad, expande y abre, a otras personas, la posibilidad de sentir más u otras cosas. Y ¿Qué experiencia más interesante que la de confiar en que aquello que estás inventando o imaginando puede tener ese destino? Y, a la vez, genera ese movimiento que retroalimenta para seguir creando. Y tenemos derecho a la poesía, tenemos derecho a sentir, a la música, a usar toda la vida. A no estar sentados frente a una pantalla, escribiendo de arriba para abajo. Y gritarle a los demás en forma de canción, de poema, de risa, de baile, que tiene derecho a vivir ese derecho. Es suya la posibilidad de estar viva, vivo. Y es genial que una, como persona que anda por ahí creando, convide a los demás a eso que es sentir y crear.